Alfredo Holguín Marriaga (Voz).— En estos once años, Estados Unidos, con la sumisa Unión Europea, ha utilizado a Ucrania para debilitar a Rusia. Los hechos, a pesar de todos los señalamientos, indican que quienes nos opusimos a la guerra hoy podemos, con certeza, repetir que no se trataba de una guerra civil, ni un delirio neoimperial ruso ni una dicotomia entre autocracia y la democracia liberal. Más bien, es un conflicto entre la OTAN y Rusia a través de Ucrania.
Los EE. UU. y su caballo de Troya, Inglaterra, torpedearon los acuerdos acuerdos de Minsk y las conversaciones de paz de Estambul. Las exigencias de Rusia eran y son las que en la llamada del pasado 12 de febrero conversaron Trump y Putín: “hay que parar la guerra”, “Ucrania no será miembro de la OTAN” y “es necesario crear un sistema de seguridad común en toda Europa”, eso sí, que dé garantías tanto Rusia como a los EE. UU.
Ucrania, además sufrir siete millones de desplazados transfronterizos, miles de jóvenes sacrificados en ambos lados del Dniéper, hasta ahora ha perdido aproximadamente el 20% de su territorio y Odesa podría quedar en manos rusas y sin salida al mar Negro, con una economía en ruinas y altamente endeudada.
También se destruyó la institucionalidad y le depara, como consuelo, hacer una larga cola para entrar a la UE, quedando como un Estado tapón y con la amenaza de los líderes ultranacionalistas polacos y rumanos que reclaman territorios ucranianos que, según ellos, históricamente les pertenecen.
Unión Europea humillada
En la recién Conferencia de Seguridad de Munich, JD Vance, vicepresidente los EE. UU., espetó a la UE, al menos cuatro asuntos. Primero, criticó la censura en la UE, que anula a aquellos que no comulgan con las políticas identitarias, el wokismo, etc.; segundo, la anulación por tribunales de la UE de las elecciones en Rumania, en las cuales la extrema derecha con Călin Georgescu ganó con el 23% de los votos, recordándoles que la amenaza a la democracia no proviene de las autocracias de China o Rusia, sino de la propia Europa.
Tercero, responsabilizó a los partidos europeistas de permitir políticas que han redundado en que un 20% de la población sea de origen migrante y, cuarto, no menos importante, ignoró a la UE como parte de la solución de la guerra OTAN-Rusia, ninguneando a Zelenski pero, eso sí, dejó en claro el mensaje que la cuenta para reconstruir Ucrania, el pago, es cuestión de Europa y ahora sin su botiquín envenenado de USAID.
Claro, Trump II sabe que ellos mismos no son el mejor ejemplo, pero JD Vance sabe en qué plaza habla y hacia dónde dispara: claramente contra el cordón sanitario a la ultraderecha, particularmente en Alemania, al partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) y habla en Alemania, principal contribuyente europeo al régimen ucraniano y con elecciones federales para elegir Canciller el próximo 23 de febrero.
La torpe decisión de ir a la guerra y sus consecuencias
La torpeza guerrerista de Biden fortaleció los lazos entre Pekín y Moscú, relación que exitosamente los EE. UU. había torpeadeado durante los últimos 70 años y, por otro lado, dejó al desnudo la debilidad sistémica de la Europa del tratado de Maastricht.
El triunfo relativo de Rusia y el estancamiento de la aventura militarista de la UE, dejan al descubierto también las debilidades de la OTAN, creada para contrarrestar a la URSS, pero hoy la administración Trump, los dueños de la misma, no consideran a Rusia su principal enemigo y, por el contrario, se plantean una reingenieria radical de esta atiguaya.
Europa de nuevo se encamina a lavar los platos, reafirmando su condición de enano político. Con las sanciones a Rusia se pegó un tiro en el pie, pues debilitó la economía debido al alto costo del gas importado desde EE. UU. y a los compromisos forzados de comprar armas made in USA. Además, contratistas norteamericanos se pelean el jugoso negocio de la reconstrucción y de remate condicionarán cualquier “ayuda” a Ucrania al acceso privilegiado a las tierras raras, dándole otro golpe a la UE.
Quedan también al descubierto la izquierda woke y la socialdemocracia sumisa que se convirtieron en vagón de cola de las fuerzas reaccionarias, hiriendo al ya débil modelo nórdico, el ordoliberalismo alemán y lo que sobrevive del keynesianismo.
En consecuencia, se fortalecen las derechas. En primer lugar, la derecha trumpista cobra por ventanilla el poner fin a la guerra, mientras se enfoca en la construcción sionista del gran Israel y, claro, en su rival principal: China; en segundo lugar, las fuerzas de ultraderecha filofascistas europeas salen fortalecidas y, al tiempo, reciben el apoyo de Trump, y; en tercer lugar, se fortalece Putin, que deja en claro la necesidad de un nuevo orden internacional, pero sin olvidar que su partido Rusia Unida, defiende valores que en el occidente colectivo son de derecha.
Lo anterior no significa que la reunión de paz en Arabia Saudí solucione automáticamente el desastre humano y material dejado por la guerra. Recordemos que en Munich, el presidente de facto Zelenski y parte de la dirigencia de la UE han pedido, por el contrario, más armas y un ejército europeo contra Rusia. Naturalmente, van a venir muchas provocaciones usando a los sectores filonazis del ejército ucraniano para alargar el macabro negocio de la guerra.
Se abre una lucha tenaz entre las diferentes élites políticas y corporativas de la Unión Europea, que buscarán tardíamente, sin importarles la sangre del pueblo ucraniano, un puesto en los nuevos escenarios transaccionales y sobre cuál será su papel en el nuevo reparto mundial.
Los recientes hechos ponen de manifiesto la poca estatura política de los líderes europeos que, al cierre de esta edición, han convocado una minicumbre urgente en París. Qué lejos están de líderes como De Gaulle que planteaban que la solución de Europa pasaba por el eje París-Berlín-Moscú, sin el caballo de troya.