Sergio Rodríguez Gelfenstein.— En la entrega anterior habíamos quedado en los días finales de enero de 1945 cuando la vanguardia de las tropas soviéticas forzaron el Río Oder que marca la frontera estatal entre Polonia y Alemania ocupando una cabeza de puente a 490 Km. al oeste de Varsovia y a poco menos de 100 Km. de Berlín.
Gran Guerra Patria de la Unión Soviética. Preparando la batalla final
Al cruzar el río Oder, el ejército rojo ocupó la ciudad de Kienitz, primera urbe capturada por las fuerzas armadas soviéticas en territorio alemán. La sorpresa para las tropas nazis fue total. Al entrar en la ciudad, los soldados soviéticos se encontraron con que los alemanes se paseaban tranquilamente, los restaurantes estaban llenos de miembros de la Wehrmacht y los trenes funcionaban sin contratiempos.
Tras recuperarse del asombro, el 2 de febrero, los alemanes realizaron una fuerte ofensiva para tratar de desalojar al destacamento soviético de la cabeza de puente conquistada al oeste del Oder. Fue infructuoso, a pesar que en el transcurso del combate se creó una situación altamente peligrosa por la irrupción de los tanques nazis en las posiciones de fuego de la artillería soviética, el heroísmo de los soldados y oficiales impidieron el éxito del enemigo.
Con el transcurrir de los días, la cabeza de puente se fue ensanchando con la llegada de nuevos destacamentos, pero, en simultáneo se producían constantes intentos de los alemanes por desalojarlos del terreno conquistado, los combates duraron varios días, los resultados eran ambivalentes: ambas fuerzas avanzaban y retrocedían. Sin embargo, al final, las tropas soviéticas se impusieron, la cabeza de puente fue ampliada creando las condiciones para que el 1er. Frente de Bielorrusia, consolidado en el terreno, comenzara a preparar las operaciones que condujeran al ejército rojo a la toma de Berlín.
Pero la amenaza de una contraofensiva alemana era latente. La información que llegaba a Moscú, enviada por fuentes muy diversas, era abundante. El mando soviético debió actuar con pericia y visión de conjunto para desplazar y concentrar las tropas en las áreas donde se preveía el ataque enemigo. Además era necesaria una coordinación en el nivel superior, el avance de los diferentes frentes debía ser concertado y ordenado. Esa tarea le correspondía al Gran Cuartel General (GCG) desde donde Stalin dirigía la guerra. Si un frente avanzaba más rápido que otro, se corría el riesgo de que se crearan brechas a través de las cuales podía penetrar el enemigo y avanzar hacia la profundidad, poniendo en riesgo la ofensiva.
Entendiendo la situación, el 24 de febrero, el GCG introdujo en combate al 19 Ejército que formaba parte de su reserva con lo que la ofensiva pudo retomar el ritmo necesario. El 1° de marzo pasaron al ataque el 1er, Frente de Bielorrusia, primero y el 2do. Frente de Bielorrusia pocos días más tarde. Estas fuerzas salieron a la costa del Mar Báltico amenazando al enemigo desde el noreste.
En esta situación el alto mando soviético discurría acerca de la mejor forma de diseñar el ataque sobre Berlín, pero no había una idea única. A pesar que se sabía que los alemanes ya no contaban con grandes agrupaciones de choque, tampoco con una línea de defensa continua, también era conocido que Hitler había retirado del frente occidental de 9 a 10 divisiones que estaban siendo trasladas al frente oriental con la idea de utilizarlas en la defensa de Berlín. Era claro que las tropas estadounidense-británicas no eran el enemigo principal para los nazis, reservándose incluso la posibilidad de negociar con ellos para contener a la Unión Soviética.
En algún momento, el alto mando soviético pensó que ya en febrero se podía realizar la batalla final pero la preparación de las tropas para ello y el aseguramiento combativo y logístico necesarios para dar el combate decisivo, no habían sido logrados.
El ritmo acelerado de la ofensiva durante los últimos meses había “despegado” en demasía la línea del frente de la logística. No se había logrado trasladar las municiones, los víveres y el combustible necesarios para una batalla de dimensiones como la que se planificaba. Así mismo, la aviación tampoco se había podido acercar, no se había conseguido construir nuevos aeródromos en los terrenos encharcados por el invierno. El objetivo “Berlín”, debía esperar un poco más.
La información obtenida por la inteligencia soviética resultó ser cierta. Los alemanes se preparaban para un fuerte contragolpe que fracturara la línea de ataque soviética: la idea de Hitler era atacar desde la Pomerania Oriental, ubicada en el noreste de Alemania sobre el mar Báltico. Sin embargo, la oportuna información obtenida permitió tomar medidas que contrarrestaron la intentona enemiga. La decisión de paralizar la ofensiva fue correcta. Las memorias escritas por varios generales alemanes al final de la guerra, lo certifican.
En esa situación el GCG decidió introducir nuevas reservas en combate para evitar la probable contraofensiva alemana desde Pomerania. En el momento, ahí se localizaba la principal amenaza alemana y sobre ella debían volcarse todos los esfuerzos. Simultáneamente, los nazis ofrecían fuerte resistencia impidiendo que el ejército soviético mantuviera el ritmo acelerado que había adquirido la ofensiva en los meses anteriores.
