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En el transcurso de una entrevista reciente un reportero le preguntó a Alexis Leyva Machado cuál de sus obras, pasado el tiempo, le satisface más, y el notable creador no dudó en responder que el Memorial Biblioteca 50 Aniversario de la cena de los carboneros con Fidel es de sus trabajos más preciados.
No he hecho nada más valioso en mi vida que proyectos de este tipo. Es la mejor forma de hacer arte que conozco, pues sirven para que la gente siga creciendo y la vida continúe, dijo el también escultor, instalacionista, pintor y grabador.
«Tú haces una exposición en un museo y, por importante que sea, eso se queda ahí; sin embargo, estas obras se te van de las manos, y uno no puede controlar lo que ocurrirá después».
La respuesta puede ser controversial, porque se trata de uno de los artistas más populares del país, con obras expuestas en importantes museos del mundo, entre otros atributos.
Pero no por gusto el creador cubano se siente a gusto en la pequeña localidad de Soplillar, un batey ubicado entre Playa Larga y Playa Girón, en el municipio matancero de Ciénaga de Zapata.
Allí lo respetan y admiran. Fue el artífice mayor del Memorial Biblioteca que, custodiado por un bosque de soplillos, nació hace 15 años para rememorar la cena de nochebuena de los carboneros de la zona con Fidel, en 1959.
Recuerda Kcho (su nombre artístico) que la idea de hacer el Memorial tuvo su origen cuando, en una graduación de instructores de arte, el Comandante en Jefe le comentó a una estudiante de la Ciénaga sobre la importancia de recuperar el sitio que sirvió de escenario a la primera comida navideña en el periodo revolucionario.
«Y aquella proposición me la tomé de tarea indiviual; era una idea sabia de un hombre con visión de futuro. Algún tiempo después, en enero de 2009, llegamos a Soplillar para iniciar la creación del sitio monumento.
«Obramos rápido y a tiempo completo, y la obra salió en dos meses. No me fui de allí hasta terminar; tremenda experiencia».
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EL HILO CONDUCTOR
Bajo la sombra de un árbol que él mismo ayudara a plantar hace ya 15 años, Kcho desgrana recuerdos, perseguido por la mirada curiosa de decenas de cenagueros, algunos de ellos muy jóvenes aún.
«Ya para entonces yo tenía bastante información sobre el suceso, pero el verdadero hilo conductor para iniciar y darle curso a la obra fue el estudio con rigor de las fotos de Raúl Corrales.
«La verdad es que, mientras más avancé en la revisión de aquellas imágenes, mejor entendí la atmósfera y los sueños truncos de las familias que habitaban ese paraje inhóspito. En el transcurso de la investigación, aproveché e hice incontables dibujos.
«Nos trazamos como principio ser fieles a la historia, sin herir ni ofender a nadie».
Otro motivo que encontró y le dio fuerzas para empezar fue el hecho de que algunos jóvenes dudaban del infortunio tan grande que vivieron sus padres y abuelos antes del triunfo revolucionario en la Ciénaga.
«Fue entonces cuando me dije: si hay jóvenes que no se lo creen, pues entonces hay que hacerlo».
Con el propósito de averiguar el origen de no pocas cosas, sin deformar la realidad, resultaron determinantes los diálogos con Haydee García Montano, una de las niñas que, junto a sus hermanos y otros niños del caserío, participó en la famosa cena.
«Ella contó detalles de mucho valor sobre el lugar donde estaban los bohíos de Rogelio García, su padre, y Carlos Méndez, guajiros anfitriones de la histórica velada. Eran chozas de piso de tierra, paredes de palma y techo de guano, como la mayoría en aquella época.
«Gracias a su testimonio y el de otras personas, supimos en qué palmo de tierra iba cada cosa, incluidos los árboles, y logramos que su entorno reflejara lo mejor posible cómo vivían los cenagueros y, en particular, los carboneros».
Pero tanto o más importante que preservar y contar la historia, agrega Kcho, es la «carpintería» del conocimiento. Y fue así que surgió la idea de una biblioteca. Es el presente y también el mañana, dice él, y se empeña en ilustrarlo a través de una anécdota.
«Jorge Fernández, director del Museo Nacional de Bellas Artes, contó que durante una conferencia impartida por un amigo suyo en el centro, este le comentó sorprendido que la mejor graduada de la Facultad de Historia del Arte en muchos años era nada más y nada menos que de Soplillar.
«Me quedé frío, sin palabras. Supe después que es la hija de un campesino de aquí. Y es evidente que, de adolescente, la muchacha vino a estudiar a esta biblioteca del Memorial».
Admite que eso es lo que distingue ahora mismo a este sitio apartado, y era a lo que aspiraba Fidel, con aquella lucidez suya, un poco sobrenatural.
Y desde luego, esa es la razón, entre otras, por la que el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez aseguró allí que, para tener memoria histórica, es preciso contar con sitios como el Memorial Biblioteca, donde respetan, se reconocen y resguardan los hechos históricos.
Le consta, comenta Kcho, que Fidel deseó venir hasta Soplillar para ver lo realizado en ese lugar y apreciar, como se dice, lo que había sido otro de sus sueños soñados. «Yo le conté en detalles todo lo que hicimos, pero igual, ya él lo sabía».
EL ORGULLO DE SOPLILLAR
Disponer de una biblioteca en el Memorial es de los mayores orgullos de la gente en Soplillar, manifiesta Giselda Chávez, museóloga principal. Allí reciben alrededor de 200 visitantes al mes, en su mayoría extranjeros.
En ese bohío, mayor en extensión a los otros que componen el Memorial, llama la atención que todos los libros han sido donados por personas que terminan cautivados por la historia de este lugar, entre los que se cuentan personalidades cubanas y extranjeras.
Algunos son volúmenes muy importantes, como Atlas y enciclopedias en los que puede encontrarse valiosa información sobre diversas temáticas, comenta Giselda. Para ella, laborar en ese lugar es todo un privilegio, por la posibilidad inclusive de atender a gente tan importante y poder compartir el significado de aquel suceso.
Definitivamente, el Memorial Biblioteca es un sitio bendito, que sirve de excusa para no olvidar aquel 24 de diciembre de 1959, el día en que Fidel escogió cenar con los carboneros de la Ciénaga y, como les gusta decir a los cenagueros, poner en claro que la Revolución sería de los humildes, con los humildes y para los humildes.