El 80 Aniversario de la Victoria sobre el Nazismo: La Verdad Histórica frente a la Propaganda Occidental

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Juanlu González (Bits Rojiverdes).— Este año se cumple el octogésimo aniversario de la victoria sobre el nazismo, un hito que debería servir para recordar los horrores de la Segunda Guerra Mundial, honrar a los millones de muertos que provocó la contienda y reflexionar sobre cómo evitar que ideologías tan destructivas como el fascismo puedan resurgir en el futuro. Sin embargo, lejos de ser un momento de unidad histórica, este aniversario se celebra bajo una sombra de manipulación, silencios cómplices y revisionismos interesados. En medio de esta disputa por la memoria colectiva, Rusia —como heredera legítima de la Unión Soviética— enfrenta una campaña sistemática destinada a minimizar su papel fundamental en la derrota del nazismo. Mientras tanto, Occidente, liderado por Estados Unidos y sus aliados europeos, intenta apropiarse de una victoria que no ganó, usando para ello su poderoso aparato mediático y propagandístico, encabezado por Hollywood.

 

La apropiación occidental de una victoria soviética 

La historia es clara: sin la resistencia feroz y determinante del Ejército Rojo, Europa probablemente seguiría hoy bajo el yugo nazi. Pero Occidente, consciente de que la verdad histórica lo coloca en segundo plano, ha construido una narrativa alternativa en la que son ellos los protagonistas de la liberación europea. Esta reinterpretación tiene lugar en películas, documentales, libros escolares y discursos oficiales, donde se exalta el desembarco de Normandía (D-Day) como el punto de inflexión de la guerra, ignorando deliberadamente que cuando las tropas estadounidenses y británicas llegaron a Francia en junio de 1944, la Wehrmacht ya estaba rota en el frente oriental.

Lo cierto es que fueron los soldados soviéticos quienes sostuvieron prácticamente solos la carga de la guerra desde 1941 hasta 1945. Alemania concentró allí alrededor del 80% de sus fuerzas armadas. Fue en Stalingrado, Kursk y Berlín donde se decidió el destino del Tercer Reich. Y fue el pueblo soviético quien pagó el precio más alto: más de 27 millones de vidas perdidas, incluyendo civiles masacrados, prisioneros de guerra y niños asesinados en los campos de exterminio o durante los bombardeos.

Pese a esto, Occidente insiste en reescribir la historia. A través de la maquinaria de propaganda de Hollywood y los medios afines, se presenta a los EE.UU. como el principal liberador de Europa, relegando a la URSS a un papel secundario, cuando en realidad fue el único capaz de enfrentar y vencer al ejército nazi en condiciones extremas de frío, hambre y abandono estratégico por parte de los aliados occidentales. Trump, experto en la difusión de fake news, no para de repetir el mantra estos días.

Los números no mienten: ¿Quién derrotó realmente al nazismo? 

Una mirada objetiva a los datos militares es contundente. Durante toda la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética destruyó aproximadamente 600 divisiones alemanas (contando con unas 100 divisiones fascistas asociadas) e incluso algunas de otras nacionalidades aliadas del Eje. En cambio, las fuerzas occidentales apenas eliminaron alrededor de 175 divisiones, muchas de ellas ya debilitadas tras retirarse del frente oriental o haber sido diezmadas previamente por el Ejército Rojo. Estas cifras son avaladas por múltiples historiadores militares independientes y no pueden ser cuestionadas sin caer en una flagrante distorsión histórica.

Además, hay que considerar que gran parte del esfuerzo bélico soviético tuvo lugar antes de que Estados Unidos entrara oficialmente en la guerra. Incluso después de Pearl Harbor, EE.UU. priorizó la lucha en el Pacífico contra Japón, dejando que la URSS sostuviera sola la batalla más brutal del conflicto: la Gran Guerra Patria.

Rusia puso los muertos, las trincheras, los tanques y las victorias. Estados Unidos y Europa pusieron las películas, los discursos y los festivales de celebración postguerra. Pero la gloria de la victoria pertenece a quienes lucharon en los frentes más duros, no a quienes llegaron tarde, ayudados por la logística y el confort tecnológico.

La traición moral: colaboración con los nazis después de la guerra 

No solo se trata de apropiación histórica, sino también de una colaboración activa con los restos del nazismo una vez terminada la guerra. Lejos de juzgar a los criminales de guerra, Occidente integró a muchos de ellos en sus instituciones más sensibles. Generales nazis pasaron a formar parte de altos cargos en la OTAN, mientras que científicos y técnicos de las SS recibieron protección y empleo en países como Alemania Occidental, Reino Unido y, especialmente, Estados Unidos.

