Las líneas rojas de la opinión pública rusa en las conversaciones de Paz

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Y la cosa se pondrá aún más turbia –y mucho más peligrosa– si la opinión pública rusa se enfrenta al hecho de que después de 11 años de luchar una cruenta guerra por poderes con el Imperio del Caos, podrían convertirse en socios en sectores industriales estratégicos que el propio Putin definió como esenciales para la seguridad nacional de Rusia.

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Nadie ha perdido nunca dinero apostando por las disparatadas “políticas” de los chihuahuas del Báltico, que ladran ferozmente. Su última maniobra de poder es un intento de convertir el mar Báltico en un lago de la OTAN.

Pepe Escobar.— La idea que un grupo de entidades subnacionales rusófobas tienen lo necesario para expulsar a la superpotencia rusa del mar Báltico y suponer una amenaza para San Petersburgo ni siquiera es una caricatura. Sin embargo, es parte integrante de las obsesiones reconfiguradas de la OTAN, ya que su “vanguardia” belicista se ha trasladado a un eje formado por Londres, Varsovia, los chihuahuas del Báltico y Ucrania.

Todavía está por verse en qué tipo de agujero negro se convertirá Ucrania tras el fin de la guerra (que puede que ni siquiera ocurra en 2025). Lo que es seguro es que, en caso que Ucrania abandone el bloque (cualquiera sean las modalidades), entrará Rumanía.

Toda la farsa electoral en Rumania –incluida la demonización del favorito en las elecciones, Calin Georgescu– gira en torno a la modernización de la base Mihail Kogalniceanu, que se convertirá en la mayor base militar de la OTAN en Europa.

Así pues, una vez más, todo gira en torno al Mar Negro. La OTAN causando estragos en el Mar Negro conlleva perspectivas mucho más atractivas que la OTAN monopolizando el Mar Báltico a través de sus chihuahuas.

Ilya Fabrichnikov, miembro del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia, ha publicado un notable ensayo centrado esencialmente en el Mar Negro ( se trata de una versión abreviada en el diario Kommersant) .

Fabrichnikov argumenta convincentemente que desde un ángulo europeo (UE/OTAN), lo que realmente importaba en Ucrania era “mover sus fronteras, junto con su infraestructura militar, política y económica, cerca de las de Rusia, para poner bajo control el corredor comercial estratégico del Mar Negro –que se extiende fácilmente más al norte a lo largo de la ruta Odessa-Gdansk– con el fin de explorar de manera más conveniente y rápida los espacios económicos de Asia y el norte de África, y comenzar a dictar sus términos a los suministros rusos de petróleo, gas y otros recursos que necesita la economía europea”.

A medida que este juego de poder enfocado en instrumentalizar a Ucrania se desenreda en tiempo real, se necesita un reemplazo, incluso mientras los eurócratas belicistas siguen vendiendo sin parar su demencia orwelliana de “la paz es guerra”, acompañada de un tsunami ininterrumpido de sanciones y renovadas promesas de avalanchas de armas a Kiev.

Se trata de un clásico asunto de vasallos de Bruselas, aunque la tóxica Medusa von der Lugen, al frente de la CE, y Rutti-Frutti, nuevo jefe de la OTAN, fueron designados en esencia por Washington y Londres. En conjunto, Europa ha inyectado muchos más fondos político-militares en el agujero negro de Ucrania que los estadounidenses.

La razón es sencilla: para Europa no hay ningún plan B más allá del sueño de una maravillosa “derrota estratégica” de Rusia.

El juego de poder entre la UE y la OTAN en el Mar Negro haría aún más imperativo para Rusia conectarse con Transnistria. El único que puede responder si esto forma parte de la planificación actual es, por supuesto, el presidente Putin.

Los neonazis bombardean un oleoducto

Los servicios de inteligencia rusos saben perfectamente que los europeos ya se han repartido en cierta medida sus propias áreas en Ucrania, desde puertos hasta minas. No sorprende que los británicos, a través del MI6, estén por delante de los “continentales”, en su mayoría Alemania.

Todo esto se entrelaza con el turbio acuerdo de armas por metales cerrado por Trump 2.0 con el actor de sudaderas totalmente ilegítimo convertido en gánster en Kiev. Lo único que le importa a Trump es recuperar el dinero estadounidense, ya sea que la factura total sea de 500 mil millones de dólares o menos (en realidad, mucho menos).

En este kabuki entra en escena el verdadero poder en Kiev tras la proclamación de la ley marcial: el Consejo Nacional de Defensa y Seguridad de Ucrania. Este actor no electo, en realidad ilegal, no toma desde hace tiempo decisiones importantes. Las emite el ex jefe del servicio secreto exterior, Oleksandr Lytvynenko.