No obstante, en pocas semanas, el 2do. y el 1er. Frente de Bielorrusia culminaron el aniquilamiento de la agrupación enemiga y a finales de marzo, la Pomerania oriental estaba bajo control soviético. Así, se crearon las condiciones para la realización de la operación Vístula-Oder (dos grandes ríos europeos, el primero en Polonia y el segundo en Alemania) al final de la cual, con la victoria soviética, casi toda Polonia quedó liberada y el grueso de las acciones se trasladó definitivamente a territorio alemán. En esta operación fueron derrotadas 60 divisiones alemanas, lo cual obligó al alto mando hitleriano a trasladar más de 29 divisiones y 4 brigadas desde otros sectores del frente soviético-alemán y desde Italia para intentar garantizar la defensa de Berlín.
La operación Vístula-Oder señaló un nuevo nivel de capacidad combativa del ejército rojo que avanzó a un ritmo promedio de 25-30 km. diarios, mientras que los ejércitos blindados lo hicieron a 45 y hasta 70 km. por día. A ellos les correspondió el esfuerzo mayor en los combates. Así mismo, esta operación se caracterizó una vez más por un extraordinario despliegue de acciones de desinformación que permitieron ocultar de los alemanes la envergadura de la ofensiva, la fecha y la dirección principal de la misma.
En otros frentes, las acciones combativas también se desarrollaban con alta impetuosidad. En Hungría, ante el avance soviético que había logrado superar el río Danubio, los nazis intentaron una contraofensiva para expulsarlos al otro lado del río. Con ello intentaban salvar una gran agrupación de tropas que estaba cercada en Budapest, pero no lograron su objetivo. El ejército soviético rechazó todos los intentos alemanes y a mediados de marzo (hace exactamente 80 años) prepararon condiciones para pasar a la ofensiva a fin de liberar Viena, la capital austríaca, operación que dio inicio el 16 de marzo y culminó el 15 de abril con la liberación de Hungría, parte de Checoslovaquia y Austria (incluyendo su capital). Alemania perdió las fuentes que le proporcionaban combustible en Hungría y Austria y una buena cantidad de fábricas de armamento.
De esta manera, las tropas soviéticas se acercaban a Berlín desde dos direcciones, norte y sur. Igualmente, en el frente occidental de Alemania, las tropas estadounidense-británicas forzaron el río Rin, obligando a la agrupación nazi de ese sector a capitular el 17 de abril. En la historiografía estadounidense le confieren a este día, la fecha de la derrota nazi. Pero lo cierto es que Hitler seguía vivo y los combates continuaban.
Después de posponer durante años su irrupción en Europa, llevar un ritmo extremadamente cuidadoso de las operaciones, ahora el mando estadounidense se había acelerado. Los gobiernos anglos presionaban a sus mandos militares para que apresuraran el ataque a fin de apoderarse de Berlín antes que llegaran los soviéticos.
El 1° de abril, Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido le escribió a Franklin Roosevelt, presidente de Estados Unidos. Le dice: ” Los ejércitos rusos, indudablemente se apoderarán de toda Austria y entrarán en Viena. Si toman también Berlín, ¿no les creará la noción demasiado exagerada de que han hecho el mayor aporte a nuestra victoria común y no los conducirá esto a tal estado de ánimo que provoque en el futuro serias y muy sensibles dificultades? Por eso, estimo que desde el punto de vista político debemos avanzar en Alemania lo más que podamos hacia el este y en caso de que Berlín se ponga a nuestro alcance, indudablemente debemos tomarlo…”. Sobran los comentarios.
En el interín de estos combates, entre el 4 y el 11 de febrero se había producido la conferencia de Yalta en la que participaron los máximos líderes de la Unión Soviética, Estados Unidos y el Reino Unido. En esta reunión no solo se ultimaron detalles para la derrota final de Alemania, también se discutió sobre el futuro de Europa y la administración de Alemania cuando finalizara el conflicto y se diseñó la estructura del sistema internacional que imperaría en el futuro.
En la conferencia, el líder soviético le insistió a sus contrapartes sobre la necesidad de que sus tropas adoptaran un ritmo ofensivo más consistente, al mismo nivel del que mantenían los soviéticos y aunque se firmaron varios acuerdos al respecto, no fue hasta abril cuando las potencias occidentales parecieron tomar cartas en el asunto. La carta de Churchill a Roosevelt del 1° de abril es manifestación clara de ello.
Como si lo que ocurre hoy en el conflicto ucraniano fuera una copia del pasado, Stalin se entendió mejor con Roosevelt que con Churchill. El primer ministro británico le preocupaba en especial lo que habría de ocurrir en Polonia y el diseño de sus fronteras a futuro. Además, propugnaba la idea de instalar en el poder a un líder polaco que había sido cobijado en Londres durante toda la guerra y que no era más que un peón sin criterio propio, al servicio de los ingleses.
Durante los primeros días de marzo se realizó en Moscú una reunión en la que participaron varios miembros del Comité de Defensa del Estado presidido por Stalin. Asistieron entre otros, el primer ministro Gueorgui Malenkov, el canciller Viacheslav Mólotov, el jefe del Estado Mayor General Aleksei Antónov y el mariscal Gueorgui Zhúkov, jefe del 1er. Frente de Bielorrusia a quien correspondería la misión principal en el ataque a Berlín.
Antonov y Zhúkov presentaron un informe con propuestas concretas para el desarrollo de la operación. La idea era atacar Berlín desde tres direcciones: este, sur y norte. Stalin dio el visto bueno y ordenó dar a los frentes las instrucciones necesarias para el cumplimiento de las misiones que le correspondía a cada uno de ellos. Así, la operación contra Berlín quedo autorizada, solo pendiente de ejecución. Era el 9 de marzo de 1945.
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