La Alianza de Estados del Sahel

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Occidente y sus medios han querido presentar a la resistencia africana como mero golpismo. Sin embargo, gozan de un fuerte respaldo de una población harta de los abusos franceses

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Tanalis Padilla*.— La región del Sahel, que en árabe significa la costa, es una franja que abarca 6 mil kilómetros en el centro-norte de África y se extiende por 12 países desde Senegal del lado Atlántico, hasta Eritrea en el poniente. Es una región rica en minerales, oro, petróleo y gas natural, además de tener acuíferos y tierras fértiles alimentadas por el lago de Chad y el río Níger. En esta región habitan unas 400 millones de personas, dos terceras partes de los cuales viven de la agricultura y el pastoreo de animales. La región fue colonizada por distintas potencias europeas, sobre todo Francia, que mantuvo su dominio hasta principios de los 60 cuando varios de estos países se independizaron.

No obstante su formal independencia, el legado colonial, cuyas manifestaciones han ido desde el control financiero por bancos franceses, a intervenciones militares, a asesinato de líderes africanos, siguió determinando el devenir africano. Los ataques militares de la OTAN de 2011 en Libia, que desataron fuerzas islámicas radicales en varias partes del continente, presentaron un pretexto para que Francia enviara tropas para estabilizar a la región.

Estas tropas han suscitado un fuerte resentimiento de la población local que ha presenciado su cercanía a la cleptocracia africana, su papel en proteger intereses extranjeros y la pretensión de movilizar a soldados africanos a morir combatiendo a fuerzas islamistas radicales que la propia política francesa ayudó a crear.

Francia ha querido utilizar a organizaciones regionales como la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (Cedeao) para imponer sanciones e incluso declarar la guerra contra países como Níger por el pecado de querer establecer relaciones soberanas con países del Sur global como Irán. Fue en este contexto que Mali y Burkina Faso, que ya habían sufrido sanciones similares, se unieron a Níger para formar la Alianza de Estados del Sahel en septiembre de 2023. Recientemente, Chad y Senegal también expulsaron a las tropas francesas y a principios de enero Francia anunció el retiro de sus tropas de la Costa de Marfil, su último bastión militar en África occidental.

Los poderes occidentales y sus medios de comunicación han querido presentar a la resistencia africana como mero golpismo, ya que tanto en Mali como Burkina Faso y Níger los actuales procesos de soberanía han sido liderados por militares que llegaron al poder a través de golpes de Estado. Sin embargo, gozan de un fuerte respaldo de una población harta de un largo historial de abusos franceses. Ciego a esta realidad, el presidente francés, Emmanuel Macron, reprochó a los líderes africanos su ingratitud que, según él, es una enfermedad que no se transmite a los humanos.

Insultó a todos los africanos con sus comentarios, respondió Ibrahim Traoré, presidente interino de Burkina Faso. “Este hombre ve a África y a los africanos y no somos humanos a sus ojos. (…) Si alguna vez aquí ha habido un ingrato es él. Creo que si no es ateo y cada mañana se levanta y reza, debería rezar también a los africanos porque es gracias a los africanos y sus antepasados que Francia existe hoy”.

Las palabras de Traoré ejemplifican una conciencia histórica que revierte la tradicional visión que, en el mejor de los casos, se presenta como un paternalismo en el cual los llamados países civilizados se preocupan por los problemas que padece el Sur global, como si esa condición fuera resultado de alguna corrupción innata, proclividad hacia la violencia o irracional rechazo al Occidente y no de la histórica extracción de recursos naturales, la posesión y división de sus territorios y el deliberado asesinato de genuinos libertadores.

La arquitectura de defensa colectiva propuesta por los gobiernos de la Alianza de Países del Sahel va más allá de la defensa colectiva, asistencia mutua y proyectos de infraestructura. Se han propuesto rexaminar su historia, crear conciencia e incluso fortalecer lazos de amistad más allá de la propia África. Un vivo ejemplo es el Centro Thomas Sankara, que toma su nombre del líder revolucionario de Burkina Faso asesinado en 1987.

Además de su biblioteca y de los eventos educativos y comunitarios que se llevan a cabo allí, este pasado noviembre el centro organizó una delegación de Benín, Burkina Faso y Níger para visitar a Cuba. Los participantes exploraron vínculos culturales entre la isla y África, conversaron con el comandante Víctor Dreke, quien luchó al lado de Che Guevara por la liberación del Congo, y recorrieron el Parque de Héroes Africanos donde se rinde homenaje a libertadores africanos como Amílcar Cabral, Kwame Nkruma y Patricio Lumumba.

“Yo, como tantos otros –describe uno de los participantes–, siempre había admirado a Cuba como un Estado revolucionario, pero siempre me imaginé que Cuba era extremadamente pobre, con los valores correctos, pero poco progreso material para mostrar a partir de ellos. No puedo creer qué tan equivocado estaba. Deberían venir más personas a Cuba y ver su progreso con sus propios ojos”. El joven reflexiona que después de esta delegación, hay dos convicciones que mantengo: nada es jamás perfecto, todo es un proceso y siempre tenemos que intentar hacer mejor las cosas, y que el socialismo es el camino para la humanidad.

De por sí poderosa, la agresión de las fuerzas imperiales se muestra desmedida con el actual ascenso del fascismo. Y, sin embargo, desde el Sur global, sigue David con su honda fija ante Goliat, una batalla alimentada por un conjunto de resistencias tan pequeñas como contundentes, tan distintas como necesarias, tan tercas como trascendentes. Insumisas, tienen la mirada firme en el horizonte que alberga la utopía, una utopía que, como escribió Eduardo Galeano, por más lejana que parezca, sigue allí para hacernos caminar.

* Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
La Jornada

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