Fue el consejo el que el 17 de febrero ordenó el bombardeo del crucial oleoducto propiedad del Consorcio del Oleoducto del Caspio (CPC) que une Kazajstán con Novorossiysk y exporta cargamentos de petróleo kazajo y ruso.

Entre los accionistas de CPC destacan la italiana ENI (2%); la Caspian Pipeline Co., subsidiaria de Exxon Mobil (7,5%); y la Caspian Pipeline Consortium Co., subsidiaria de Chevron (15%).

Bueno, eso no es muy brillante: los “nacionalistas integrales”, código para los neonazis en Kiev, decidieron bombardear un activo parcialmente propiedad de los estadounidenses. No solo habrá una reacción violenta por parte de Trump 2.0, sino que ya está ocurriendo.

En el igualmente turbio frente de las tierras raras, la reciente entrevista de Putin al Canal Uno parece haber desconcertado a todo el mundo. Rusia, dijo, tiene muchas más tierras raras que Ucrania y está “dispuesta a trabajar con nuestros socios extranjeros, incluido Estados Unidos” para desarrollar esos depósitos. Es un clásico de Sun Tzu Putin: los estadounidenses no tendrán tierras raras para explotar en el futuro, tampoco en Ucrania, porque no existen. Pero pueden ser socios de Rusia en Novorossiya.

Todo lo anterior, por supuesto, presupondría una negociación sólida entre Estados Unidos y Rusia sobre Ucrania. Y, sin embargo, el equipo de Trump 2.0 todavía no parece entender las verdaderas líneas rojas rusas:

1. No se permitirá un alto el fuego temporal “en la línea del frente”.

2. No se permite el comercio de nuevos territorios adquiridos en el campo de batalla.

3. No habrá fuerzas de paz de la OTAN ni de Europa en las fronteras occidentales de Rusia.

Putin desconcierta a Trump

En la actualidad, Washington y Moscú siguen divididos por un abismo.

El señor Disco Inferno simplemente no puede hacer concesiones serias, ni reconocer de facto la derrota estratégica del Imperio del Caos, porque eso sellaría el fin definitivo de la hegemonía unilateral.

Putin, por su parte, no está dispuesto a renunciar a las victorias que ha conseguido con tanto esfuerzo en el campo de batalla. La opinión pública rusa no espera menos. Al fin y al cabo, Rusia tiene todas las cartas en juego para una posible negociación.

La UE y la OTAN nunca admitirán su propia derrota estratégica autoinfligida; de ahí esos sueños en el Báltico y el Mar Negro, que conllevan una fantasía adicional de perturbar las Nuevas Rutas de la Seda de China tanto como de “aislar” a Rusia.

Putin está haciendo volteretas virtuales para inculcar algo de sentido común. El presidente ruso señaló en lo que respecta a las relaciones entre Estados Unidos y Rusia:  “el primer paso debería centrarse en aumentar el nivel de confianza entre los dos países. Esto es exactamente lo que hemos estado haciendo en Riad y a eso se dedicarán nuestros próximos contactos de alto nivel. Sin esto, es imposible resolver ningún problema, incluido uno tan complejo y agudo como la crisis ucraniana”.

La confianza está lejos de restablecerse, especialmente en relación con un Imperio del Caos definido por Lavrov como “capaz de no llegar a acuerdos”, con su credibilidad global hecha trizas. A esto hay que sumarle una grandilocuencia tras otra fabricada para controlar el ciclo informativo las 24 horas del día, los 7 días de la semana: el modus operandi preferido de Trump 2.0. Nada de eso conduce a ese mantra diplomático primordial: “generar confianza”.

Y la cosa se pondrá aún más turbia –y mucho más peligrosa– si la opinión pública rusa se enfrenta al hecho de que después de 11 años de luchar una cruenta guerra por poderes con el Imperio del Caos, podrían convertirse en socios en sectores industriales estratégicos que el propio Putin definió como esenciales para la seguridad nacional de Rusia.

Así de fácil. O puede que simplemente se trate de Putin desconcertando a Trump con alguna táctica imprevista de Sun Tzu.

A principios de esta semana tuve una fabulosa conversación extraoficial con Serguéi Glaziev, exmiembro de la Unión Económica Euroasiática (UEE) y ahora responsable de la consolidación del Estado de la Unión (Rusia-Bielorrusia). Le correspondió al señor Glaziev elaborar el resumen definitivo de todo lo que se estaba desarrollando ante nuestros ojos: “Esta es una guerra muy extraña”.

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