Traducción del inglés: Arrezafe
Sarah B. (Orinoco Tribune).— Desde Stepán Bandera hasta Ben-Gurión, los ecos del resurgimiento etnonacionalista resuenan en las trayectorias modernas de Ucrania e Israel, dos Estados forjados en la guerra, endurecidos por mentalidades de asedio e impulsados por narrativas históricas de lucha existencial. Pero estas similitudes no son fruto de un desarrollo paralelo. Reflejan una convergencia cada vez más profunda, moldeada por adversarios comunes, como Rusia e Irán, respaldada y mediada por los mismos mecenas occidentales.
En 2022, un oficial del Regimiento Azov de Ucrania visitó Israel tras sobrevivir al asedio de Mariupol. Para 2025, drones israelíes realizaban misiones sobre Rafah, mientras que lanzacohetes PSRL-1 de fabricación estadounidense, suministrados inicialmente a Ucrania, fueron avistados en zonas de conflicto de Oriente Medio. Algunos expertos sugieren que estos podrían haber llegado a Gaza a través del mercado negro, aunque aún no se ha demostrado una transferencia directa. Lo que es innegable, sin embargo, es la convergencia de tecnologías militares, doctrinas de inteligencia y logística en los respectivos campos de batalla.
En abril de 2022, el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy, fiel aliado de la causa sionista, declaró que imaginaba a Ucrania convertida en «un gran Israel«. Con ello, abandonó la pretensión de reforma liberal y abrazó un futuro definido por la militarización permanente, la vigilancia interna y una ciudadanía ideológicamente movilizada. Ucrania, sugirió, sobreviviría no uniéndose al sueño posnacional de Europa, sino imitando la filosofía de un Estado de Oriente Medio fuertemente inmerso en la seguridad.
La declaración de Zelenski no surgió de la nada. Surgió tras décadas de un discreto fortalecimiento de los lazos entre Ucrania e Israel, tanto en la memoria histórica como en la cooperación militar, la integración tecnológica y las narrativas compartidas de victimización. Pero también expuso una fusión más profunda y perturbadora. Cuando el presidente de un país que aún lidia con el legado del Holocausto y sus propios colaboradores fascistas, llama a la construcción de un » Gran Israel «, no sólo invoca un modelo de defensa, sino un modelo de violencia justificada de asedio permanente y una larga tradición de memoria selectiva, que tanto Ucrania como Israel han esgrimido para reconciliar incómodas alianzas históricas de culpabilidad.
Así como la colaboración de la OUN [Organización de Ucranianos Nacionalistas] con la Alemania nazi se replantea selectivamente dentro del mito nacional ucraniano, la historia fundacional de Israel a menudo omite sus propios momentos de estratégica adaptación al fascismo. En las décadas de 1930 y 1940, elementos del movimiento sionista, en particular el Acuerdo de Haavara entre la Alemania nazi y la Agencia Judía, facilitaron la emigración judía a Palestina, eludiendo el boicot internacional al régimen nazi. Facciones revisionistas como Lehi (la Banda Stern) e Irgun Zvai Leumi incluso procuraron la cooperación militar con las potencias del Eje contra los británicos. Estas incómodas verdades, sepultadas durante mucho tiempo bajo el absolutismo moral de la conmemoración del Holocausto, subrayan una disposición compartida, tanto ucraniana como sionista, a colaborar con regímenes genocidas, e incluso a convertirse en ellos, cuando sus aspiraciones nacionalistas estan en juego.

Lo que une a Gaza y al Donbás no es una monolítica «máquina de violencia», sino una matriz transnacional de convergencia ideológica, cooperación técnica y utilidad estratégica. La campaña de «descomunización» de Ucrania a menudo refleja la política de seguridad interna y la ingeniería demográfica de Israel, ambas revestidas con la armadura moral de un trauma histórico mediante el cual ambos Estados justifican sus agresivas políticas, internas y externas, con el argumento de la supervivencia.
Este artículo traza la arquitectura ideológica, militar, económica y cultural de la relación entre Ucrania e Israel. Desde las tensiones de la era soviética hasta la reconfiguración de las alianzas posteriores a 2014, exploramos cómo los imperativos pragmáticos han forjado un nuevo eje de poder etnonacionalista, cada vez más determinante para la visión, a largo plazo, del dominio regional de la OTAN.
I. Lazos históricos
Para comprender la actual alianza entre Ucrania e Israel, es necesario partir de su pasado compartido, a menudo contradictorio. Ucrania fue a la vez cuna del sionismo emergente y escenario de violentos pogromos antisemitas. Movimientos como Hibbat Zion surgieron en la década de 1880 en ciudades como Odesa y Kiev, décadas antes del más notorio sionismo político de Theodor Herzl, con sede en Viena. Su misión: restaurar al pueblo judío en su patria ancestral, Palestina. Ucrania, en este sentido, fue una incubadora del ADN ideológico del Estado de Israel.
En el terreno geopolítico actual, sin embargo, están resurgiendo motivos ideológicos e históricos más profundos, algunos deliberados, otros como espectros. Uno de estos motivos es el fantasma de Khazaria, un sistema político medieval situado en el sur de Ucrania, gobernado por una élite turca que se hizo famosa por convertirse al judaísmo bajo el reinado de Bulan en el siglo IX. La Hipótesis Khazar, popularizada por el autor judío-húngaro Arthur Koestler en The Thirteenth Tribe, sostenía que los judíos asquenazíes no descienden de los antiguos israelitas, sino de estos conversos de Asia Central. Aunque académicamente rechazada por la mayoría de los genetistas e historiadores, la idea ha persistido y ha sido reformulada por algunos como una tapadera sionista, por otros como un mito antisemita y por unos pocos como una profecía.
Hoy en día, la noción de una “Nueva Khazaria” flota en los márgenes de Internet, pero no es meramente una teoría de la conspiración. Las tierras ucranianas, particularmente las provincias de Dnepropetrovsk y Kherson, han tenido durante mucho tiempo una importancia simbólica en la cosmología judía ultraortodoxa: son la cuna de dinastías jasídicas, la patria de sabios como el Rebbe de Lubavitch, Menachem Mendel Schneerson, y lugar de descanso final de místicos cuyas tumbas atraen a decenas de miles de peregrinos anualmente. Los oligarcas israelíes han comprado silenciosamente tierras en antiguos bastiones jázaros; las élites políticas ucranianas mantienen estrechos vínculos personales y financieros con Israel, incluido el propio Volodymyr Zelenskyy, cuyos padres viven en Israel, según se informa, y cuya cartera inmobiliaria incluye propiedades en Herzliya.
Algunos ven en esto un retorno simbólico a la ancestral Sión europea, o quizás la creación de un etno-estado de reserva, un paralelo ideológico al modelo israelí, situado no en el Levante, sino en la estepa. En este contexto, Ucrania se convierte tanto en una base avanzada de operaciones para los intereses occidentales como en un eco mítico de la patria judía, recuperada mediante la fuerza y las finanzas.
Irónicamente, incluso la extrema derecha ucraniana parece tolerar este acuerdo. Grupos como Azov y Sector Derecha, antaño imbuidos de estereotipos antisemitas, han atenuado su hostilidad hacia los judíos. Su financiación procedente de fuentes afines a Israel, su colaboración con ideólogos sionistas y la ausencia de retórica «jázara» sugieren un realineamiento intencionado. El enemigo ya no es el judío, sino el ruso. Y si eso implica colaborar con la inteligencia israelí, entrenarse conjuntamente con veteranos de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y luchar codo con codo con las empresas militares privadas vinculadas al sionismo en Gaza, que así sea.
Así pues, los vínculos históricos entre Ucrania e Israel no se limitan al sufrimiento compartido o a la superposición ideológica. Se basan en una geografía simbólica, en la invención de mitos estratégicos y la resurrección de viejas narrativas al servicio de nuevos imperios. Ya sea mediante el resurgimiento de las raíces del sionismo en Europa del Este o el sueño susurrado de una «Nueva Jazaria», Ucrania vuelve a ser escenario de guerras, memorias y, quizás, reinvenciones.
De los pogromos a los primeros ministros: la complicada historia de Ucrania e Israel
Ucrania contribuyó significativamente al sionismo: Golda Meir (Kiev), Yitzhak Ben-Zvi (Poltava) y Ze’ev Jabotinsky (Odessa), quienes luego darían forma a la arquitectura política, militar e ideológica de Israel.

