De la Europa ocupada a la Europa colonizada por EEUU y el declive de la “gran Alemania

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La historia se repite, ahora el gobierno alemán afirma que el gasto en necesidades militares estimula la economía, al igual que la Alemania en la década de 1930.

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Andrés Piqueras.— En los años 70 del siglo XX se hicieron evidentes los límites de los mecanismos anticíclicos keynesianos. La pérdida de eficacia de éstos propició las condiciones para abrir el camino a iniciativas de represión de la demanda y regresión fiscal, combinadas con políticas recesivas y de control del déficit y de la inflación, así como de fomento de la financiación privada. Serían las que presidirían en adelante por doquier las estrategias de gobierno de un capitalismo que iniciaba su dimensión transnacional.

Empezaba así una nueva intervención masiva del Estado en favor de una acumulación capitalista que (de nuevo) no mostraba fuelle por sí misma. Pero ahora esa intervención se realizaba, con todo tipo de medidas, del lado de la oferta.

Para encastrar todo ello de forma más o menos coherente había que buscar un nuevo modo de regulación que conllevara una ruptura de los “pactos de clase” en las sociedades centrales, (especialmente en el punto de indexación de los salarios a la productividad y en el objetivo del “pleno empleo”), aunque tuviera que actualizar la doctrina político-económica fundacional del capitalismo.

De esta forma cobraría vida el neoliberalismo, que si bien fracasó a la hora de propiciar una acumulación sostenida, fue exitoso en la eliminación, integración-cooptación o reducción al mínimo-marginación de los sujetos antagónicos, inclinó drásticamente la distribución del plusvalor en favor del Capital, favoreciendo una enorme concentración de la riqueza, la cual pasaría en adelante a través de la financiarización de la economía.

Una y otra compensarían al capital, de alguna manera, de la falta de rentabilidad productiva. No hubo que esperar mucho, sin embargo, para evidenciar los resultados procíclicos que ello entrañaba, más allá de las devastadoras consecuencias sociales.

El shock financiero-bancario de los años dos mil no fue sino el resultado del fracaso en los intentos de escapar de la Segunda Larga Crisis, comenzada hacia 1973 y sólo parcialmente esquivada mediante la nueva mutación capitalista hacia un capitalismo cada vez más entrelazado con la sobreexplotación, el autoritarismo, la crisis y la guerra como maneras de gestionar la relación Capital-Trabajo, la división internacional del trabajo y, en general, la vida de las poblaciones, así como de convertir la Política en gestión de la subordinación, eliminando toda la dimensión social (“keynesiana”) del capitalismo híbrido anterior.

Tenemos, entonces, que la salida a la Primera Larga Crisis Sistémica (que comenzó en los años 70 del siglo XIX y que tuvo sus réplicas en los años 20 y 30 del XX) se realizó mediante todo un conjunto de dispositivos económicos e institucionales tendentes a desarrollar la demanda, a través de un capitalismo híbrido que se vio forzado a reconocer a su fuerza de trabajo como parte de la ciudadanía.

La salida a la Segunda Crisis de Larga Duración se ha venido llevando a cabo, en cambio, mediante procedimientos contrarios: deprimiendo la demanda y manteniéndola indirectamente a través del crédito-endeudamiento y la participación en la especulación financiera.

El caso de la Unión Europea

Europa se ve forzada a buscar su reacomodo ante la falta de reglas y el uso de la fuerza militar a conveniencia que presidirán la nueva dinámica hegemónica norteamericana tras la caída del Este.

Las clases dominantes europeas han ido dando los pasos pertinentes para aproximarse al modelo capitalista norteamericano (el más cercano a lo que se ha conocido como “capitalismo salvaje”).

Desde el Tratado de Maastricht de 1992 a la Cumbre de Lisboa de 2001, el rosario de cumbres y acuerdos o tratados que salpican esos 10 años responde a un cuidadoso plan de desregulación de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas laborales), de liberalización económica (en detrimento de la intervención de carácter social de los Estados y en beneficio del papel que éstos juegan a favor del gran capital), y de ruptura unilateral, en suma, de los “pactos de clase” que habían mantenido el equilibrio social en la larga postguerra europea, extremando e adelante las desigualdades tanto intra como intersocietales entre los países de la Unión.

La UE se ha venido conformando, pues, como la mayor expresión del capital oligopólico transnacional “financiero”, una vía para puentear los parlamentos y las instituciones locales, sustrayendo las decisiones e intereses del Gran Capital a las luchas de clase a escala estatal que forjaron las distintas expresiones nacionales de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo.

Se trata de una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda única.

