LA JARDINERA DE LAS 13 ROSAS. El fascismo nunca se fue

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Sépanlo, egoístas, codiciosos, parásitos, religiosos: continuamos conscientes de la insuficiente muerte del dictador para la desaparición del fascismo en España, de la humillación a los vencidos a quienes, después de sobrevivir a la guerra y a cuarenta años de usurpación del gobierno a manos de los fascistas, les colocaron de nuevo a la cabeza del Estado una familia de Borbones, recordatorio de su derrota, recalcándoles no ya su aislamiento, sino su soledad en una Europa que prefirió proteger a ricos y a fascistas antes que vender armas al gobierno republicano en lucha contra un alzamiento.

Consustancial con ella misma, el fascismo no ha abandonado ya nunca ni España ni Europa.

Durante la transición española los fachas se disfrazaron de aquello que llamábamos skinsheads, arropados con sus Bomber, imagen copiada a los trabajadores de las fábricas londinenses. De ese modo, se asociaron en la memoria común a lo marginal de los barrios de clase obrera. Siempre hay idiotas en la clase obrera que le lamen el culo al patrón, pero los chicos y chicas de los barrios en su mayorìa, l@s redskins, l@s antifascistas les plantábamos cara y nos defendíamos de su violencia. En vano se intenta presentar la respuesta a la violencia fascista de los ochenta-noventa como peleas de tribus de arrabal donde todos éramos unos malosos matándonos unos a otros. No. El balance de los muertos sigue hablando en nuestra contra porque los asesinos son ellos y que sepan que hoy como ayer continuaremos sin dejarnos pisotear aunque ahora tengan pelo y se presenten a elecciones, sus matones esperando la victoria para matar de una paliza a quienes se intenten rebelar a la crueldad con que arrebatarán sus derechos de ser humano a quien todavía se sienta humano.

El fascismo ha sabido aprovechar la mezquindad del egoísmo, prisionero del miedo a los otros, con el fin de servirle en bandeja al Capital el verdadero patrimonio con que cuenta el obrero: sus barrios, sus empleos, su sanidad, su educación, su dignidad de ser algo más en la vida que la más mediocre mediocridad de una clase media la cual, temerosa de perder la oportunidad de especular, ve enemigo al proletario que intenta desangrar en alquileres sin conseguir sentirse satisfecha. Se asombra la clase media del crecimiento exponencial del pobre, de la amenaza de su existencia y corre a refugiarse en la identificación con su amo, por si acaso consiguiera algo más que traición.

Que sepa el Capital que los pobres no somos los corderos de dios ni un puñado de idiotas imitando a patanes adinerados: somos las víctimas de la codicia y en consecuencia, sí, sus enemigos, mas no tendrán nunca fascistas suficientes para contenernos porque cuando su codicia aumenta nosotros aumentamos mucho más.

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