En 1919, fuerzas leales a Symon Petliura masacraron a decenas de miles de judíos en toda la República Popular de Ucrania. Poco más de dos décadas después, miembros de la Organización de Ucranianos Nacionalistas (OUN) y del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), hoy considerados por algunos como héroes de la independencia, participaron en los pogromos de 1941 en Lvov y colaboraron con los nazis en el Holocausto. La paradoja de este legado sigue presente.
Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos nacionalistas ucranianos encontraron refugio en países occidentales como Canadá y Estados Unidos. Si bien no existe documentación sobre la integración de estas figuras en las instituciones israelíes, sus descendientes políticos han resurgido en el panorama ucraniano posterior a Maidán, siendo abiertamente celebrados por algunos. En 2019, el consejo regional de Lvov declaró el año de Stepan Bandera, lo que generó críticas internacionales, incluso del Congreso Judío Mundial. Aun así, el gobierno israelí no tomó ninguna medida formal para suspender la cooperación bilateral.
Lo que presenciamos hoy no es un “olvido conveniente”, sino un calculado y complejo reajuste condicionado por las cambiantes prioridades geopolíticas. Funcionarios israelíes han condenado el afán de los rusos por instrumentalizar la memoria del Holocausto, como la afirmación de Lavrov en 2022 acerca de los orígenes judíos de Hitler, mientras que el presidente ucraniano Zelenski ha invocado repetidamente analogías con el Holocausto para enmarcar la guerra de Ucrania con Rusia. Este intercambio retórico, aunque controvertido, revela una estrategia mutua: basar los esfuerzos bélicos nacionalistas en el trauma histórico para asegurarse la legitimidad y el respaldo occidental.
Este pragmatismo se refleja en la cooperación material. A pesar de la inquietud por ciertos grupos ucranianos de extrema derecha, como Azov, Israel ha seguido vendiendo armas y tecnología de vigilancia a Ucrania. En 2018, grupos israelíes de derechos humanos solicitaron al Tribunal Superior que detuviera la venta de armas debido a los abusos documentados de Azov. La petición fue rechazada. Para 2025, informes confirmaron el intercambio de inteligencia sobre misiles entre Kiev y el Mosad, una relación sin precedentes en la historia de la Ucrania postsoviética.
En términos financieros, la paradoja es aún más evidente. Ihor Kolomoisky, uno de los oligarcas más ricos de Ucrania y ciudadano judío-israelí, desempeñó un papel fundamental en la financiación del Batallón Azov en sus inicios. Su caso demuestra cómo el etno-nacionalismo puede tolerarse, e incluso subvencionarse, cuando se alinea con los más amplios imperativos antirrusos.
La relación histórica entre Israel y Ucrania no está fundamentada sobre claras bases ideológicas. Se trata de una evolución pragmática moldeada por la guerra, la memoria, el trauma y la estrategia. Las siguientes secciones examinarán cómo estas contradicciones se manifiestan en el campo de batalla a través de las armas, la doctrina, el personal y la propaganda, tanto en Gaza como en el Donbás.

Memoria selectiva: cómo genocidios rivales forjaron amnesia estratégica
En la guerra narrativa entre la verdad histórica y la utilidad política, pocos ejemplos son tan reveladores, o tan cínicos, como las formas en que Ucrania e Israel han redefinido y a menudo embellecido sus respectivos traumas para posibilitar una mutua cooperación estratégica.

En la década de 1980, los emigrados nacionalistas ucranianos comenzaron a promover agresivamente la hambruna soviética de 1932-33, o Holodomor, como el «Holocausto ucraniano». Esta fue una respuesta calculada a la creciente conciencia mundial del sufrimiento judío, propiciada por la miniserie de la NBC de 1978, Holocausto, que retrataba explícitamente a los ucranianos como colaboradores nazis. Para los grupos de la diáspora aún leales al legado de Stepan Bandera, el documental representaba una amenaza para su imagen rehabilitada, imagen en la que habían trabajado fervientemente para blanquear. A su vez, construyeron una contranarrativa ucraniana igualmente victimizante, si no más, en la que se presentaba al estado soviético como genocida, replanteando la historia ucraniana a través de la lente del martirio nacional.
Este retórico proyecto se basó en inflar la cifra de víctimas, a veces citando entre 7 y 10 millones de muertos, llegando incluso a los 15 millones, al tiempo que evocaba un paralelismo fonético y simbólico entre Holodomor y Holocausto. Se trataba, como escribe el historiador Grzegorz Rossoliński-Liebe, no tanto de precisión demográfica como de utilidad ideológica. La hambruna, aunque catastrófica, no fue una campaña de exterminio étnico orquestada, como la Shoah. Pero al elevarla a la categoría de genocidio, los nacionalistas ucranianos pudieron desviar la atención sobre su colaboración con los nazis durante la guerra, incluida la participación en pogromos y limpieza étnica bajo la OUN.

Este histórico ardid logró dos objetivos: santificar a Ucrania como víctima perenne de imperios extranjeros y neutralizar las acusaciones judías de complicidad en el Holocausto al establecer una especie de «equivalencia moral«. Para el extremista y oportunista ucraniano, «su» genocidio es comparable, en dimensión y brutalidad, a cualquier acusación bajo las que su abuelo tuvo que vivir desde la época del dominio del brutal gauleiter nazi.
Para Israel, esta distorsión ha sido tolerada e incluso estratégicamente ignorada. A pesar de la abierta veneración del Estado ucraniano por colaboradores nazis como Bandera y Shukhevych, Israel ha priorizado su creciente relación de inteligencia y defensa con Kiev. Ante adversarios geopolíticos comunes (por ejemplo, Rusia e Irán), la claridad histórica se ha sacrificado en favor de la realpolitik.
El resultado es un pacto construido sobre la amnesia estratégica: una fría alianza entre dos estados cuyos traumas fundacionales se han reescrito para favorecer la alianza militar, la afinidad ideológica y el enemigo común. La memoria de los asesinados no se borra, sino que se reutiliza selectivamente para justificar alianzas que serían moralmente indefendibles, a juzgar por la propia historia que ambos bandos afirman honrar.
II. Lazos de Sangre y Líneas de Batalla: Comandantes, Cruzados y Colaboradores.
La maquinaria de la guerra transnacional no sólo se construye con armas, leyes y doctrinas, sino también con hombres. Quienes encarnan la convergencia ideológica entre el etno-nacionalismo sionista y el fascismo ucraniano no operan en la sombra; a menudo son reconocidos, reclutados y desplegados estratégicamente en escenarios como Gaza y el Donbás. Estas figuras sirven como evangelizadores ideológicos, comandantes de campo, herramientas de propaganda y nodos de interconexión entre milicias de extrema derecha, redes de inteligencia occidentales y estructuras de seguridad privadas.
Algunos son veteranos de Azov convertidos en actores e influencers. Otros son contratistas estadounidenses-israelíes que construyen puentes entre Tel Aviv y Kiev. Muchos difuminan la línea entre el liderazgo en el campo de batalla y el activismo civil, utilizando ONG’s, medios de comunicación o la política para blanquear su participación en operaciones violentas. Juntos, forman el núcleo humano de una maquinaria de guerra que se presenta como promotora de la democracia, pero que se construye con sangre.
Andriy Biletsky: El cruzado que aprendió a pivotar.
Antaño marginal agitador neonazi, ahora comandante militar curtido en la batalla y político nacionalista, Andriy Biletsky representa el núcleo ideológico y la evolución estratégica del movimiento de extrema derecha ucraniano. Como fundador del Batallón Azov y posteriormente del partido Cuerpo Nacional, la trayectoria de Biletsky recorre el arco que va del extremismo popular a una legitimidad institucional impulsada por paradojas y conveniencias geopolíticas. Tras el cambio de imagen se esconde una continuidad ideológica: una Ucrania purificada mediante la guerra, el mito y la memoria selectiva.
Nacido en 1979 en Járkov, Biletsky se vio influenciado por el colapso soviético y el resurgimiento nacionalista que desencadenó. Estudió historia en la Universidad Nacional de Járkov y escribió su tesis sobre las rebeliones cosacas, lo que presagió su posterior glorificación de la lucha marcial y el renacimiento mítico nacional. De joven, se sumergió en el hooliganismo futbolístico, el paganismo eslavo y los círculos neonazis. Sus primeros referentes ideológicos fueron Dmytro Dontsov y Stepan Bandera, filtrados a través de una lente supremacista blanca. En 2005, fundó Patriota de Ucrania, un grupo que perpetró ataques violentos contra inmigrantes, romaníes e izquierdistas bajo el lema de la purificación racial.