Constituye el mayor ejemplo mundial de institucionalización del neoliberalismo a escala de un continente entero; si la “Europa socialdemócrata” fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando éste todavía impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación.

Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo y de las condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto de disposiciones y requisitos, de toda una institucionalidad concebida y conformada para ser irreformable (pues requiere de unanimidades casi imposibles para que no sea así).

Se inspiraba la UE en la idea del “constitucionalismo económico” de finales de los pasados años 70, y desarrollada en los años 80 por la flor y nata del neoliberalismo (Buchanan, Milton Friedman, Hayek…) para restringir los poderes económicos, monetarios y fiscales de los gobiernos, “evitando que los gobernantes de turno pudieran tomar decisiones circunstanciales”, según su jerga, lo que no quiere decir sino que tales decisiones pudieran estar influidas por las luchas populares. Se trataba, por tanto, de establecer determinados principios obligatorios, inamovibles, fuera quien fuese que llegara al gobierno en cada país.

TRATADO DE MAASTRICHT  1992      

Plan de Convergencia y Estabilidad . Principal instrumento de las élites europeas para imponer una nueva  institucionalidad continental.

Objetivos:

I. Controlar el gasto social [el control del mismo a escala europea] è control de la inflación y de la deuda pública

II. Rehacer la estructura económica de la Unión en función de los intereses del ‘capital financiero’

III. Liberalización financiera total – Mercado financiero europeo a través de una moneda común sin respaldo político concreto

Pero un derecho petrificado deja ser útil no sólo para las clases populares, sino llegado un punto también para la propia clase capitalista. Así cuando ésta ha querido aumentar aún más el grado de explotación social y ambiental o la “financiarización” de las economías, ha tenido que recurrir a puentear a la propia UE, creando nuevas instancias de eso que ellos llaman “gobernanza”, en definitiva, estructuras de poder dual respecto de la Unión.

Así, por ejemplo, el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria, para consolidar la penetración financiera de los Estados, y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, para asegurar los Programas de Ajuste Estructural que garanticen el pago de las deudas en favor del gran capital a interés global acreedor y en detrimento de las condiciones sociales, laborales y, en conjunto, de “seguridad social”, de las poblaciones de los respectivos Estados (ver sobre estas cuestiones, Albert Noguera, El sujeto constituyente. Entre lo viejo y lo nuevo. Trotta. Madrid).

De hecho, si hace falta, se modifican las propias constituciones, de manera que sea “anticonstitucional” intentar cambiar la falta de soberanía nacional, como el tándem PP-PSOE demostró al meter mano al artículo 135, subordinando los derechos sociales reconocidos en la constitución española al pago de la deuda externa.

Ese complicado entramado de blindaje va, por tanto, de la mano de un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del Estado, para debilitar todas las opciones democráticas que las poblaciones pudieran conseguir para defenderse.

La des-substanciación de las instituciones de representación popular está garantizada desde el momento en que las decisiones parlamentarias estatales quedan subordinadas a los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación, déficit presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo.

La construcción de la Gran Alemania

La propuesta de unión transfronteriza de las economías europeas (desde el Plan Schuman a los Tratados de Roma), procuraba la libre circulación de las mercancías estadounidenses en la parte occidental del continente, para mayor crecimiento económico de Estados Unidos. Por otro lado, con miras a reconstruir el orden mundial en función de sus propios intereses, EE.UU. percibió la conveniencia de reactivar la capacidad de los otros dos grandes polos de desarrollo capitalista: Europa central y Japón.

La elección de Alemania (por segunda vez, tras armarla contra la URSS en los años 20 y 30) y de la potencia nipona (potencias derrotadas en la II Guerra Mundial), se incluía en su estrategia encaminada tanto a garantizar la dinámica de acumulación, como a enfrentar a los dos grandes objetivos que EE.UU. había señalado como enemigos a batir: Rusia y a partir de 1949, China.

Una vez distanciada del mundo eslavo, Alemania era la pieza clave para el enfrentamiento con el primero de ellos (Rusia). Japón lo sería con el segundo (China). En el caso de Alemania, EE.UU. fuerza la construcción de un espacio económico europeo, previamente sembrado de dólares, en el que la decaída potencia europea pudiera encontrar un hinterland que se fuera haciendo solvente para absorber sus exportaciones. También para asegurar las exportaciones norteamericanas, pues el hegemón buscaba igualmente continuar asegurándose sus superávits de postguerra a través de un gran mercado europeo sin trabas. Ahora una parte de los superávits los iba a destinar a Alemania (y por extensión, a buena parte de la Europa Occidental) y Japón, en forma de inversiones directas y asistencia, para que pudieran comprar tanto las mercancías estadounidenses como sus exportaciones de armamento.

