
Exhumación de los restos mortales de Joaquín Sancho Margelín y Elías Mohino Berzosa, víctimas del franquismo. Ambos están enterrados en el cementerio municipal, en las sepulturas 5130 y 5131.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica tramitó la solicitud al Gobierno de Aragón, el pasado 13 de septiembre, remitiendo también la petición pertinente al Ayuntamiento caspolino. En abril de este año se autorizó.
Los restos que se buscan son los de Joaquín Sancho Margelín, natural de la localidad turolense de La Codoñera, de 32 años y padre de dos hijas de edad avanzada que todavía viven; y de Elías Mohino Berzosa, natural de Molina de Aragón. Ambos fueron asesinados junto a Clemente Lostal Lahoz y José María Martín Comas el 12 de agosto de 1947, en aplicación de la Ley de Fugas, que permitía a las fuerzas del orden de la dictadura asesinar impunemente a cualquier sospechoso por la espalda.
En 1947 fue nombrado Gobernador Civil de la provincia de Teruel el general Manuel Pizarro Cenjor. Durante su mandato, llevó a cabo una brutal represión con el fin de desarticular las redes de la guerrilla, principalmente del AGLA (Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón).
El proyecto está coordinado por Marco González, de la ARMH; la dirección de la tarea arqueológica ha sido encomendada a Serxio Castro Lois, arqueólogo e historiador, colaborador de la misma asociación; se completa esta intervención con la dirección de antropología forense a cargo de Gonçalo Nuno Carnim. Asimismo, los trabajos se desarrollarán con la colaboración de un equipo multidisciplinar de voluntarios y voluntarias.

Excavar la historia que no cesa, el trabajo invisible de las exhumaciones de fosas del franquismo
Bajo la tierra, donde el franquismo quiso borrar nombres y duelos, jóvenes arqueólogos y antropólogos desentierran no solo restos, sino la memoria viva de un país. Con manos precisas y militantes, devuelven rostros a los olvidados y desafían la ceguera de un país que aún aprende a nombrar a sus muertos.
Si un país se midiera, no por sus gestos de grandeza, sino por su forma de tratar a los muertos, España sería una nación minúscula. No es poco irónico que, en este país tan dado a las gestas heroicas y a la memoria de piedra, apenas sepamos nada de quienes verdaderamente están remendando nuestra historia. Se habla, cuando se habla, de “las exhumaciones”, como si fueran una lluvia burocrática de fondo, cuando en realidad están llenas de cuerpos vivos que se agachan, que cavan, que cargan el peso emocional de lo que encuentran bajo tierra. Han tenido que ser jóvenes, nacidos, ya sin miedo, los que bajen ahora a buscar lo que otros se apresuraron a enterrar sin nombre y sin duelo.

Por eso, los protagonistas de estas líneas son quienes están haciendo ese trabajo, que no es sólo científico, es también moral. En los últimos años, se ha producido un impulso, aunque tardío e irregular, en las labores de localización y exhumación de fosas comunes de víctimas del franquismo. Y, en su gran mayoría, ese impulso tiene rostro joven. Son profesionales formados, sí, pero también empujados por algo que no consta en los currículums y que desborda a su propia genealogía familiar: una convicción profunda de justicia social. No solo buscan restos óseos: restituyen biografías y familias, median entre los restos y sus descendientes, y documentan lo que otros preferirían seguir no viendo. Los testimonios recogidos en este artículo proceden de tres equipos actualmente activos en distintos puntos del país: Universidad y Memoria, en el Barranco de Víznar (Granada); UTE Themis, en el cementerio de La Salud en Córdoba; y varios miembros de Arqueoantro, en el cementerio de Paterna (Valencia)…