“Vencedores y vencidos. Una historia personal”, texto de Pablo González

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Mi bisabuela murió de hambre en el asedio de Leningrado, actual San Petersburgo. Asedio que llevó a cabo la Alemania nazi junto a sus aliados, algunos cercanos como los finlandeses, y otros venidos de lejos como la división 250 de la Wehrmacht (ejército alemán), también conocida como la división azul, o la división española, que combatieron en esa zona.

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Estas son unas fechas muy especiales para mí personalmente y en general en mi opinión deben serlo para toda la Humanidad. En estas fechas se conmemora el aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi y sus numerosos aliados. Este año celebramos el 80 aniversario de dicho triunfo del bien sobre el mal, el mal absoluto.

Cada vez quedan menos testigos directos de ese triunfo y aun menos hay entre nosotros de aquellos que lo hicieron posible en los numerosos frentes de batalla. Por éso es cada vez más importante que todos hagamos un esfuerzo por recordar a esos héroes y heroínas, su enorme logro, la derrota de la bestia nazi, para que ese horror no se vuelva a repetir nunca más. No podemos permitir que ese germen renazca e intente tomar la revancha. Nuestros antepasados no entenderían que nosotros malgastemos la vida que ellos con tanto esfuerzo nos regalaron para que el mal vuelva a escena y vuelva a intentar dividirnos entre personas y sub-humanos.

Todos, tanto los descendientes de los vencedores, como los que lo son de los vencidos, debemos recordar lo que pasó en el mundo entre 1939 y 1945, y hacer todo lo posible para que ello no se repita. Yo personalmente soy descendiente de los vencedores, y por mucho que la propaganda neonazi actual intente poner en duda el triunfo del bien sobre el mal, no me van a hacer dudar de quién era quién.

Mis antepasados pagaron un precio, la victoria no fue gratuita. Mi bisabuela murió de hambre en el asedio de Leningrado, actual San Petersburgo. Asedio que llevó a cabo la Alemania nazi junto a sus aliados, algunos cercanos como los finlandeses, y otros venidos de lejos como la división 250 de la Wehrmacht (ejército alemán), también conocida como la división azul, o la división española, que combatieron en esa zona.

Antes de morir mi bisabuela luchó desde su puesto de enfermera. Y fue allí donde tuvo que ver morir a su hijo Evgueni. Zhenya (diminutivo de Evgueni) se alistó en las milicias populares que defendían la ciudad. A sus 17 años tenía toda la vida por delante. Una bala nazi lo hirió de muerte en agosto del 1941, cuando el frente se acercaba a la ciudad. Sus compañeros lo trasladaron al hospital donde estaba trabajando su madre, en cuyos brazos murió, triste consuelo, el 21 de agosto de 1941.

Mi bisabuela Aleksandra falleció el 23 de marzo de 1942. Murió de hambre como consecuencia del racionamiento extremo, por darles la mayor parte de la comida a las dos hijas que vivían con ella. Fueron mi abuela y su hermana quienes arrastraron su cuerpo en un pequeño trineo infantil para entregarlo a las autoridades que se encargaban de enterrar a los fallecidos. Algo similar ocurrió con un vecino, un chaval de la edad de mi abuela, su mejor amigo de entonces. Un día de ese terrible invierno lo encontró muerto en el portal.

Mi abuela y su hermana fueron evacuadas y trabajaron duro en la industria soviética que junto a las fuerzas armadas acabó doblegando a la bestia nazi. Sí, con ayuda de otros países, pero fue el pueblo soviético el que hizo el mayor esfuerzo, el que pagó el mayor precio en términos de vidas humanas.

Mi abuela llegó a visitar Alemania como parte del contingente de las tropas soviéticas en los años 50. Allí conoció a mi abuelo, oficial tanquista y luego oficial de una unidad de misiles intercontinentales. Nunca en toda mi vida, hasta que falleció en 2009, he oído de su boca palabras de odio hacia los alemanes u otras nacionalidades. No les tenía cariño, pero ella sabía muy bien lo que puede provocar el odio. Eso es algo que siempre intento recordar para no dejarme llevar por el rencor, ni siquiera cuando he estado preso he sentido odio.

No pasa lo mismo en muchos países de la UE. El resentimiento y el dolor por la derrota mueve a muchos, como las naciones bálticas, los polacos y parte de otros países, que construyen su discurso en el odio, en intentar mostrarse superiores a otros. El mismo mal aqueja a la actual Ucrania, donde crece el culto a quienes en su día asesinaron a todos aquellos que consideraban enemigos de la raza ucraniana.

La UE como bloque tampoco queda a salvo de esta ola vindicativa: para vergüenza propia, ya en 2019, llegó a equiparar el nazismo alemán ¡con el comunismo soviético! Esto muestra que el revisionismo histórico está en marcha. Es un proceso quizás no muy rápido, pero que avanza con paso firme. Los homenajes a los diferentes contingentes nacionales de las SS, como el anual en Letonia, es otra muestra de ello. En Ucrania hace tiempo que la simbología nazi es pan de cada día. Esa normalización y la prohibición de la simbología soviética son otra muestra del mismo revisionismo que en sus raíces es siempre neonazi.

Este intento de reinterpretar la historia es a partes iguales una rusofobia mal disimulada y un rechazo a ideas progresistas. La rusofobia es en su base un racismo llevado al extremo, la creencia de una superioridad per se, mientras que el rechazo a las ideas socialistas es la lucha de las élites por mantener su situación de privilegio, intentando desacreditar la simple posibilidad de que un mundo más justo y equitativo sea posible.

Se cuece así una mezcla explosiva de odio racial e ideológico; precisamente la misma combinación que fue derrotada hace 80 años. Y no fue derrotada por los rusos, o no solo por ellos. De cada 200 combatientes del bando soviético 124 eran rusos, 42 ucranianos, 9 bielorrusos, 4 tártaros, 3 judios, 2 armenios, 2 georgianos, 2 moldavos, 2 uzbecos, 2 kazajos, 1 azerí, 1 chuvasio, 1 mordovio, 1 lituano y 4 más de otras nacionalidades, entre ellas también vascos y castellanos, por cierto.

Fue una victoria de toda la Humanidad. Que nadie intente ahora cambiarlo, que nadie intente ahora explicarnos que los malos no eran tan malos, y que los buenos realmente no lo fueron. Es de esas pocas situaciones de la historia que está clara, buenos y malos, vencedores y vencidos!

¡El viejo odio no debe regresar jamás! Eterna gratitud a los que hicieron posible la derrota del nazismo, especialmente al esfuerzo del pueblo soviético, el que salvó a Europa de una terrible época de oscuridad.

(Sare Antifaxista)

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