Alemania se decantaría por la austeridad y el equilibrio presupuestario, así como por una política monetaria estricta de cara a contener la inflación, aumentar la competencia y eficiencia de su industria, embridar los salarios y limitar la demanda interna (el aumento medio del salario anual pasa de 8,4% en 1973-79 a 4,2% en 1982-90). Medidas que le hacen depender cada vez más de las exportaciones (recordemos también quela Banca alemana estaba directamente vinculada a la industria).

Así pues, el proyecto alemán de lanzar la UE, siguiendo los pasos estadounidenses de un mercado único, tuvo como objetivo posibilitar su reestructuración productiva con miras a la exportación, correlativa a la disminución continua del salario real interno.

En las últimas décadas del siglo XX la vieja industria alemana se reconvirtió, renovando su perfil hasta hacerse una “arrolladora máquina de generar excedentes” (las ventas externas pasaron del 20% del PIB en 1990 al 47% en 2009). Pero en todo este proceso hay que considerar también otra dinámica que casa mal con la economía productiva: la de la financiarización económica alemana.

La clase capitalista alemana pugnó desde finales de los años 60 por desligarse de la sujeción de las finanzas a la industria. Buscaban financiarse en los mercados de eurodólares de Londres.

Durante la fase neoliberal o de capitalismo monopolista transnacional, la desregulada estructura financiera mundial le proporcionó la posibilidad de conseguir crédito fuera de la economía productiva. Esas masas de capitales “liberados” de los ciclos manufactureros locales quedaban listas para invertirse en los mercados financieros, donde se puede entrar, recoger beneficios y salir sin producir ni un alfiler, esto es, sin generar la menor riqueza.

Mientras que el capital a interés especulativo parasitario transnacional, especialmente el de EE.UU., se hacía con el control de muchas de las principales empresas del DAX alemán, ese mismo capital alemán se destinaba a:

a) Prestar a la Banca de las formaciones periféricas europeas, a fin de generar un ciclo de demanda de los productos alemanes [cuando, en plena crisis, los Bancos privados tienen que satisfacer la deuda alemana y no pueden, son los Estados (es decir, el conjunto de la población) los que la asumen (en una práctica que comenzaría a hacerse más y más recurrente en el capitalismo decadente, la de la “socialización de pérdidas”)].

b)  Invertir especulativamente en el sector inmobiliario de ciertas de esas formaciones y también en el de EE.UU., contribuyendo a provocar sus enormes burbujas.

c) Invertir en la Europa del Este para la apropiación por desposesión y la explotación de una fuerza de trabajo que se había depreciado substancialmente con la “terapia de shock” que previamente habían aplicado en esas formaciones sociales la UE y el FMI.

Esto último serviría también para lanzar un ataque feroz contra la fuerza de trabajo alemana para extender su precarización (Alemania es la única formación de la OCDE en la que los salarios reales cayeron ininterrumpidamente entre 2000 y 2007).

Durante este tiempo decae también la productividad alemana, pero el mecanismo de acreencia-deuda generado con las formaciones periféricas europeas permite aplazar el necesario ajuste bancario en Alemania y contener mediante el gasto público pagado con esa deuda, el desplome de “la mastodóntica clase media fordista alemana”.

Sin embargo, el “desajuste” financiero-productivo en forma de crisis recesiva era cuestión de poco tiempo para Alemania, mas no sin antes haber dejado un panorama europeo desolador.

De hecho, Alemania sólo aceptó la unión monetaria a cambio de que no se estableciese ningún medio de solidaridad presupuestaria entre los países miembros ni la creación de un Banco Central. Entró en el euro con una balanza corriente deficitaria y con una tasa de cambio desfavorable. Financió la unificación del país con un fuerte endeudamiento público –condiciones que no permitiría a ninguna otra formación socioestatal europea– y promovió la colonización de Europa del Este en forma de “ampliación de la EU” (con lo que conseguía la incorporación de fuerza de trabajo altamente cualificada a bajo coste y una fuerte presión competitiva sobre los costes laborales internos).

Final de la Gran Alemania y autodestrucción forzada de Europa

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha apostado por la integración militar, política y económica de los países de Europa y Japón en un bloque que controla. A través de la estructura OTAN+, Estados Unidos se aseguró un dominio militar completo dentro del grupo imperialista, desplegando numerosas bases militares en países derrotados en la Segunda Guerra Mundial, como en Japón (120), Alemania (119) e Italia (45), pero también en el conjunto de Europa, cuya presencia militar asegura la ocupación del pseudocontinente.