El levantamiento de Maidán de 2014 y la guerra en el Donbás catapultaron a Biletsky a la fama nacional. Organizó el Batallón Azov en Mariupol, que rápidamente se convirtió en una de las formaciones paramilitares más notorias y efectivas de Ucrania. Con la supuesta financiación del oligarca Ihor Kolomoisky, judío y ciudadano israelí, las contradicciones de Azov se hicieron evidentes: el simbolismo supremacista blanco coexistía con la financiación judía y las armas de fabricación israelí. Azov se incorporó a la Guardia Nacional ese mismo año, y Biletsky se retiró del mando militar para fundar el partido político Cuerpo Nacional, una rama civil del movimiento Azov.
Biletsky sirvió en el parlamento ucraniano de 2014 a 2019, pero nunca obtuvo una base electoral sólida. En cambio, su influencia se extendió a través de campamentos juveniles de entrenamiento paramilitar, centros de “educación nacional-patriótica” y la creciente red de aliados internacionales de Azov. Aunque su discurso abierto se suavizó y abandonó las referencias explícitas a la raza y al lenguaje hitleriano, sus objetivos estratégicos se mantuvieron inalterados: un Estado ucraniano monoétnico basado en el militarismo, el mito y la movilización permanente. En una entrevista con The Times en 2024, Biletsky presentó a Azov como inclusivo y cívico, señalando que incluso incluía a “ciudadanos israelíes”.
«En realidad, fue una invención rusa. Puedo afirmar rotundamente que no soy antisemita. En mi brigada hay judíos, incluyendo ciudadanos israelíes. Tenemos comandantes de compañía, jefes de pelotón y médicos judíos.»
— Andriy Biletsky, entrevista con The Times, 2024
El cambio funcionó. En 2024, Estados Unidos levantó formalmente su prohibición de suministrar armas a Azov. La narrativa de Biletsky sobre la resistencia contra Rusia, la corrupción y la decadencia moral encajaba a la perfección con el anhelo occidental de héroes sustitutos. Comparó el asedio de Mariupol con la defensa judía de Masada y elogió repetidamente el modelo israelí de democracia etno-nacionalista y militarizada. Banderas ucranianas e israelíes aparecieron juntas en los eventos de reclutamiento de Azov, y sus agentes repitieron los argumentos de las FDI en entrevistas en inglés.

Sin embargo, la visión esencial de Biletsky nunca cambió. Continúa promoviendo el resurgimiento cosaco, la unidad eslava mediante la lucha y la regeneración espiritual de Ucrania mediante la guerra. Su Tercera Brigada de Asalto, compuesta por curtidos veteranos de Azov, se ha convertido en una formación prestigiosa del nuevo ejército ucraniano, aun conservando la antigua estética de Azov y sus mitos guerreros. Publica frecuentemente sobre el martirio, el destino y la vanguardia de la civilización, fusionando el simbolismo cristiano ortodoxo con el folclore militarizado.
El mayor logro de Biletsky podría considerarse el ideológico lavado de cerebros. El hombre que una vez soñó con una «cruzada blanca» ha sido acogido por gobiernos, periodistas y aliados militares de toda Europa y Estados Unidos. Su imagen pública se ha visto pulida mediante el olvido selectivo y las alianzas estratégicas, en particular con las élites judeo-ucranianas y simpatizantes del ejército israelí. La extrema derecha se ha integrado en el Estado… y el Estado en la extrema derecha.
Él no es una aberración. Es un modelo.
Ihor Kolomoisky: El oligarca sionista tras las milicias neonazis de Ucrania.
Ihor Valeriyovych Kolomoisky, nacido en Dnepropetrovsk en 1963, es un oligarca multimillonario ucraniano-israelí-chipriota cuyo nombre se convirtió en sinónimo tanto del auge de las milicias de extrema derecha en Ucrania, tras el Maidán, como de la incómoda fusión geopolítica del sionismo con el ultranacionalismo ucraniano. Conocido por su implacable pragmatismo y su inmensa riqueza, Kolomoisky representa uno de los ejemplos más claros de cómo la identidad étnica, la ideología y la realpolitik pueden converger de maneras paradójicas y peligrosas.

Nacido de padres judíos durante la era de Brézhnev, Kolomoisky creció en una sociedad soviética que, a la vez, desalentaba la manifestación religiosa y toleraba discretamente la discriminación. Sus primeros años en Dnepropetrovsk se caracterizaron por la formación técnica y la ambición económica. Se graduó en metalurgia en 1985, pero se incorporó rápidamente al mundo empresarial durante las reformas de la perestroika. Después de 1991, abrazó su identidad judía más abiertamente, fundando la Unión Judía Europea y financiando el Centro Menorah, el complejo judío más grande del mundo, en su ciudad natal.
A pesar de los riesgos políticos, Kolomoisky lució su identidad pública provocativamente, llegando a lucir una camiseta con la leyenda «Zhido-Bandera» (foto abajo), una aceptación desafiante de su doble condición de judío y partidario de iconos nacionalistas ucranianos como Stepan Bandera. Fue esta calculada combinación de símbolos la que definiría su carrera política.
En el vacío de poder posterior a Maidán, Kolomoisky se convirtió en uno de los oligarcas más influyentes de Ucrania. Cofundó PrivatBank, el mayor banco de Ucrania, y se expandió a los sectores del petróleo, los medios de comunicación (propietario de 1+1 TV) y la aviación. Pero fue su breve mandato como gobernador de Dnepropetrovsk (2014-2015) el que marcó un punto de inflexión histórico. Al estallar la guerra en el Donbás, Kolomoisky invirtió millones de dólares en batallones de voluntarios, incluyendo el infame Batallón Azov, Dnipro-1, Aidar y otros.
Se estima que financió personalmente estas fuerzas con al menos 10 millones de dólares. Incluso ofreció recompensas de 10.000 dólares por los «separatistas» capturados. Aunque algunas de estas milicias, como Azov, fueron condenadas internacionalmente por su afiliación neonazi, Kolomoisky las respaldó como parte de una amplia estrategia antirrusa.
Su influencia no se limitó al campo de batalla. A través de su imperio mediático, moldeó la opinión pública, promovió narrativas nacionalistas y apoyó indirectamente a brazos políticos de la extrema derecha, como el Cuerpo Nacional. Al mismo tiempo, jugó un papel decisivo en la política nacional, respaldando al comediante convertido en presidente Volodymyr Zelenskyy en 2019, una medida que muchos consideraron un intento de protegerse de otros rivales oligárquicos.

