
Elson Concepción Pérez (Granma).— Dos hechos, cuál de ellos más mediático, acaban de abrir un camino para que –quizá– se logre la paz y no sigan muriendo ucranianos y rusos en una guerra cuyo fin puede marcar un antes y un después, en un mundo que se debate entre el unilateralismo decadente y un multilateralismo en ascenso.
Primero fue el encuentro entre los presidentes Vladímir Putin y Donald Trump. Y pocos días después, entre el mandatario estadounidense y el de Ucrania, luego con la participación del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y gobernantes de varios países europeos.
Hubo coincidencias y discrepancias en puntos neurálgicos, o sea, focos de tensión pendientes para próximos encuentros; pero también se pudieron apreciar discursos que para nada tienen que ver con la paz, ocultos entre las bambalinas de una OTAN que hace mucho tiempo debió dejar de existir, y de una Unión Europea (UE) que ha centrado su accionar en hablar de paz, a la vez, armar a Ucrania para la guerra y aplicar sanciones a Rusia.
Al margen de que podamos creer que ha llegado el momento de lograr la paz a través del diálogo ruso-ucraniano, líderes de la Unión Europea se empeñan en que siga la cruzada bélica en un territorio que la OTAN considera idóneo para sus planes de dominar al gigante eslavo.
En el debate actual –más mediático que real– Europa –quizá porque la dejaron fuera del primer encuentro entre Putin y Trump– está ideando un «plan de seguridad» para Kiev, en el que queda claro que esa tal «garantía» estaría vinculada con una intervención militar en suelo ucraniano. Por supuesto, la Unión Europea no incluye para nada a Rusia, como verdadero garante para la paz en esa región.
Recordemos lo sucedido en Yugoslavia en 1999, cuando, escondida bajo la telaraña de una supuesta limpieza étnica en Kosovo, la aviación de EE. UU. y la OTAN lanzaron un criminal bombardeo que, además de matar a miles de civiles yugoslavos, destruyó fábricas, escuelas, embajadas, guarderías infantiles y otras instalaciones. Y lo peor, Yugoslavia fue desintegrada como país y Kosovo convertida en una de las mayores bases militares estadounidense en Europa.
Cabe preguntarse si con Ucrania no hay planes similares, con una OTAN que no solo amenace, sino que instale fuerzas y medios en la larga frontera con Rusia. El escenario actual de Europa ha hecho de la rusofobia un arma, cuya expresión mayor son los cientos de sanciones contra Moscú.
¿Qué se puede esperar cuando el Secretario General de la OTAN afirmó que el envío de armas estadounidenses a Ucrania continuará de manera sostenida, con un nuevo mecanismo de financiación en el que participarán los países europeos de la Alianza?
O lo que es más elocuente: «los socios europeos de la OTAN asumirán los costos relacionados con la transferencia del armamento, para así garantizar que el suministro militar a Kiev no se vea interrumpido y, a la vez, descargar de manera directa a Washington de una parte del gasto que hasta ahora recaía en su presupuesto de defensa», afirmó Mark Rutte.
Aunque Trump había soslayado el tema, el máximo jefe de la OTAN, en una entrevista con Fox News «lo echó pa´lante», cuando explicó: «El presidente Trump ha acordado con los socios europeos de la otan, a través de mí, que pagarán ellos el envío de armas estadounidenses. Esta es una buena noticia para la clase media estadounidense, y también para Kiev, porque significa que el flujo de armas letales de EE. UU. a Ucrania continuará».
En el caso de las sanciones de la Casa Blanca y la Unión Europea, aunque esta última insista en ellas, las mismas han perjudicado más a los pueblos de esa región, que a Rusia.
Por ejemplo, muchas veces carecen del gas ruso, cercano y barato, para pasar las bajas temperaturas, teniendo que abonar precios hasta dos veces superiores, del que servilmente han importado del lejano territorio estadounidense.
El pasado viernes se hizo público un acuerdo entre EE.UU. y la Unión Europea que prevé que la UE elimine aranceles a bienes industriales de la nación norteña, y garantice un acceso preferencial a su mercado a productos estadounidenses. También contempla que Washington aplique un arancel del 15 % a la gran mayoría de las exportaciones europeas. Este acuerdo ha sido llamado por medios de prensa internacionales como «escrito de sumisión».