Tras la caída de la Unión Soviética y la posterior reunificación de Alemania, la burguesía alemana codiciaba los mercados y la energía de bajo coste de Rusia. Deseaba establecer lazos económicos con el gigante eslavo, pero sólo mientras ella -con una menguante participación francesa- pudieran mantener su dominio sin trabas del proyecto europeo. Esto significaba establecer dichos lazos, pero excluyendo a los dirigentes políticos rusos de cualquier participación en pie de igualdad en los asuntos, decisiones o estructuras políticas de la UE y, en realidad, del conjunto de Europa.

A su vez, la estrategia estadounidense había consistido en evitar cualquier relación estratégica entre Rusia y Alemania, ya que su fuerza combinada crearía un formidable competidor económico en Europa (Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y peligrosa (thetricontinental.org); de cierto, este objetivo forma parte del Eje Anglosajón desde al menos el siglo XIX: impedir a toda costa que Eurasia pueda constituirse en una entidad política, geoestratégicamente entrelazada, lo que sería el fin de la dominación anglosajona del mundo).

Una vez acabado «el peligro soviético», y ante su imparable decadencia -especialmente tras el golpe financiero de 2007-2008-, el hegemón estadounidense cambia de código con el cambio de siglo y se decanta por librarse de competidores económicos, ergo inducir el declive de Alemania y de la UE (o de la “Europa alemana”). Para ello comienza forzando su estrangulamiento energético, obligando al país germano a romper sus lazos con Rusia y a impulsar la ofensiva europea contra esa potencia energética y nuclear.

La voladura del Nord Stream II fue, a la manera de Cortés quemando las naves, una clara advertencia a la clase capitalista alemana de que no había marcha atrás en ese forzado proceso de seccionarse la yugular económica (Michael Roberts lo muestra bien en su artículo: ALEMANIA: ¿EL FIN DE LA HEGEMONÍA DE LA UNIÓN EUROPEA? Michael Roberts.) y de enfrentamiento anti-ruso que pone en peligro mortal a toda Europa.

La escalada armamentística del pseudocontinente estaba con ello también garantizada, primero porque EE.UU. obligaría a aumentar en gran escala su contribución a la OTAN (sobre todo con la llegada de Trump), segundo porque a Alemania y a cada vez más miembros de su UE les van encauzando hacia una hipotética salida de su estancamiento económico a través del rearme, una suerte de “keynesianismo militar” al estilo del que emprendiera EE.UU. en los años 30 del siglo XX, sólo que claramente dependiente y subordinado a la industria armamentística estadounidense (de manera que a la postre es EE.UU. el que está intentando por delante de todos ese nuevo ‘keynesianismo militar’ (que en realidad es un concepto erróneo, sin sentido: Del bienestar a la guerra: el keynesianismo militar – Michael Roberts | Sin Permiso).

Pero, en cualquier caso, para ese descabellado fin las camisas de fuerza que Alemania impuso a la UE ya no sirven.

  • Criterio de déficit: se considera que el déficit de las administraciones públicas es excesivo si es superior al valor de referencia del 3 % del PIB a precios de mercado.
  • Criterio de deuda: la deuda es superior al 60 % del PIB y, en los tres últimos años, no se ha logrado el objetivo de reducción anual de una veinteava parte de la deuda por encima del umbral del 60 %.

El 20 de diciembre de 2023 la prensa europea recogía animosa la noticia de que los Veintisiete habían logrado tras meses de discusiones salvar las diferencias entre los socios que, como Alemania, Austria o los nórdicos, ponían el acento en que las reglas garantizasen la disciplina fiscal y aquellos que, capitaneados por Francia e Italia, reclamaban que dejasen más margen para invertir en áreas prioritarias, como defensa o transición ecológica.

Las nuevas reglas mantendrán los límites del 3 % y del 60 % sobre el PIB del déficit y de la deuda, respectivamente, pero introducirán sendas fiscales individuales de cuatro años para cada Estado miembro, con lo que tienen más en cuenta la situación de cada país que las anteriores.

Ese periodo sería ampliable a siete años si los países se comprometían a realizar reformas e inversiones pactadas con la Comisión Europea y estarían basadas en un nuevo indicador: el gasto primario neto, que excluye el desembolso en intereses de la deuda, entre otras cuestiones. ¡Las nuevas reglas entrarían en vigor en 2025!

Ironías de la historia. Justo este mes de marzo de 2025 el Bundestag alemán finalmente ha aprobado una ley para levantar el tope de gasto y aumentar el déficit presupuestario

Decisión que servirá de base para llenar un fondo de 800 mil millones de euros para el desarrollo de la infraestructura armamentística. Asimismo, los objetivos declarados de infraestructura civil también pueden dirigirse hacia necesidades militares, a través de la construcción de instalaciones de doble uso (carreteras, puentes, infraestructura ferroviaria, hospitales “de campaña”, etc.).