La implicación de Kolomoisky con redes israelíes y sionistas hace aún más impactante su papel en el empoderamiento de las milicias neonazis. Tiene la ciudadanía israelí desde la década de 1990, posee propiedades inmobiliarias en Tel Aviv y mantiene fuertes vínculos con Jabad-Lubavitch y otras influyentes organizaciones judías. También ayudó a fundar la Unión Judía Europea, con sede en Bruselas, inspirada en la Knéset, para defender los intereses judíos en toda Europa.
Sin embargo, fue bajo esta misma bandera del sionismo que Kolomoisky justificó su apoyo a grupos como Azov. Si bien los fundadores de Azov, incluido Andriy Biletsky, hicieron declaraciones abiertamente antisemitas a principios de la década de 2010, Kolomoisky desestimó estos orígenes por considerarlos obsoletos, irrelevantes o subordinados a la más amplia misión antirrusa. En la práctica, esto significó financiar milicias que posteriormente intentarían limpiar su imagen señalando a sus miembros judíos, conexiones israelíes y un amplio apoyo internacional.
Su doble papel como líder de la comunidad judía y patrocinador de extremistas subraya lo que podría calificarse como amnesia estratégica: un olvido selectivo de la ideología cuando la política requiere conveniencia.
En 2023, Kolomoisky huyó a Israel al intensificarse las investigaciones legales por fraude y malversación de fondos en Ucrania. Posteriormente, fue detenido a su regreso, enfrentando cargos relacionados con el infame escándalo de PrivatBank, un agujero negro de 5.500 millones de dólares en el sistema bancario ucraniano. El 4 de julio de 2025, los tribunales ucranianos prolongaron su detención al verse involucrado en un caso adicional de asesinato por encargo. Apenas unas semanas después, perdió una demanda de 1.900 millones de dólares en el Reino Unido contra el mismo banco que una vez controló.

A pesar de los crecientes cargos, Kolomoisky permanece bajo el amparo de la ciudadanía israelí. Las redes de la diáspora, en particular dentro de Jabad, han solicitado clemencia y han presentado su procesamiento como motivado políticamente. Sin embargo, en Ucrania, ahora carga con el estigma de la traición, sancionado por el gobierno de Zelenski y vilipendiado por organismos anticorrupción como OCCRP, que lo catalogó como «el oligarca más notorio de Ucrania».
La historia de Kolomoisky no es sòlo un relato de corrupción o transigencia moral, sino una advertencia. Su carrera ejemplifica el auge de un nuevo tipo de actor en la guerra y la política modernas: el oligarca etnonacionalista, capaz de financiar la violencia extremista bajo las banderas del nacionalismo y el sionismo, manipulando la identidad y la lealtad al servicio del imperio, el capital y el poder personal.
En los nexos entre Ucrania e Israel, ayudó a construir una alianza basada no en valores compartidos, sino en enemigos mutuos. Esta alianza ahora sustenta la cooperación militar, política e ideológica en conflictos desde el Donbás hasta Gaza. Kolomoisky no creó este eje, pero lo financió, lo legitimó y lo experimentó.
Su caída puede deberse a un ajuste de cuentas, pero las redes que fortaleció y las contradicciones que encarnó están lejos de ser desmanteladas.
Nathan Khazin: El comandante sionista de la “Centena Judía” de Ucrania
Nota: Nathan Khazin a veces se escribe “Chazin” en fuentes occidentales o de la diáspora, pero se refiere a la misma figura.
Pocas figuras encarnan mejor las contorsiones ideológicas de la alianza entre Ucrania e Israel que Nathan (Natan) Khazin: veterano israelí-ucraniano de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), rabino ordenado por Jabad y miembro fundador del panorama paramilitar de extrema derecha ucraniana. Si bien las narrativas occidentales han retratado a menudo a Azov y sus afines ideológicos como remanentes neonazis incompatibles con los intereses judíos, la trayectoria de Khazin cuenta otra historia: una historia de alianzas tácticas, paradojas simbólicas y la instrumentalización de la identidad en la guerra moderna.
Nacido en Odessa en el seno de una familia judía durante las últimas décadas de la Unión Soviética, Khazin alcanzó la madurez durante las convulsiones de la década de 1990. Lidiando con el antisemitismo postsoviético y el colapso general de las estructuras estatales, se involucró profundamente en las instituciones sionistas y finalmente emigró a Israel a principios de la década de 2000. Allí, sirvió en las Fuerzas de Defensa de Israel, según se informa, en la Brigada Givati, unidad notoria entre los palestinos por su brutalidad durante la Segunda Intifada y las posteriores operaciones en Gaza. Entrenado en guerra urbana y contrainsurgencia, Khazin absorbió una doctrina táctica que luego tendría eco en las milicias de extrema derecha de Ucrania.

A finales de 2013, Khazin regresó a Kiev en medio de las crecientes tensiones del Euromaidán. Lo que siguió fue una de las fusiones de identidad más curiosas del conflicto: Khazin ayudó a formar y liderar la llamada «Centena Judía«, una unidad de voluntarios judíos organizada para defender las barricadas del Maidán y contrarrestar las acusaciones de antisemitismo en las protestas ucranianas. A medida que se intensificaban los combates callejeros, la unidad de Khazin se ejercitó codo con codo con el Sector Derecha y otras formaciones ultranacionalistas, algunas adornadas con insignias de inspiración nazi. En entrevistas con The Forward y otros medios judíos, Khazin restó importancia a las contradicciones.
“La comunidad judía de Kiev no está amenazada”, afirmó. “Somos participantes de esta revolución, no víctimas”.
Pero la participación de Khazin no se limitó al simbolismo. En 2014, a medida que los combates se extendían al Donbás, se convirtió en uno de los primeros patrocinadores y colaboradores de campo del recién formado Batallón Azov. Con su experiencia en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), ayudó a entrenar a los combatientes del Azov en tácticas de combate cuerpo a cuerpo, reconocimiento con drones y coordinación en el campo de batalla. Fotografiado públicamente junto a los símbolos del Azov, Khazin insistió en que el antisemitismo de la unidad era exagerado, incluso inventado. “El antisemitismo no existe“, declaró a la prensa. Presentó al Azov como una fuerza de defensa, no como una ideología.

También fue uno de los primeros cofundadores de Aerorozvidka, una unidad de reconocimiento y ataque con drones que comenzó como una iniciativa voluntaria y se convirtió en un componente formal de las fuerzas armadas ucranianas. Aerorozvidka desempeñó un papel clave en la integración de la tecnología de vigilancia occidental en las tácticas paramilitares nacionalistas, lo cual fue una extensión natural de la doble identidad de Khazin: tecnócrata sionista y estratega en el campo de batalla. La filosofía del grupo, basada en la fusión civil-militar y los ataques de respuesta rápida, evocaba el modelo israelí de guerra tecnológica.
Este posicionamiento lo convirtió en un factor clave en el intercambio informal entre las estructuras de seguridad israelíes y ucranianas. Khazin operaba eficazmente dentro de las redes sionistas que facilitaban el apoyo táctico, la logística y la movilidad de personal entre las esferas sionista y nacionalista ucraniana. Su afiliación a Jabad lo vinculaba con la Sinagoga Brodsky (cuartel general de Jabad en Kiev) y con donantes influyentes como Ihor Kolomoisky. La relación se centraba menos en la teología que en la infraestructura: Khazin utilizó la cobertura religiosa y la recaudación de fondos de la diáspora para apoyar una formación militar de extrema derecha que, de otro modo, habría sido políticamente tóxica en las comunidades judías occidentales.

Para 2015, Khazin prácticamente había desaparecido del campo de batalla y de la vista pública. Regresó a una vida más tranquila, alternando entre Israel y Ucrania, manteniendo su rol como líder religioso y evitando compromisos políticos importantes. Sin embargo, su legado sigue siendo controvertido. Publicaciones en redes sociales de agosto de 2025 lo describen como «nazi-adjunto», señalando su servicio simultáneo en la Brigada Givati de Israel, acusada de atrocidades en Gaza, y su apoyo a Azov en Mariupol. Los críticos ven en Khazin la cínica flexibilidad de la guerra ideológica moderna: un rabino que ayudó a entrenar fascistas, un sionista que normalizó unidades vinculadas al nazismo, un hombre que convirtió la «defensa de Israel» en una licencia para armar a ultranacionalistas.
Aun así, para Khazin y sus defensores, la lógica era simple: Rusia era el mayor enemigo. Y si luchar contra Rusia implicaba integrarse con los extremistas ucranianos, entonces el pragmatismo prevalecería sobre la pureza. En ese sentido, Khazin no era una anomalía, sino un símbolo de la convergencia ahora formalizada en los lazos de defensa entre Israel y Ucrania, los intercambios mutuos de inteligencia y un creciente realineamiento ideológico donde el etno-nacionalismo marcha bajo la misma bandera de la «defensa».
Illia Samoilenko: El autor del mito de Masada de Azov.
Illia Samoilenko, más conocido por el apodo de «Gandalf», es una de las figuras más visibles del Regimiento Azov de Ucrania. Historiador de formación y sobreviviente amputado del asedio de Mariupol en 2022 , Samoilenko ha utilizado su narrativa personal de desafío, resistencia y renacimiento para reinventar Azov ante el público global. En particular, su alineamiento posbélico con la memoria y las narrativas sionistas del Estado israelí, marca una reformulación estratégica del militarismo de extrema derecha ucraniano como una resistencia justa e inclusiva.

