Rusia intervino militarmente en Ucrania para desnazificar ese país. Pero las potencias occidentales afirman que en Ucrania no hay nazis y que lo que quiere Rusia es invadir y anexar el país. Esta aparente incomprensión ha convertido la operación especial rusa en una guerra abierta. La realidad es que hechos similares a los registrados en Ucrania se han producido en los países bálticos desde 2005… e incluso en el Parlamento Europeo, desde 2016. Esos hechos demuestran que en realidad no se trata de una mera incomprensión sino de una estrategia deliberada de la OTAN. Esa alianza militar acaba de movilizar 53 Estados para oponerse en la ONU a la adopción de la tradicional resolución contra la glorificación del nazismo.
Thierry Meyssan (Red Voltaire).— Al final de la Segunda Guerra Mundial, los pueblos de las naciones occidentales estaban conscientes de los sufrimientos causados por las ideologías que afirman que la Humanidad se divide en razas y que ciertas razas son superiores a las demás. Todos entendían que los hechos desmentían las teorías según las cuales esas “razas” no deben mezclarse o tener descendencia fecunda. Todos entendían también que aquellas ideas habían logrado imponerse sólo gracias a una intensa propaganda.
Desde la creación de las Naciones Unidas y durante toda la guerra fría, la Unión Soviética y Francia se encargaron de que la Asamblea General de la ONU adoptara cada año una resolución que prohibiese la propaganda nazi y la glorificación del nazismo. Con la disolución de la URSS, esa costumbre cayó en desuso y a partir de 2020, ya no fue posible lograr el consenso que antes existía sobre esa cuestión. El 17 de diciembre de 2024, 53 países se opusieron al proyecto de resolución presentado en ese sentido y otros 10 optaron por la abstención.
Si bien durante la Segunda Guerra Mundial los Aliados, tanto los del continente americano (canadienses y estadounidenses) como los del continente europeo (británicos, franceses, griegos, polacos, yugoslavos, escandinavos, soviéticos, etc.) habían luchado juntos contra un adversario común, aquella unidad se rompió –incluso antes de que terminara la guerra– debido a la voluntad anglosajona –más exactamente, la de ciertos estadounidenses y de ciertos británicos– de prolongar el conflicto dirigiéndolo contra la Unión Soviética. Fue así como el entonces responsable de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Allan Dulles, y su segundo, Lyman Lemnitzer, negociaron en 1945 con el general SS Karl Wolff la rendición de las fuerzas nazis en Italia… para que lucharan contra los soviéticos junto a Estados Unidos. Aquella maniobra estadounidense se denominó “Operación Sunrise” y aquella paz separada no llegó a concretarse porque el principal dirigente soviético, Joseph Stalin, se opuso inmediatamente y el presidente estadounidense, Franklin Roosevelt, no ratificó el acuerdo que su servicio de inteligencia había pactado con los nazis.
Pero Roosevelt, gravemente enfermo, falleció poco después, mientras que Allan Dulles se convirtió en el principal jefe de la CIA, el servicio de inteligencia estadounidense instaurado al final de la guerra, y más tarde el general Lyman Lemnitzer pasó al cargo de jefe del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas de Estados Unidos. La CIA y en menor escala el Departamento de Defensa de Estados Unidos se convirtieron entonces en protectores de antiguos nazis.
Durante todo el periodo de la guerra fría, los anglosajones pusieron a ex jefes nazis en altos cargos en numerosos Estados del llamado “mundo libre”, desde Chile (en Latinoamérica) hasta Irán (en el Gran Medio Oriente). Incluso llegaron a crear una internacional del crimen, la Liga Anticomunista Mundial, para coordinar sus esfuerzos contra todos los movimientos de izquierda del Tercer Mundo [1].
Hubo que esperar hasta 1977 para que, luego de las revelaciones de la comisión parlamentaria del senador estadounidense Frank Church sobre los crímenes de la CIA, el presidente James Carter y el almirante Stansfield Turner trataran de poner orden en el seno de esa agencia de inteligencia de Estados Unidos y retiraran el apoyo estadounidense a dictaduras como las de Chile e Irán en diversas partes del mundo.
Sin embargo, enarbolando siempre la supuesta necesidad de luchar contra el rival soviético, el presidente estadounidense Ronald Reagan y la primera ministro británica Margaret Thatcher recurrieron a una nueva ideología, el islamismo, y no vacilaron en estimularla, inicialmente en Afganistán y después en todo el Medio Oriente. Esa era para ellos la única manera de movilizar a la Hermandad Musulmana y los pueblos árabes contra la URSS.
En el momento de la disolución de la Unión Soviética, en 1991, comenzó a verse un resurgimiento de los movimientos racistas que habían sido aliados de los nazis. El presidente estadounidense Bill Clinton y el primer ministro británico Anthony Blair no dudaron en utilizarlos. Fue así como los nacionalistas integristas ucranianos, seguidores de Dimitro Dontsov y de Stepan Bandera –colaboradores ucranianos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial–, llegaron al poder en Ucrania [2].
