Juan Manuel Olarieta (mpr21).— Los acontecimientos se aceleran. Trump ha llegado a la Casa Blanca con un plan bajo el brazo, el mismo que no pudo poner en marcha en 2017. Se trata exactamente de que “América” sea grande otra vez. Para ello debe dejar de lado al resto del mundo y concentrarse en eso: en sus propios problemas internos.
Al mismo tiempo, los problemas de Estados Unidos no se puede decir que sean exactamente “internos” porque derivan de una crisis capitalista, que es de alcance internacional. Si no se toman medidas inmediatamente, la crisis puede ser realmente devastadora.
Obviamente Trump no es un pacifista. Retrocede porque no le queda otro remedio. Ha llegado para gestionar la crisis económica y política del imperialismo estadounidense y su plan es realmente simple: presionar al resto del mundo para que pague la gigantesca deuda que tiene Estados Unidos, que asciende a 34 billones de dólares, de los cuales un tercio está en manos de países extranjeros.
Al plan de Trump lo han llamado “Acuerdo de Mar-a-Lago” porque se aprobó en las reuniones informales mantenidas el 21 y 22 de enero con los ministros de finanzas y banqueros centrales del G7 en su mansión de Florida.
El nombre evoca al Acuerdo del Plaza cuando en 1985 Reagan reunió en el Hotel Plaza de Nueva York a los ministros de finanzas y gobernadores de los bancos centrales de Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido y Francia. Tras años de políticas monetarias restrictivas por parte de Reagan y Thatcher, en los años ochenta del siglo pasado las grandes potencias necesitaban devaluar el dólar para reducir el déficit de la balanza de pagos. Esas políticas económicas entonces se llamaban “aterrizajes suaves”, o sea, provocar la crisis para controlarla de manera conjunta.
Ahora Trump recurre a un formato similar para reestructurar la deuda de Estados Unidos siguiendo el mismo procedimiento: provocar la crisis para intentar controlarla. Como es evidente, las políticas económicas implementadas en 1985 fracasaron, aunque dilataron el problema que, naturalmente, con el tiempo transcurrido es ahora mucho mayor.
Aquel fracaso se reproduce cuatro décadas después. Las medidas son las mismas y, como explicamos ayer, empiezan por debilitar deliberadamente el dólar para impulsar las exportaciones estadounidenses y reducir el déficit comercial. La devaluación del dólar, que los “expertos” explican de una manera ridícula como una desconfianza de los capitalistas hacia Trump, supone la revalorización del oro, entre otras cosas.
Mantener el dominio de un dólar devaluado
A pesar de la devaluación, el plan pretende mantener, al mismo tiempo, el dominio del dólar como moneda de reserva mundial, lo cual es una contradicción: ningún país va a querer un dólar devaluado. Por lo tanto, no parece “lógico” que terceros países paguen las astronómicas deudas de Estados Unidos, pero lo que no es “lógico” sí es político: Estados Unidos tiene que “animar” a los demás a que le saquen las castañas del fuego. Entre varios países, la deuda de Estados Unidos puede ser asumible… hasta cierto punto.
En Florida los cabecillas del G7 negociaron la mejor manera de pagar la deuda de Estados Unidos porque las consecuencias de dejar caer su economía serían mucho peores. En sus diccionarios los “expertos” lo llaman “riesgo sistémico” y traducido al román paladino significa que la economía de Estados Unidos es demasiado grande para dejarla caer. Un hundimiento, que sería mucho peor que el de 1929, los arrastraría todos ellos en su caída.
Para evitarlo, en Mar-a-Lago los del G7 hablaron de crear un fondo soberano con dos tipos de activos. El primero serían divisas extranjeras que permitirían a Estados Unidos intervenir en los mercados cambiarios y presionar el dólar a la baja.
El segundo derivaría de la revalorización del oro que, a su vez, revalorizaría las reservas de Estados Unidos, si es que aún existen, para cambiar la contabilidad: con la misma cantidad de oro, parece que hay más y la deuda se reduce.
Las pataletas por la subida de los aranceles son una pantomima
En Mar-a-Lago estaban representados los países del G7, por lo que las pataletas por el aumento de los aranceles es una pantomima de cara a la galería. Trump les había advertido con antelación y ellos estuvieron de acuerdo, lo mismo que en 1985. Por lo tanto, la subida de los aranceles no está diseñada como una provocación sino como un incentivo para la negociación. El objetivo es forzar a los competidores a pagar la deuda de Estados Unidos, al menos en parte.
Ahora bien, si en Mar-a-Lago se llegó a algún acuerdo, es discutible que se pueda mantener a lo largo del tiempo. La subida de los aranceles indica, más bien, que la crisis no se va a poder provocar de manera conjunta y coordinada entre las grandes potencias. Desde luego que un actor principal, como China, no estuvo en Florida y, en consecuencia, no está comprometida con el acuerdo.
Pero la subida de los aranceles no está diseñada como una provocación sino como un incentivo para la negociación. El objetivo es el mismo que en 1985, cuando Japón pagó los platos rotos de la crisis económica estadounidense, y no ha logrado levantar cabeza desde entonces. Ahora no se va a tratar sólo de Japón, sino de todos los demás. Trump quiere arrojar la crisis de Estados Unidos sobre las espaldas de sus “socios” y, por supuesto, de sus competidores.
Para financiar la deuda estadounidense parece que el Tesoro podría emitir bonos a largo plazo que no devenguen intereses (“zero coupon bonds” o cupones cero). Para eso es necesario que los “socios” del G7 lo acepten, es decir, que le paguen la deuda a Estados Unidos de su bolsillo y cambien unos papeles por otros parecidos.
Una emisión de cupones cero, muy típica de Estados Unidos, especialmente en las administraciones públicas, no sólo sería un declaración de quiebra sino, además, una estafa tan burda que pocos pueden caer en ella… si no les empujas un poco para que traguen. Las recientes políticas militares en Europa y Oriente Medio forman parte de ese empujón: Estados Unidos presiona a los europeos y saudíes para que le financien la deuda con “cupones cero” a cambio de mantener el apoyo militar.
Los cupones cero se emiten a un precio significativamente inferior a su valor nominal (o valor a la par) y se pagan al vencimiento por dicho valor completo. La ganancia para el especulador proviene de la diferencia entre el precio de compra y el valor recibido al final del plazo.
Las bravuconadas de Trump, que se suceden unas a otras, no son otra cosa que amenazas y presiones para negociar y el negocio consiste en que los demás paguen por sus deudas.