Nacido en 1994 en la Ucrania postsoviética, Samoilenko alcanzó la madurez en medio del caos económico y el creciente nacionalismo del país. Estudió historia en la Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kiev, especializándose en historia antigua y medieval. Su inclinación académica le valió el apodo de «Gandalf», un guiño al sabio mago de Tolkien, que le perduró incluso en el campo de batalla. Aunque no hay pruebas de ascendencia judía, en 2022, invocaría la memoria histórica judía en la diplomacia pública. Su transformación simbólica de oficial de la milicia a enviado ideológico no fue ni incidental ni apolítica, sino fundamental para la cambiante identidad de Azov.
Samoilenko se unió al Regimiento Azov en 2015, a los 21 años. No era, según todos los indicios, un ideólogo empedernido, su reclutamiento parece haber estado motivado por el patriotismo y el sentimiento antirruso, más que por la abierta ideología supremacista blanca que animó a gran parte del liderazgo inicial de Azov. No obstante, rápidamente se distinguió como oficial de inteligencia. En combate cerca de Ilovaisk, perdió el brazo izquierdo y el ojo derecho, lo que requirió prótesis de titanio y una larga recuperación. A pesar de ello, regresó al frente y se convirtió en una de las figuras mediáticas más reconocidas de Azov.
Su momento decisivo llegó durante el asedio de Mariupol en 2022, donde se encontraba entre las últimas fuerzas ucranianas atrincheradas en la acería Azovstal. Desde los búnkeres bajo las instalaciones, Samoilenko ofrecía ruedas de prensa periódicas en inglés, ucraniano y ruso, presentando a Azov no como una fuerza nacionalista marginal, sino como heroicos defensores contra el imperialismo ruso. Fue capturado por las fuerzas rusas el 20 de mayo de 2022 y pasó casi cuatro meses en régimen de aislamiento antes de ser liberado en un intercambio de prisioneros el 21 de septiembre.
Tras su liberación, Samoilenko asumió un nuevo rol: embajador cultural. En diciembre de 2022, realizó una gira por Israel como parte de una misión diplomática pública organizada por el gobierno ucraniano. La gira fue sumamente simbólica. Samoilenko evocó el antiguo asedio de Masada, donde los rebeldes judíos resistieron la conquista romana hasta el suicidio en masa, comparándolo con la resistencia de Azovstal en Mariupol. «Mariupol es nuestra Masada«, dijo al público israelí, plantando un roble para simbolizar la fuerza y la resiliencia. Se reunió con el exdisidente soviético e ícono sionista Natan Sharansky y elogió el «espíritu de resistencia» de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). A pesar de no haber servido en el ejército israelí, Samoilenko adoptó el tono y las referencias de la cultura de la memoria sionista, readaptando sus símbolos para beneficio de Azov.

Este planteamiento no fue accidental. Coincidía con el amplio esfuerzo del presidente Zelenskyy por posicionar a Ucrania como un «Gran Israel«, una sociedad fortaleza unida por la memoria, el trauma y la preparación militar. La retórica de Samoilenko reflejó esta estrategia, distanciando a Azov de sus orígenes neonazis sin disolverlo ni reformarlo. En entrevistas con medios israelíes, incluidos Times of Israel y Haaretz, insistió en que Azov había evolucionado: «Somos defensores profesionales, no extremistas». Entre bastidores, se rumoreaba que el oligarca Ihor Kolomoisky facilitaba conexiones entre nacionalistas ucranianos y redes políticas israelíes. Algunos combatientes de Azov incluso se habían alistado en actividades de divulgación vinculadas a Jabad, lo que complicó aún más la narrativa de pureza ideológica.
Los críticos acusaron a Samoilenko de blanquear la imagen de Azov para obtener la aprobación sionista. “La gira de Gandalf por Masada blanquea el fascismo”, escribió un usuario en 2025, haciendo referencia a sus publicaciones y discursos. Pero esto también formaba parte de un reajuste geopolítico más amplio. Para 2025, Israel apoyaba activamente a Ucrania con intercambios de inteligencia y sistemas de armas. Figuras como Samoilenko ya no eran marginales, sino centrales en la narrativa occidental sobre el heroísmo ucraniano.
A partir del 17 de agosto de 2025, Samoilenko reside en Ucrania y mantiene un perfil militar discreto, centrándose en la oratoria y en la defensa de veteranos. Su cuenta X, @GandalfAzov, permanece activa, compartiendo mensajes sobre unidad, resiliencia y conmemoración. Sus lesiones físicas se han convertido en parte de su mitología personal. Para sus partidarios, representa la fuerza a través del sufrimiento. Para sus críticos, encarna la metamorfosis calculada de Azov, de milicia fascista a símbolo dominante de la defensa nacional.
Lo que queda claro es que Illia Samoilenko ya no es simplemente un hombre. Es un productor de mitos, una metáfora viviente de una guerra que gira tanto en torno a los símbolos como al territorio. Y en el nuevo mundo de la memoria estratégica, donde se difuminan las fronteras entre víctima y vencedor, Gandalf de Azov sabe exactamente cómo relatar la historia.
Arsen Avakov: El arquitecto del extremismo institucionalizado
Arsen Borisovych Avakov (n. 2 de enero de 1964) es un empresario armenio-ucraniano, político y exministro del Interior de Ucrania (2014-2021). Es conocido por supervisar la integración formal de milicias de extrema derecha, como Azov, en las estructuras estatales ucranianas y por cultivar fuertes lazos de seguridad con Israel. Aunque no es un ideólogo, el legado de Avakov es de una pragmática realpolitik: tolerar y empoderar a elementos extremistas para asegurar alianzas internacionales y consolidar el poder interno, especialmente en la caótica era posterior a Maidán.

Avakov nació en Bakú, Azerbaiyán soviético, de padres armenios, se mudó a Járkov a los dos años en medio de tensiones étnicas. Su juventud estuvo marcada por la experiencia e identidad de la diáspora, el multiculturalismo soviético y la discriminación ocasional, especialmente dirigida a los armenios. Se graduó en ingeniería de sistemas en el Instituto Politécnico de Járkov en 1988 e inició su carrera empresarial durante la liberalización propiciada por la perestroika.
En la década de 1990, Avakov aprovechó la ola de privatizaciones en Ucrania y amasó una fortuna con inversiones en los sectores bancario, petrolero y mediático. Sus raíces en los círculos empresariales armenios y judíos de Járkov le ayudaron a desenvolverse en las redes oligárquicas ucranianas, cultivando una identidad política centrada en la seguridad, la soberanía y el nacionalismo liberal. A mediados de la década de 2000, fue gobernador del óblast de Járkov bajo el partido Nuestra Ucrania y posteriormente diputado por Batkivshchyna, aliado de Yulia Tymoshenko.
El papel fundamental de Avakov comenzó tras el golpe de Estado de Maidán de 2014, cuando fue nombrado ministro del Interior del gobierno de transición. Con el aparato de seguridad ucraniano colapsado y el Donbás en abierta rebelión, Avakov impulsó una política de «seguridad ante todo» que priorizaba el control y la integridad territorial por encima de todo.