Antes de la votación del Bundestag, el futuro canciller Merz declaró: «Esta es una guerra contra Europa, no sólo una guerra contra la integridad territorial de Ucrania». Anteriormente, había pedido a todos los europeos que se prepararan para la guerra con Rusia.

La historia se repite, pues si el gobierno alemán afirma que el gasto en necesidades militares estimula la economía, cabe destacar que la Alemania nazi siguió el mismo camino en la década de 1930.

En cuanto al segundón francés -ya se sabe que Gran Bretaña es el submarino de EE.UU. en Europa- sus anhelos bélicos pasan por el hecho de que su presidencia es una sucursal de la familia Rothschild y porque los levantamientos antiimperialistas del Sahel le van golpeando el negocio de robar recursos energéticos africanos

( La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, fue clara en un discurso ante una academia militar danesa la semana pasada. “Europa debe prepararse para la guerra”, dijo. Y la UE lo va a poner en práctica no sólo estableciendo un sistema para que los Estados miembros estén listos y rearmados en el 2030, sino también implicando a los hogares.

En un documento que acaba de presentar mañana, Bruselas pide que todos los hogares europeos tengan suficientes previsiones para resistir 72 horas sin ayuda en caso de una guerra o de otros desastres como pandemias, emergencias climáticas o ciberataques.  Ese kit de emergencia debería incluir reservas de agua, medicamentos, baterías y también alimentos.)

En adelante, después de haber sancionado a unos u otros miembros con rigurosas multas, la UE se inclina de nuevo por el endeudamiento a mansalva, la acentuación de los recortes sociales, la utilización del ahorro de los hogares con fines bélicos (El banco de la OTAN te robará tus ahorros | Diario Octubre), así como la invención de dinero (‘dinero mágico’) para armarse, en una carrera desbocada hacia el abismo, pues traza una bomba de tiempo que sólo puede provocar un estallido horrendo de la crisis para ajustar economía ficticia-endeudada-especulativa a la economía productiva, además de conducir al enfrentamiento con la segunda o puede que primera potencia nuclear del planeta, el cual de materializarse de forma directa sólo puede acabar en catástrofe apocalíptica.

Así que la UE se deshace de sus propias normas neoliberales al tiempo que acelera el desmoronamiento de sus sociedades, socava sus bases económico-energéticas, desmantela su importancia a escala global merced a su patético proceso de “puertorriquización” o seguidismo colonizado de los intereses estadounidenses, pone en peligro el propio proceso de “unión” europea y arrastra a una guerra suicida al conjunto de sus poblaciones.

Inculcar el miedo a Rusia tras el pogromo contra todo lo ruso de los últimos años, hablar de amenazas, supuesto peligro de indefensión, etc., pretende recabar la aceptación de las poblaciones respecto de las penalidades que les tienen preparadas, entre las cuales se encuentra la militarización sin sentido y a medio plazo contraproducente en términos económicos -pues las armas son un lastre productivo- e incluso estrictamente militares (la UE ya gasta 3,5 veces el presupuesto militar de Rusia; en total los 32 miembros de la OTAN destinan 1.474 billones de dólares en armamento y operaciones bélicas, de los cuales 476.000 millones provienen de los Estados europeos, dos veces menos que los 968.000 millones que gasta Estados Unidos, mientras que el presupuesto militar de Rusia es de 134 mil millones de dólares), ya que no se trata de ‘cantidad’ sino de ‘inteligencia estratégica’ y tecnología hoy por hoy fuera del alcance europeo.

Todo ello en busca de la guerra con una potencia que secularmente pretendió la integración con el resto de Europa -y que incluso ya formuló en el pasado reciente su deseo de formar parte de la UE, e incluso de la OTAN-. Y de nuevo la historia se repite, pues una vez más las izquierdas integradas europeas (las izquierdas del Sistema -la diferencia es que en esta ocasión la mayor parte de los grandes partidos comunistas también entran dentro de ellas, junto a las socialdemocracias clásicas y las neosocialdemocracias, entre las que se encuentran-) votan a favor de los presupuestos de guerra, podríamos decir, de los presupuestos de muerte, o permanecen pasivas frente a ellos, incluso «pesebrísticamente» formando parte de los gobiernos que los imponen.

Luchar contra toda esa demencia y falsedad es la única posibilidad que tienen las sociedades europeas de tener algún futuro que no sea espantoso.

¡Que no nos arrastren a la guerra!

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