Supongo que a estas alturas de la historia decir que Putin no es un fan de Lenin no es ninguna novedad. Sus críticas al dirigente bolchevique son reiterativas desde hace mucho tiempo. Que yo tenga constancia, desde 2021. Y se han multiplicado desde el inicio de la llamada «Operación Especial» en el país 404, antes conocido como Ucrania, en febrero de 2022. Putin acusa a Lenin de ser el creador del país 404: «y ahora sus agradecidos descendientes están destruyendo monumentos a Lenin, el fundador de Ucrania». Pero Lenin es mucho Lenin y todavía no se atreve a tocarlo ni en las estatuas, consideradas «monumentos de importancia federal«, ni en derribar el mausoleo, pese a que se tapa siempre en los desfiles conmemorativos de la victoria contra los nazis el 9 de mayo.
Putin es partidario, junto al patriarca de la iglesia ortodoxa rusa, de enterrar a Lenin, pero no se atreve tampoco por lo que supone de revuelta popular. Es lo que llaman «no ir en contra de la opinión pública sobre su preservación en la Plaza Roja». Toda esta gente apuesta por el tiempo, para que con el tiempo Lenin pierda su significación histórica. Pero hoy no es el caso. Y Putin lo sabe y lo reconoce, lo que le honra, diciendo: «Algún día la sociedad decidirá el entierro del cuerpo de Lenin, pero hoy, especialmente hoy, no debemos dar ni un solo paso que divida a la sociedad rusa». Esto lo dijo hace exactamente un año, la última vez que se refirió públicamente al dirigente bolchevique.
Esta última frase, «hoy, especialmente hoy, no debemos dar ni un solo paso que divida a la sociedad rusa», es muy significativa y me lleva al «¿Qué hacer?» escrito por Lenin en 1902. Porque pese a su antileninismo, Putin tiene muy en cuenta lo que se dice en este libro y que se resume en esa frase tan emblemática en la que se habla del país y de la situación. Lenin hablaba de una Rusia rodeada de enemigos por todos los lados. Igual está ahora. Y decía que el camino se bifurcaba entre «la lucha» y «la conciliación». Igual que ahora. Entonces era una minoría, decidida, pero minoría, la que abogaba por la lucha, representada por los bolcheviques. Ahora es la mayoría de la sociedad, muy mayoritaria, la que aboga por la lucha y no por la conciliación.
En la conversación telefónica entre Putin y Trump del miércoles pasado, el estadounidense reconoció que la represalia rusa al ataque a los aeródromos es inevitable. Por primera vez, Trump hizo algo sorprendente: no amenazó y lo más importante, no hizo ningún gesto para disuadir que no hubiese esa represalia y lo hizo sin utilizar el lenguaje infantil que suele usar.
Y lo que dice el Kremlin es que esa represalia se producirá «cuando lo decida el Ministerio de Defensa». Es decir, que los militares están cabreados, como os he venido diciendo. En Rusia son cada vez más quienes hablan de «máxima determinación y dureza» contra el país 404. Pese a ello, y a lo que se ve, este sector aún está dispuesto a dar un tiempo a los políticos. Pero no mucho. Lo lógico es pensar que una vez que pase la cumbre de los BRICS del mes que viene veremos fuegos artificiales. Pero el cabreo militar es mayúsculo y tal vez sea demasiado tiempo.
En vista de este estado de ánimo, el Kremlin (denominación que voy a hacer a partir de ahora para hablar de los políticos) se está multiplicando para que EEUU se distancie tanto del país 404 como de «la coalición de la cocaína» (Gran Bretaña, Alemania, Francia y Polonia). Solo ahora se ha sabido que antes de esta conversación entre Putin y Trump, de la que no se ha dicho quién llamó a quién, hubo otra anterior entre los ministros de Asuntos Exteriores, esta sí a iniciativa de Rusia. Una llamada que se produjo ocho horas después del ataque a los aeródromos. Y que lo que hay detrás de ellas es la comunicación expresa de que esas represalias serán duras, muy duras, si EEUU no obliga al país 404 y a la coalición de la cocaína a aceptar el memorando que se entregó al país 404, y este a sus «asesores» cocainómanos que estaban presentes en Estambul.
Es por eso que Rusia está hablando de «terrorismo» cuando hay un acto de guerra y acusa solo al país 404 y a los cocainómanos europeos. Está dejando fuera a EEUU de la responsabilidad en el ataque a los aeródromos con la esperanza ¿vana? de que dé ese paso de obligar a aceptar el memorando. Por eso Putin dijo el miércoles que «todos los crímenes cometidos contra civiles, incluyendo mujeres y niños, en vísperas de la siguiente ronda de las conversaciones de paz propuestas en Estambul, sin duda, tenían como objetivo interrumpir el proceso de negociación. Fue un ataque intencional contra la población civil. Esto solo confirma nuestros temores de que el régimen ilegítimo de Kiev, que una vez tomó el poder, se ha convertido gradualmente en una organización terrorista, y sus patrocinadores se han convertido en cómplices de terroristas». Se habla solo de los ataques a vías férreas, no a los aeródromos. La intención es clara. Esto forma parte del silencio del que también hablaba en la entrega anterior.
Es por eso que desde ayer, todas, y cuando digo todas son todas, las declaraciones de los estadounidenses intentan distanciarse del ataque a los aeródromos y hablar de algo «inaceptable» y del «riesgo de una confrontación nuclear y de que el conflicto se salga de control debido a este tipo de ataques».
El Kremlin está dando la última oportunidad a Trump de salvar algo la cara, porque no está dispuesto a dejar que la coalición de la cocaína sea quien lleve la iniciativa, como por mucho que no nos guste la está llevando.
El Lince