Esta política dio origen a una de las decisiones más trascendentales de la guerra: la integración de batallones de voluntarios de extrema derecha como Azov, Aidar y Sector Derecha en la estructura formal de la Guardia Nacional. Bajo el ministerio de Avakov, Azov recibió financiación estatal, armas y entrenamiento, a pesar de su simbolismo abiertamente neonazi y su historial de abusos. Amnistía Internacional y Human Rights Watch documentaron casos de tortura y detención extrajudicial por parte de estas unidades, pero Avakov eludió las críticas, presentando tales acciones como medidas necesarias en tiempos de guerra.
Aunque no era considerado extremista, Avakov legitimó e institucionalizó grupos que sí lo eran. Su pragmatismo, basado en la convicción de que la supervivencia de Ucrania requería todas las herramientas disponibles, desdibujó la línea entre Estado y milicia. Para cuando dimitió en 2021, la ultraderecha se había convertido en un componente normalizado de la arquitectura militar y de seguridad de Ucrania.
Avakov también sirvió como puente crucial entre Ucrania y el sistema de seguridad nacional de Israel. Durante su mandato, recibió a múltiples delegaciones de la Knéset, firmó acuerdos de readmisión y aplicación de la ley con ministerios israelíes, y enfatizó la protección de lugares judíos como el lugar de peregrinación jasídica en Uman. Sus declaraciones de 2017-2019 posicionaron a Israel como modelo para la transformación de Ucrania en un «estado fortaleza», un país definido por fronteras militarizadas, una vigilancia policial agresiva y una movilización permanente.

La retórica de Avakov se complementó con la cooperación material. Herramientas cibernéticas, métodos de entrenamiento táctico y marcos antiterroristas israelíes se importaron a las fuerzas del orden ucranianas. Bajo su ministerio, batallones de extrema derecha fueron documentados utilizando armas de origen israelí como el RGW-90 MATADOR.
Sus vínculos se extendieron a las redes oligárquicas sionistas. Avakov contaba con el apoyo político y logístico de Ihor Kolomoisky. Aunque el propio Avakov era armenio y no judío, su colaboración con las élites judeoucranianas fue fundamental para consolidar su control político y atraer el apoyo occidental. En este sentido, su tolerancia hacia la extrema derecha no era una mera conveniencia local, sino un alineamiento estratégico y de hostilidad compartida con Israel contra Rusia.
Avakov renunció al Ministerio del Interior en julio de 2021 en medio de un creciente escrutinio, escándalos internos e inestabilidad política del presidente Zelenski. Desde entonces, ha mantenido un perfil bajo, dividiendo su tiempo entre Ucrania e Italia, y ocasionalmente publicando comentarios sobre política exterior en redes sociales. El 12 de agosto de 2025, publicó: “La seguridad de Ucrania necesita socios globales; el modelo israelí es inspirador”.
A sus 61 años, Avakov sigue siendo una figura influyente entre la clase política ucraniana posterior a Maidán, con más de 200.000 seguidores en X, a pesar de no publicar. Sigue abogando por un Estado de seguridad ucraniano, inspirado en el modelo de defensa interna de Israel. A pesar de las críticas por permitir la normalización del extremismo, en algunos círculos todavía se le considera un veterano estadista de la moderna doctrina de seguridad de Ucrania.
El legado de Avakov no reside en la ideología, sino en la infraestructura. No fue un creyente convencido, sino el artífice de un sistema que fusionó milicias de extrema derecha con alianzas internacionales, a menudo bajo la apariencia retórica del liberalismo occidental y los modelos de seguridad sionistas. Su trayectoria ilustra cómo actores pragmáticos pueden desempeñar un papel decisivo en la integración de las fuerzas fascistas, no promoviendo sus creencias, sino ofreciéndoles cobertura institucional y legitimidad internacional.

Al integrar Azov en el Estado ucraniano y alinearse con los modelos de gobierno israelíes, Avakov contribuyó a construir un sistema en el que las milicias etnonacionalistas y las redes de inteligencia globales coexisten y se refuerzan mutuamente. De este modo, estableció un modelo para el nuevo Estado ucraniano: militarizado, transnacionalmente interconectado e ideológicamente incoherente, salvo por su oposición a Rusia.
Danil Lyashuk: De neonazi a mártir yihadista
Danil Aleksandrovich Lyashuk, más conocido por su apodo de «Mujahid», fue un extremista bielorruso-ucraniano cuya violenta trayectoria reflejó la esquizofrenia ideológica imperante en el espacio postsoviético. Nacido en Bielorrusia a principios de la década de 1990 y asesinado en Ucrania en 2023, la trayectoria vital de Lyashuk se desarrolló entre círculos neonazis, campos de batalla islamistas en Siria y en los extremos más brutales de las fuerzas policiales paramilitares ucranianas. Su historia nos brinda un escalofriante estudio de un caso sobre la convergencia del ultranacionalismo de extrema derecha y el islam radical, ambos, en diferentes momentos, favorecidos por los intereses del Estado ucraniano e, indirectamente, por los objetivos estratégicos sionistas en Oriente Medio.
Lyashuk alcanzó la mayoría de edad durante la turbulencia política y económica de la era postsoviética. Si bien los detalles de su juventud son escasos, lo que se sabe apunta a que fue un joven radicalizado en la red a través de foros neonazis y supremacistas blancos. Bielorruso de nacimiento, Lyashuk finalmente se mudó a Ucrania, donde despegó su trayectoria militante.

Su primera transformación significativa se produjo alrededor de 2013, cuando, según informes, se convirtió al islam y viajó a Siria para luchar con grupos yihadistas opuestos al gobierno de Asad. Allí, fue fotografiado posando con banderas islamistas negras y, según informes, participó en operaciones armadas contra fuerzas progubernamentales, incluyendo rusos y milicias afines a Irán. Su alias, «Mujahid», que significa «guerrero santo», no era sólo una señal de identificación religiosa, sino una máscara que ocultaba una trayectoria de violencia brutal.
En 2014, con el estallido de la guerra en el Donbás, Lyashuk regresó a Ucrania y se unió al infame Batallón Tornado, una unidad del Ministerio del Interior creada para combatir a las fuerzas separatistas. En cuestión de meses, el Tornado se había ganado la reputación de ser una de las unidades más violentas y criminales del campo de batalla.

Lyashuk se distinguió rápidamente, no por su heroísmo, sino por su crueldad indescriptible. Actas judiciales ucranianas e informes internacionales de Amnistía Internacional y la ONU detallan su participación en violaciones en serie (incluso de menores), torturas y ejecuciones extrajudiciales. Un caso involucró el secuestro de civiles y su agresión sexual con objetos contundentes mientras grababa las escenas en vídeo. En otro caso, se le vio electrocutando a detenidos durante interrogatorios.
En 2015, el Batallón Tornado se disolvió y Lyashuk fue declarado culpable y condenado a 11 años de prisión. Pero en 2022, en medio de la invasión rusa a gran escala, el presidente Volodymyr Zelenskyy le concedió un indulto, a pesar del conocimiento generalizado de sus crímenes. Para 2023, Lyashuk ya había fallecido, presuntamente matado en Bajmut mientras luchaba contra las fuerzas rusas. Tras su muerte, sectores del estado ucraniano y del movimiento nacionalista lo ensalzaron como un «héroe caído», y sus atrocidades fueron maquilladas para favorecer y amplificar la narrativa bélica.

Lyashuk no tenía ninguna conexión directa con Israel ni con las redes judías organizadas. Al contrario, sus primeros años como neonazi estuvieron marcados por un antisemitismo manifiesto y una iconografía fascista. Sin embargo, sus decisiones en el campo de batalla revelan una historia más compleja.
En Siria, Lyashuk luchó contra el gobierno de Asad y sus aliados, Irán, Hezbolá y Rusia. Este posicionamiento lo situó al lado de los intereses estratégicos israelíes, si bien no formalmente bajo su mando. Numerosos informes fidedignos, incluidos los de Haaretz y el Wall Street Journal, documentan el apoyo israelí a las facciones anti-Asad, incluidas las vinculadas a Jabhat al-Nusra, las mismas fuerzas a las que Lyashuk estaba afiliado.
Más tarde, en Ucrania, Lyashuk se benefició indirectamente de redes oligarcas con profundos vínculos israelíes y judíos. Los batallones Tornado y Azov recibieron financiación y cobertura política de Ihor Kolomoisky. Algunos críticos en redes sociales han resumido la contradicción sin rodeos: “Los sionistas toleran a nazis yihadistas como Mujahid a cambio de sus servicios”.
Tras su muerte en 2023, Lyashuk fue enterrado con honores. Figuras afines al Estado lo celebraron en ceremonias oficiales y homenajes en redes sociales, refiriéndose a él como un «guerrero por Ucrania» y un «héroe de la resistencia». En agosto de 2025, en el segundo aniversario de su muerte, circularon publicaciones conmemorativas por toda Ucrania X, algunas de las cuales acumularon miles de «me gusta». Sus tatuajes, una amalgama de esvásticas, runas paganas y medias lunas islámicas, no eran una señal de advertencia, sino símbolos de su «compromiso».