Uno de los ejemplos más notorios es la Operación Paperclip, un programa secreto mediante el cual Estados Unidos reclutó a más de 1600 científicos alemanes, muchos de ellos implicados directamente en crímenes de guerra y experimentos humanos en campos de concentración. Entre ellos figuraba Wernher von Braun, arquitecto del cohete V-2 fabricado con mano de obra esclava y luego responsable del programa espacial estadounidense.

Esta utilización pragmática del nazismo no fue un hecho aislado. Desde los años 50, Occidente comenzó a emplear redes de ultraderecha, antiguos miembros de las SS y simpatizantes fascistas para combatir a la URSS durante la Guerra Fría. Hoy, esa misma lógica se repite en Ucrania, donde Occidente apoya públicamente a grupos neonazis como Azov, Bandera Roja y otros batallones paramilitares que glorifican a Stepan Bandera, colaborador directo de Hitler durante la ocupación nazi del país. No muy lejos, en Oriente Medio, organizaciones terroristas como Al Qaeda han sido financiadas y entrenadas por actores occidentales cuando convenía usarlas contra adversarios geopolíticos. Así lo han reconocido algunos de sus protagonistas directos, como la propia Hillary Clinton o el asesor de seguridad de EEUU Zbigniew Brzezinski, que reconoció «¡Yo creé el terrorismo yihadista y no me arrepiento!».

El doble discurso occidental: ¿Condena selectiva del nazismo? 

A pesar de todo esto, Occidente se niega sistemáticamente a condenar la glorificación del nazismo en múltiples foros internacionales. Cada año, Rusia presenta en la ONU una resolución para prohibir la rehabilitación del nazismo y condenar su difusión global. Esas propuestas suelen recibir el apoyo de más de 100 países, pero son bloqueadas sistemáticamente por Estados Unidos y sus aliados europeos. Este rechazo revela una hipocresía profunda: Occidente habla de democracia y derechos humanos, pero se opone a condenar formalmente la ideología que produjo el Holocausto y millones de muertes.

Más aún, Occidente ha normalizado el uso de términos como “antifascista” para justificar agresiones contra países soberanos. Así, cuando Rusia invoca el peligro del nazismo en Ucrania, es ridiculizada o acusada de mentir. Pero basta con visitar Kiev o Lviv para ver monumentos a criminales de guerra ucranianos, banderas con símbolos neonazis y escuelas que enseñan la ideología de Bandera. ¿Qué hay de fascista en eso? Nada, según los medios occidentales.

Y si buscamos paralelismos contemporáneos, uno salta inmediatamente a la vista: el actual primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, representa una política expansionista, genocida y racista que recuerda demasiado a la retórica de Hitler hacia los judíos. Sus declaraciones sobre Gaza, sus acciones contra la población civil palestina, su negación sistemática del derecho a la vida del pueblo palestino… Todo ello recuerda a las políticas de limpieza étnica aplicadas por el régimen nazi. Y sin embargo, Netanyahu es recibido como un estadista en Washington, Londres o Paris. Recibe armamento, dinero y protección diplomática. ¿Acaso no es esta otra forma de apropiación histórica? ¿Cómo puede un país que sufrió un genocidio liderar hoy un sistema de apartheid, genocidio y «limpieza» étnica contra otro pueblo?

Conclusión: Recordar la verdad para no repetirla 

Al cumplirse ochenta años de la caída del nazismo, es urgente recuperar la verdad histórica. La victoria sobre el nazismo fue posible gracias al sacrificio de la Unión Soviética. Millones de rusos, ucranianos, bielorrusos, kazajos, georgianos y de todas las repúblicas soviéticas derramaron su sangre para salvar al mundo del totalitarismo nazi. Y aún así, Occidente pretende usurpar ese legado, usando la propaganda para crear una falsa conciencia colectiva.

La historia no debe ser propiedad de los vencedores de la narrativa, sino de quienes lucharon y murieron por ella. Por eso, Rusia tiene todo el derecho del mundo a celebrar esta victoria. No solo como un acto patriótico, sino como un deber histórico ante la manipulación creciente de los hechos.

Hoy, más que nunca, necesitamos recordar quién ganó la Segunda Guerra Mundial y quién sigue usando los fantasmas del pasado para construir guerras futuras. La memoria histórica no es nostalgia: es advertencia. Y si no aprendemos de ella, estaremos condenados a repetirla.

Por eso, en estos días hay que decir alto y claro: gracias URSS, gracias Rusia… además de reconocer a las claras que la batalla contra el nazismo hoy se libra en las trincheras del Donbass contra el régimen ucraniano y en los túneles de Gaza contra el nuevo Hitler que se alza en Asia Occidental, en ambos casos con claro apoyo occidental.

La OTAN, el nazismo y la Guerra de Ucrania

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