
Delfín Xiqués Cutiño (Granma).— Enrique Vilar jamás pudo olvidar el 20 de agosto de 1932. Ese día, el pequeño niño manzanillero de siete años de edad, a bordo del vapor Madrid, surto en la bahía de La Habana, se empinó en la baranda de cubierta para contemplar la ciudad.
Viajaba con el matrimonio Josef y Chassalbaras, de nacionalidad rusa, e ignoraba que esa sería la última vez que la vería, pues 13 años después caería luchando, heroicamente, como oficial del Ejército Rojo contra el nazifascismo alemán.
En ese tiempo gobernaba la Isla el dictador Gerardo Machado, quien mantenía un régimen de represión contra el pueblo y, principalmente, contra sus líderes obreros y los militantes de las organizaciones antimachadistas.
En la pequeña ciudad de Manzanillo se encontraba un importante núcleo de militantes del Partido Comunista y del movimiento obrero cubano, que se caracterizaba por su tenaz lucha contra la tiranía que imperaba en el país.
Sus dirigentes eran perseguidos, encarcelados y asesinados. Uno de ellos era César, el padre de Enrique, quien tuvo que pasar a la clandestinidad, junto con otros compañeros, porque su vida estaba en peligro.
UN NIÑO CUBANO EN MOSCÚ
Integrantes de la organización Socorro Rojo Internacional, con sede en Moscú, al conocer la pésima situación en que se encontraban los hijos de los militantes antimachadistas, propusieron que algunos de esos niños fueran enviados a Rusia para estudiar.
Años después, Caridad Figueredo, la madre de Enrique, confesaría: «Tenía que elegir: o mandaba a Enrique a la urss y me separaba de él sin saber cuándo volvería a verlo, o renunciaba a la única posibilidad de dar instrucción a mi hijo de seis años, pues en Cuba no podría asistir a la escuela porque vivíamos en la clandestinidad».
Enrique vivió un tiempo en el orfanato Clara Zetkin, en Moscú, en el cual comenzó a estudiar el idioma ruso. Allí recibió la atención de Tina Modotti, amiga íntima y colaboradora de Julio Antonio Mella, fundador del primer Partido Comunista de Cuba, asesinado en México, en 1929, por órdenes del dictador Machado. En esa época, ella presidía la sección latinoamericana de Socorro Rojo.
En ese tiempo había llegado a la capital rusa Rubén Martínez Villena, quien intentaba curar sus pulmones, minados por la tuberculosis.
Rubén, tras un pase que le dieron, visitó sorpresivamente a Enrique, en el orfanato, y sostuvo un largo y cariñoso encuentro con el niño, quien lo puso al tanto de sus diversas actividades.
En una carta a su esposa Chela Villena, le dijo: «El chico es un niño prodigio, dice cosas formidables. Conmigo se lleva muy bien».
En otra misiva, fechada el 24 de octubre de 1932, le expresa: «¡Qué maravilla de chiquillo! (…) crecido entre las juntas secretas, las persecuciones al padre y el reflejo de las huelgas y las luchas proletarias. (…) Dice cosas que sorprenden y aturden. Cuenta de las luchas, sabe responder a todo. Cuando lo voy a ver al internado escolar me dice: “Rubén, yo sé que tú estás malo, si el tiempo no está bueno no salgas para venir a verme”».
Del orfanato moscovita trasladaron a Enrique, en 1934, para la escuela internacional de niños Elena Stásova, situada en la antigua ciudad rusa de Ivánovo, en la que se encontraban albergados unos 140 niños procedentes de distintos países de Asia, África y América Latina, quienes hablaban 28 idiomas.
Allí se les unirían los también cubanos Aldo Vivó, en abril de 1934, de diez años de edad, y su hermano Jorge, en junio de 1935, de 12 años, quienes combatieron en la Gran Guerra Patria.
Mientras tanto, en Cuba, César Vilar, el padre de Enrique, luego de un largo proceso de detenciones y juicios, fue deportado en 1935 hacia Nueva York, Estados Unidos. A ningún familiar se le permitió ir al muelle a despedirlo.
En abril de 1937, su esposa y sus hijas se le unen en esa ciudad estadounidense, de la cual partieron hacia la Unión Soviética, enviados por el Partido Comunista cubano.
Recuerda Caridad, la madre de Enrique, el primer encuentro con su hijo, –quien ya dominaba la lengua rusa–. Fue al arribar a Moscú con su esposo y sus tres hermanos: Georgina, Federico y Rita.