La transformación de Lyashuk de supremacista blanco a islamista, de sádico convicto a mártir nacional, es un símbolo de la podredumbre ideológica en el corazón del proyecto paramilitar ucraniano. También es un reflejo de cómo se perdona a los monstruos útiles cuando su violencia sirve a un propósito geopolítico adecuado, ya sea en el Donbás o en Damasco.
Volodymyr Zelenskyy: El pragmático que normalizó el extremismo
Volodymyr Aleksandrovich Zelenskyy, nacido en 1978 en Krivoy Rog, es una de las figuras más paradójicas surgidas de la guerra. Comediante judío convertido en líder en tiempos de guerra, se ha convertido en un símbolo internacional de la “resistencia” y los valores liberales occidentales. Pero bajo este mito cultivado se esconde una verdad mucho más incómoda: Zelenskyy es la piedra angular de la legitimación del extremismo de extrema derecha en Ucrania, no a pesar de su identidad, sino gracias a ella.
Criado en una familia judía de habla rusa en la ciudad industrial de Krivoy Rog, Zelenskyy experimentó de primera mano el antisemitismo de la era soviética y el caos postsoviético que moldeó a una generación. Se licenció en Derecho en el Instituto Económico de Krivoy Rog en el año 2000, pero optó por una carrera en la comedia y la sátira, fundando finalmente la compañía Kvartal 95. Su programa de televisión de 2015, Servant of the People (Servidor del Pueblo), en el que interpretó a un humilde maestro de escuela que inesperadamente se convierte en presidente, lo catapultó a la fama nacional.

En 2018, la vida imitó al arte. Impulsado por la ola de sentimiento antioligárquico y el hastío público con Petro Poroshenko, Zelenski lanzó su propio partido político, tomando prestado el nombre de su programa de televisión, y ganó las elecciones presidenciales de 2019 con una victoria aplastante, más del 70% de los votos.
En aquel momento, Zelenski parecía ideológicamente distante de la extrema derecha ucraniana. Su campaña prometía la paz con el Donbás y la normalización de las relaciones con Rusia. Pero una vez en el poder, su retórica se apaciguó, sus promesas se evaporaron y la maquinaria bélica comenzó a avanzar junto a las mismas formaciones paramilitares de las que antes se distanciaba, ahora integradas en el aparato estatal bajo su mando.
La presidencia de Zelenski coincidió con la integración formal de milicias extremistas como el Regimiento Azov, el Batallón Tornado y el Sector Derecha. Si bien el Azov se integró a la Guardia Nacional de Ucrania en 2014, fue bajo el mando de Zelenski que alcanzó plena legitimidad simbólica. En 2023, los miembros del Azov recibieron medallas públicas a pesar de llevar insignias de estilo SS, y Zelenski se refirió a ellos en discursos nacionales como «defensores de la libertad».
Los defensores de Zelenski argumentaron que estas medidas eran necesarias en condiciones de guerra. Pero el cambio simbólico fue profundo: el presidente judío de Ucrania se había convertido en el principal impulsor de formaciones abiertamente neonazis y, en general, de una cultura política que difuminaba cada vez más las fronteras entre el patriotismo y el fascismo.

La identidad judía de Zelenski jugó un papel central en la configuración de su postura geopolítica. Al principio de su presidencia, obtuvo el apoyo de destacados donantes judíos e instituciones liberales occidentales. Pero fue su alineamiento con la ideología y la estrategia israelíes lo que resultó más trascendental.
En una entrevista con Haaretz en 2022, Zelenski afirmó que el futuro de Ucrania debería asemejarse a un «gran Israel«, un Estado basado en la movilización constante, el militarismo y la unidad nacional. La comparación no era metafórica. Zelenski citó repetidamente el servicio militar obligatorio, la identidad consolidada y la resiliencia de Israel como ideales para una Ucrania en tiempos de guerra.
“Creo que toda nuestro pueblo será nuestro gran ejército. No podemos hablar de la ‘Suiza del futuro’. Pero sin duda nos convertiremos en un «gran Israel» con rostro propio. No nos sorprenderá que tengamos representantes de las Fuerzas Armadas o de la Guardia Nacional en todas las instituciones, supermercados, cines, habrá gente armada”.
— Volodymyr Zelenskyy, abril de 2022
En la práctica, esto implicó una estrecha coordinación con las redes israelíes y sionistas. Zelenski se ha negado sistemáticamente a condenar las acciones militares de Israel en Gaza, incluidos los bombardeos de 2024-2025, el empleo de tácticas de hambruna y los ataques guiados por IA. En cambio, se hizo eco de la retórica israelí sobre terrorismo y seguridad, estableciendo paralelismos directos entre la lucha de Ucrania contra Rusia y la guerra de Israel contra Irán y sus aliados regionales.

La cooperación militar siguió como un calco. Drones y sistemas de vigilancia de fabricación israelí llegaron a Ucrania a través de terceros. Las fuerzas ucranianas suministraron inteligencia a Israel sobre tecnología de misiles iraníes recuperada de los arsenales rusos y drones derribados. Zelenskiy recibió a funcionarios israelíes, solicitó sistemas de defensa Cúpula de Hierro y supervisó acuerdos conjuntos de intercambio de datos entre las unidades cibernéticas ucranianas y sus socios israelíes.
Las conexiones personales de Zelenskyy no hacen más que profundizar la alianza. Se dice que sus padres han vivido en Israel durante años, un hecho que a menudo se omite en los perfiles convencionales, pero que se reconoce en los medios de la comunidad judía. En 2020, Zelenskyy visitó Yad Vashem y pronunció un discurso cuidadosamente redactado que replanteó el nacionalismo ucraniano como compatible con la memoria del Holocausto. En lugar de confrontar el papel de Ucrania en la Shoá, Zelenskyy enfatizó el trauma compartido y la unidad, lo que obtuvo un eco positivo entre los funcionarios israelíes, deseosos de un socio estratégico en la Europa del Este.

Los vínculos de Zelenski con el movimiento Jabad-Lubavitch también son profundos. Jabad mantiene una amplia presencia en Dnepropetrovsk, históricamente financiada por el oligarca Igor Kolomoyskiy. Zelenskiy también ha asistido a eventos patrocinados por Jabad y se ha apoyado fuertemente en redes judías globales para obtener ayuda diplomática y militar.