Todo comenzó en enero de 2005. En momentos en que Letonia se convertía en miembro de la Unión Europea, el gobierno de ese país publicó, con apoyo financiero de la embajada de Estados Unidos, un libro titulado Historia de Letonia: Siglo XX. En aquel libro se afirmaba, entre otras cosas, que el campo de Salaspils, donde los nazis habían realizado “experimentos médicos” con niños y exterminado 90 000 personas, era sólo un «campo de trabajo correctivo» y que los miembros de las Waffen SS habían sido héroes de la lucha contra la “ocupación” soviética. Meses después, cuando ya Letonia era miembro de la Unión Europea, el gobierno letón organizaba un desfile de “veteranos” de las Waffen SS en pleno centro de Riga… como ya venía haciéndolo durante los 4 años anteriores a su admisión como miembro de la Unión Europea [3]. Normalmente, los demás miembros de la Unión Europea deberían haber protestado. Pero no lo hicieron. Sólo Israel y Rusia expresaron su indignación.
En 2016, la polaca Anna Fotyga, entonces miembro del Parlamento Europeo –más tarde sería nombrada directora de la administración presidencial de Polonia y se convertiría en la más ardiente defensora de la OTAN– presentó en Estrasburgo un proyecto de resolución sobre las “comunicaciones estratégicas” [4]. El objetivo de aquel texto, que fue adoptado por el Parlamento Europeo, era hacer que la Unión Europea se incorporara a la guerra informativa contra Rusia y, aparentemente, contra el islamismo, instaurando un dispositivo organizado alrededor del Centro de Comunicación Estratégica de la OTAN [5].
Fue en ese contexto que, el 19 de septiembre de 2019, el Parlamento Europeo adoptó una resolución «sobre la importancia de la memoria europea para el futuro de Europa» [6]. En esa resolución del Parlamento Europeo se asegura que, con la firma del Pacto Molotov-Ribbentrop, la URSS se unía a los funestos objetivos del Reich nazi y desataba la Segunda Guerra Mundial, afirmación totalmente errónea [7].
Hoy en día, gracias a todo ese proceso previo de acondicionamiento de la opinión pública, los neonazis ucranianos, los “nacionalistas integristas” [8], pueden ejercer el poder en Ucrania sin la menor objeción de parte de los occidentales. Nadie señala que la actual Constitución ucraniana es la única en el mundo que estipula, en su artículo 15, que «preservar el patrimonio genético del pueblo ucraniano es una responsabilidad del Estado» [9].
Tampoco se menciona el hecho que el mandato presidencial de Volodimir Zelenski expiró hace 8 meses y que la permanencia de ese personaje en el poder, sin elecciones, es una violación de la Constitución. La prohibición de los partidos políticos ucranianos de oposición y de la Iglesia ortodoxa [10] se presenta en Occidente como una manera de luchar contra la “infiltración rusa”.
En Occidente miramos para otro lado para no ver la política ucraniana de depuración de las bibliotecas [11] y sólo ahora comenzamos tomar conciencia del éxodo de la población ucraniana y de las deserciones masivas que se registran en las filas de las fuerzas armadas de Ucrania.
Pero nada de eso debe sorprendernos en momentos en que las mismas autoridades occidentales nos dicen que los yihadistas de al-Qaeda y de Daesh, que acaban de instalarse en el poder en Damasco, aupados por los anglosajones, son «islamistas ilustrados» [12].
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[1] «La Liga Anticomunista Mundial, internacional del crimen», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 20 de enero de 2005.
[2] «¿Quiénes son los nacionalistas integristas ucranianos?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de noviembre de 2022.
[3] «La presidente de Letonia rehabilita el nazismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 20 de marzo de 2005.
[4] «Resolución del Parlamento Europeo sobre la Comunicación Estratégica de la Unión para contrarrestar la propaganda de terceros en su contra», Red Voltaire, 23 de noviembre de 2016.
[5] «La campaña de la OTAN contra la libertad de expresión», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 5 de diciembre de 2016.
[6] «El Parlamento Europeo atribuye la Segunda Guerra Mundial a la Unión Soviética», Red Voltaire, 19 de septiembre de 2019.
[7] «El día que Occidente prefiere olvidar», por Michael Jabara Carley, Strategic Culture Foundation (Rusia), Red Voltaire, 1ro de octubre de 2015.
[8] «¿Quiénes son los nacionalistas integristas ucranianos?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de noviembre de 2022.
[9] Ese artículo de la Constitución ucraniana suele interpretarse erróneamente como una alusión a las consecuencias del accidente nuclear de Chernobil. Pero el hecho es que no se refiere al patrimonio genético de la humanidad en general sino al «patrimonio genético del pueblo ucraniano» en particular. Muchos han olvidado que Hitler era vegetariano y ecologista.
[10] «Dispuesto Washington a dinamitar la iglesia ortodoxa» y «Kiev prohíbe la iglesia ortodoxa», Red Voltaire, 25 de septiembre de 2018 y 6 de diciembre de 2022.
[11] «Kiev ya excluyó 19 millones de libros de las bibliotecas ucranianas», Red Voltaire, 9 de febrero de 2023.
[12] «Cómo Washington y Ankara cambiaron el “régimen” en Damasco», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de diciembre de 2024.