En la militancia realmente existente (sindicatos, organizaciones comunistas, movimientos de base), aun con todos sus defectos, todo el mundo tiene claro que Biden y Trump «la misma mierda son». Sin embargo, en el erial de las redes sociales con sus «cibermilitantes» y «todólogos» que no se enteran de nada, encontramos a muchos que experimentan el siguiente delirio: que el magnate neoyorquino es una especie de “disidente” del sistema, en lugar de uno de sus máximos exponentes. Jamás explicarán qué tiene de outsider alguien cuya administración ha intensificado las agresiones contra América Latina, cuya guerra comercial contra China ha empujado al mundo hacia una conflagración global o cuya política migratoria ha criminalizado aún más a los trabajadores inmigrantes. Y es que quizá se enamoren de sus frases simplistas o de la promesa de resolver crisis internacionales con un chasquido de dedos. ¿Para qué dejar que la realidad nos amargue un buen «relato»?
Mientras que, en la “Matrix” de esta gente, Trump representa un repliegue del imperialismo norteamericano, la vida real prosigue, refutando su fábula. Aunque no había más que recordar la administración anterior de Trump para comprobarlo. No solo mantuvo la agresión contra América Latina, sino que la redobló. Impuso sanciones criminales contra Venezuela, confiscó sus activos en el exterior y apoyó la pantomima de Guaidó como “presidente interino”. No satisfecho con eso, incluyó a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo (cosa que ha vuelto a hacer ahora), endureciendo el bloqueo y castigando aún más al pueblo cubano. De hecho, como vemos, Trump se ha centrado siempre en atacar a los países socialistas, como demuestra también su guerra comercial contra China, intento desesperado de frenar la decadencia de EE UU en el mercado (amañado) mundial. El objetivo de Trump durante la administración anterior no fue fortalecer la industria estadounidense, sino imponer condiciones a golpe de aranceles y amenazas. Su proteccionismo no benefició a los trabajadores, pero sí agravó las tensiones internacionales, acercándonos aún más al abismo.
Algunos llevan más lejos su delirio y presentan a Trump como un defensor de Palestina, cuando no solo brindó un apoyo incondicional a Israel durante su primer mandato, sino que intensificó la ofensiva contra los palestinos. Fue él quien reconoció Jerusalén como la capital israelí, en contra de todas las “resoluciones internacionales”. Fue su administración la que legitimó la anexión del Golán sirio y facilitó la expansión de los asentamientos en Cisjordania. Fue su gobierno el que retiró los fondos para los refugiados palestinos, castigando a una población ya asfixiada. Y ahora, lejos de corregir su postura, mantiene su respaldo total al gobierno genocida de Israel, mientras amenaza con la destrucción total a las milicias palestinas. Su concepto de «paz» es la paz de los cementerios, tan bien retratada en el poema de Ángel González: «A partir de esta hora soy —silencio—/ el Jefe, si queréis. Los disconformes/ que levanten el dedo./ Inmóvil mayoría de cadáveres/ le dio el mando total del cementerio«.
Ahora la nueva administración de Trump está bombardeando Somalia, justificándolo como parte de la lucha contra el ISIS. Aunque empleen el pretexto habitual, las operaciones militares en África nunca han sido una cuestión de seguridad, sino de dominio geoestratégico, con el fin de garantizar su influencia militar y geopolítica yanqui en la región. Y lo sabemos. Pero es que, además, Trump aseguraba que pondría fin a la guerra en Ucrania en 24 horas si ganaba las elecciones. Ahora ha extendido el plazo a seis meses. Más allá del detalle o de si finalmente el avance ruso fuerza un acuerdo, la realidad es que Trump solo negocia desde la imposición y que su visión de la «diplomacia» (como la de cualquier otro presidente norteamericano) se basa en amenazas, chantajes y sanciones. Su postura sobre Ucrania no es diferente: lo que pretende no es acabar con la guerra, sino redirigir el foco estratégico hacia donde ahora le interesa a los yanquis: la región Asia-Pacífico. Tras dividir a Europa de Rusia, el imperialismo norteamericano prosigue (gobierne quien gobierne) su agenda y busca ahora que la OTAN concentre sus fuerzas en la contención de China y los BRICS. Nada más.
Ojalá las guerras del mundo terminaran por “cambiar de presidente”, pero, como defendía la III Internacional, el sistema capitalista necesita la guerra; y solo la derrota de dicho sistema nos traerá verdaderamente la paz. Más allá del quijotesco delirio de ver gigantes en los molinos de Trump, lo más grave es que se esté interiorizando un concepto de «paz» como mero equilibrio de fuerzas impuesto por el más fuerte, cuando en realidad eso no es más que la Pax Augusta, donde la violencia no desaparece, sino que se institucionaliza bajo la bota de un imperio. ¿Acaso para un marxista el ídolo ahora no es Espartaco, sino… César Augusto? ¿O es que, más sencillamente, había que elegir entre el coronel Pedro Baños y el marxismo? Ellos, desde luego, ya han elegido. Pero nosotros también.