
Elson Concepción Pérez (Granma).— Cuando Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos, en enero, «aseguró» que en una semana «resolvería» el cese de la guerra en Ucrania, pero esta sigue y mantiene el envío de armas a Kiev. Luego, al conocer sobre la envergadura extrema del genocidio israelí en Gaza, fue capaz de «proponer» que fueran sacados todos los palestinos de allí, y convertir el lugar en una Riviera turística, un gran negocio que pretendía sumar a su ya abultada fortuna inmobiliaria.
La alianza entre Estados Unidos e Israel se hace cada vez más fuerte.
Este martes, su propuesta de «que todos los iraníes abandonen Teherán» se suma a las aberraciones ya mencionadas, y, lejos de sembrar esperanzas para una solución, las propuestas del mandatario estadounidense son exponentes de su pensamiento fundamentalista y de su ego protagónico, que quiere imponer por la fuerza.
Quiere que Teherán quede sin habitantes para que las bombas –quizá hasta una ojiva nuclear israelí– y los misiles, puedan arrasar la ciudad capital, como mismo se han propuesto descabezar a la nación persa con el asesinato de sus líderes militares, científicos y religiosos.
Nos hemos preguntado qué se esconde en las declaraciones de Trump, en cuanto a que «no dio la aprobación a Netanyahu, para que Israel asesinara al máximo líder iraní, Alí Jamenei. ¿Por qué Trump se atribuye decidir a quien se mata o no en esa cacería humana que Israel protagoniza en Irán?
No olvidar que fue Trump, en su primer mandato en la Casa Blanca, el que dio la orden e hizo seguimiento al lanzamiento del misil que acabó con la vida de uno de los máximos jefes militares de Irán, el general Qasem Soleimani, de visita en Iraq.
La víspera, el mandatario estadounidense, en una entrevista difundida por CBS, aseguró que «Israel no va a ralentizar los ataques contra Irán». Y agregó, «lo van a saber en los próximos dos días, lo que quiero es el abandono completo de las armas nucleares por parte de Irán».
Dicho esto –nada más parecido a un ultimátum a la nación persa–, Trump, con una decisión más mediática que otra cosa, interrumpió su estancia en la Cumbre del g-7, celebrada en Kananaskis, Canadá, y canceló sus encuentros allí, para tomar «partido» en el conflicto entre Irán e Israel.
Como puede deducirse, el magnate está involucrado en cuerpo y alma en una guerra que ya desestabiliza una zona –la mayor productora de petróleo del mundo– y se acerca cada vez más a un conflicto nuclear que, de seguro, pasará la frontera iraní y se extenderá por un campo minado de ojivas nucleares, en países cercanos o más lejanos que, de una u otra forma, tomarán partido en el diferendo.
Entonces quizá se compruebe que Irán tal vez no fabrica este tipo de armamentos, mientras Israel en cambio posee más de cien ojivas nucleares, con una sola de las cuales la humanidad puede acercarse a su exterminio.