«Con Enrique me encontré solo en 1937, cuando arribé con mi marido y los hijos a la Unión Soviética… Enrique vivió con nosotros en el hotel Lux, hasta que, primero mi marido y luego yo, regresamos a América, en 1938».

NACE EL HÉROE
Comienza la Segunda Guerra Mundial en junio de 1941, cuando Alemania, inesperadamente y sin una declaración de guerra, invade el territorio de Rusia.
Enrique, desde el primer momento quiere alistarse para combatir. El ejemplo de lucha de su padre lo acompaña en tal empeño, pero lo rechazan porque es menor de edad.
Entonces le escribe a Georgi Dimitrov, a la sazón dirigente de la Internacional Comunista –a quien había conocido en Moscú, en una de las habitaciones del hotel Lux en la que se alojaba el comunista brasileño Luis Carlos Prestes–, para que intercediera en su solicitud.
El escritor soviético Valentín Tomín, autor del libro Seguiremos luchando, luego de revisar decenas de amarillentos legajos militares en el archivo Central del Ministerio de Defensa de la urss, encontró un documento que certifica: «El cubano Enrique Vilar se hizo soldado del Ejército Rojo en abril de 1942, y fue enviado a la Escuela Especial de Tiradores de la región militar de Moscú… Terminó con éxito su preparación, y luego fue enviado a la Escuela Militar, que finalizó en septiembre de 1943».
También se constató que, por orden del Comisariado Popular de Defensa, del 5 de octubre de 1943: «Ascender al grado de alférez a Enrique Vilar, nacido en 1925… Miembro del Komsomol desde 1941».
Se conoce que, antes de partir hacia el frente, Enrique Vilar y su compañero de unidad, Viktor Elisieyev, ambos suboficiales del Ejército Rojo, fueron incorporados como instructores a la Escuela de Francotiradores, cerca de Moscú.
Los jóvenes oficiales, a cambio de leña, encontraron albergue en la casa de Serafina Petrovna, en la ciudad de Dmítrov, donde residía con su hija Liudmila Sherbakova, no lejos de la escuela militar. Esa familia rusa los despidió cuando marcharon al frente a combatir.
Recuerda Liudmila que levantaron las copas y bridaron por la victoria. Enrique le agradeció a su madre todo lo que había hecho por él: «Serafina Petrovna, (…) usted es mi segunda madre. En cuanto termine la guerra, si quedo vivo, a la primera persona que vendré a ver es a usted». Su mamá lo reclinó en su regazo y le besó los cabellos.
Enrique fue situado, en el otoño de 1944, a disposición del ii Frente de Bielorrusia, cuyo comandante en jefe era el mítico Mariscal de la Unión Soviética, Konstantin Rokossosky, y destacado en el 48 Ejército.
Las investigaciones del escritor Valentín Tomin logran situar a Enrique en el 48 Ejército, de la 137 División de Infantería, jefe de pelotón del 409 Regimiento. Halló un documento en el cual se dice que «el 30 de enero de 1945 el tercer batallón… libró combates ofensivos en el poblado de Furstenau».
El jefe del tercer batallón de infantería del 409 Regimiento, coronel retirado Mijail Zúyev, reconstruyó para el escritor Tomin el último combate en el que participó Enrique Vilar:
«… la novena compañía de la que formaba parte Enrique Vilar con su pelotón, avanzaba en columna hacia Furstenau… Los hitlerianos la dejaron pasar y luego, ya dentro, la liquidaron… Concretamente el pelotón de Enrique Vilar fue, en la práctica, ametrallado a quemarropa desde una distancia de 50-70 metros por dos ametralladoras, que descubrimos en sus posiciones de fuego ya después de haber tomado la aldea…
«El 31 de enero, en cuanto amaneció, recorrí el campo de batalla y vi que el alférez Enrique Vilar y los soldados de su pelotón yacían muertos de cara al enemigo. La mano del brazo extendido de Enrique Vilar empuñaba la pistola. Al parecer, cuando se levantó para guiar al ataque a sus soldados, lo alcanzó la bala fascista…».
Terminada la guerra, los restos del combatiente cubano Enrique Vilar fueron sepultados en el cementerio militar polaco de Braniewo. La placa de piedra de la fosa común No. 11 dice: «Alférez Enrique Vilar. Nació el 16-08-25. Murió el 30-01-45».
Fue condecorado post mortem por el Soviet Supremo de la urss, con la Orden de la Gran Guerra Patria, y por el Consejo de Estado de la República de Cuba, con la Orden Ernesto Che Guevara de Primer Grado.