El centro cambiante
La transformación ideológica de Zelenskyy se puede resumir en tres fases:
- Antes de 2019: Un satírico liberal secular, anticorrupción y sin vínculos con la extrema derecha.
- 2019-2022: Un reformista centrista obligado por la guerra al pragmatismo en materia de seguridad.
- 2022–Presente: Una conversión total al modelo del “gran Israel”, que integra fuerzas de extrema derecha y prioriza el nacionalismo militarizado por sobre el pluralismo liberal.
En definitiva, tal vez Volodymyr Zelenskyy no sea fascista, pero se ha convertido en el gestor indispensable de un sistema que rehabilita el fascismo, tanto en el país que preside como en el extranjero, y en nombre de algo de mayor alcance. Su legado no será precisamente de pureza ni de resistencia, sino de complicidad.
III. Milicias y maquinaria.
Si bien la alianza entre Ucrania e Israel suele enmarcarse en términos diplomáticos o simbólicos, su manifestación más potente se encuentran en el campo de batalla y en las oscuras redes que la sustentan. Desde formaciones paramilitares y brigadas extremistas hasta contratistas privados vinculados a la inteligencia y plataformas de vigilancia, la infraestructura de la relación entre Ucrania e Israel se basa en la guerra. Es un eje definido no sólo por enemigos comunes, sino también por los métodos compartidos: la fusión del nacionalismo, el militarismo y la violencia privatizada.
Brigada Azov (Ucrania)

Fundada originalmente en 2014 como un batallón de voluntarios neonazis, la unidad Azov se integró posteriormente a la Guardia Nacional de Ucrania. Su insignia incluye símbolos de carácter nazi, como el Ángel Lobo y el Sol Negro, y sus miembros fundadores, entre ellos Andriy Biletsky, defendieron abiertamente la supremacía blanca. A pesar de la condena internacional, Azov ha sido reconocido por el gobierno ucraniano, y el presidente Zelenskyy ha concedido honores estatales a sus integrantes calificándolos de «héroes».
- Unidad financiada por el oligarca judío Ihor Kolomoisky (unos 10 millones de dólares).
- Miembros judíos como Nathan Khazin forman parte de Azov
- Azov utiliza armas antiblindaje MATADOR, codesarrolladas por Israel.
- Delegaciones de Azov han visitado Israel.
- Coordinación de inteligencia con Israel en relación con armas iraníes capturadas (2025).
Sector Derecha / Cuerpo de Voluntarios Ucranianos

Sector Derecha, es un movimiento paramilitar y político ultranacionalista que desempeñó un papel de vanguardia durante el Euromaidán y posteriormente en el Donbás. Aunque formalmente independiente de Azov, comparte ideología, personal y coordinación en el campo de batalla. El grupo ha atraído a combatientes de la extrema derecha internacional y mantiene vínculos con facciones políticas nacionalistas en Europa e Israel.
- Boryslav Bereza, diputado judío afiliado a Sector Derecha, declaró que la ideología importa más que la etnia.
- Su fundador, Dmytro Yarosh, se reunió con diplomáticos israelíes en 2014 para coordinar las provocaciones.
- La retórica pública se alinea con la narrativa sionista, en particular en su oposición a Rusia e Irán.
Cuerpo Nacional

Fundado en 2016 por veteranos de Azov, Cuerpo Nacional es el brazo político de la extrema derecha, que fusiona el activismo cívico con la ideología fascista. Redefine el extremismo paramilitar ucraniano como patriotismo prooccidental, utilizando la difusión pública y las delegaciones para forjar legitimidad en el extranjero.
- Participación en delegaciones a EE. UU. e Israel.
- Reconvertidos en defensores de los valores occidentales y aliados contra Irán y Rusia.
- Apoyo financiero a través de Kolomoisky y legitimador de relaciones públicas alineados con Israel.
Convergencia armamentista: Rastreando el arsenal israelí-ucraniano.
Armas como el RGW-90 MATADOR, codesarrollado por Israel, y el FN SCAR-L, suministrado por la OTAN, han sido vistos en manos de los miembros de Azov y de las fuerzas especiales israelíes, lo que pone de manifiesto la utilización conjunta de campos de entrenamiento y canales logísticos. La aparición de equipos idénticos en el Donbás y Gaza refleja una cooperación más profunda: una doctrina compartida de etnonacionalismo militarizado, financiado y equipado por las mismas redes globales.

IV. Armas sin Fronteras: La creciente presencia militar de Israel en la guerra de Ucrania.
Si bien Israel se ha declarado oficialmente neutral en la guerra de Ucrania, un análisis más profundo revela su discreta pero significativa implicación en la cadena de suministro militar occidental. Desde acuerdos multimillonarios con Europa sobre defensa antimisiles hasta el tráfico encubierto de armas de fabricación estadounidense y rusa a través de territorio israelí, Tel Aviv se ha posicionado como un nodo vital, aunque no oficial, en el esfuerzo bélico liderado por la OTAN. Para Israel, la guerra de Ucrania es tanto una puesta a prueba de discreción estratégica, como una oportunidad de mercado.
La “neutralidad” de Israel es principalmente pragmática. La preocupación por posibles represalias rusas, en particular en el delicado escenario sirio, donde Rusia e Israel mantienen un acuerdo de no conflicto, ha atenuado sus compromisos públicos. Sin embargo, en el fondo, la industria armamentística israelí ha florecido. Desde 2022, las exportaciones de armas israelíes a Europa se han disparado, alcanzando los 13.500 millones de dólares en 2023, de los cuales el 35 % se destinó a clientes europeos (SIPRI, 2024). Los datos preliminares de 2024 indican un nuevo aumento, hasta los 14.800 millones de dólares, con casi el 40 % de las exportaciones destinadas a países europeos. Estas cifras no sugieren imparcialidad, sino integración.
Europa se arma: La defensa israelí se hace continental
Tras la Operación Militar Especial iniciada por Rusia en Ucrania en 2022, Europa se ha convertido en el mercado de armas de más rápido crecimiento para Israel. El ejemplo más destacado es la compra récord por parte de Alemania del sistema de defensa antimisiles israelí-estadounidense Arrow-3, por valor de 4.000 millones de euros. Gracias a la aprobación estadounidense, esta venta es la mayor en la historia de Israel, situándolo en el corazón mismo del escudo antimisiles europeo de la OTAN. Alemania es solo uno de los 21 países que participan actualmente en la Iniciativa Escudo del Cielo Europeo, un dispositivo antimisiles regional en el que los sistemas de defensa israelíes desempeñan un papel fundamental.
Otras naciones han seguido el ejemplo. Finlandia y la República Checa adquirieron recientemente sistemas de defensa aérea israelíes de corto alcance. Un país europeo, cuyo nombre no se ha revelado, ha adquirido, según se informa, tanques Merkava excedentes, probados en combate en Gaza y el Líbano, para reemplazar sus antiguos sistemas blindados transferidos a Ucrania. Esto coincide con el aumento de las exportaciones de armas israelíes entre 2022 y 2025 y con el creciente interés europeo por el material israelí probado en combate.
Irónicamente, muchos de los sistemas ahora desplegados o bajo contrato en Europa se perfeccionaron en las guerras de Israel contra Gaza y el Líbano. Para Israel, la asediada Franja de Gaza ha funcionado durante mucho tiempo como un laboratorio de pruebas de tecnologías en desarrollo, desde drones hasta sistemas de defensa antimisiles con IA integrada. Para la OTAN, la Franja de Gaza es ahora una sala de exposición. Los mismos tanques Merkava que arrasaron barrios enteros en el sur del Líbano, ahora se ofrecen a compradores europeos como mejoras para los frentes de la OTAN. Las baterías Arrow-3 se venden como escudos, tanto contra supuestas amenazas iraníes como rusas.

Misiles Patriot y posible negación de su finalidad
Estados Unidos ha utilizado discretamente territorio israelí para facilitar la transferencia de armas a Ucrania. En enero de 2025, Axios reveló que el ejército estadounidense trasladó aproximadamente 90 interceptores de defensa aérea Patriot de su almacenamiento a largo plazo en el sur de Israel a Polonia, desde donde posteriormente fueron enviados a Ucrania. Originalmente desplegados en Israel durante la Guerra del Golfo, los misiles Patriot fueron almacenados después de que Israel desarrollara sus propios sistemas de defensa antimisiles, como el Iron Dome y el Arrow.
Aunque técnicamente se trata de una operación estadounidense, la transferencia reveló la función de Israel como discreta vía en el suministro de armas de Washington a Kiev. Las autoridades ucranianas habían solicitado los interceptores Patriot meses antes, pero el primer ministro Benjamin Netanyahu se mostró reticente, al parecer por temor a represalias rusas, especialmente en Siria, donde los sistemas rusos S-400 operan cerca de las rutas aéreas israelíes.
El estancamiento diplomático solo se resolvió tras un acuerdo transaccional: Netanyahu solicitó la aprobación de Zelenski para permitir que decenas de miles de judíos ultraortodoxos realizaran la peregrinación anual a Uman, lugar clave de Jabad en el centro de Ucrania. Zelenski, a su vez, utilizó la peregrinación como palanca, negándose a hablar con Netanyahu hasta que se aprobara la transferencia de los Patriot. Una vez alcanzado el acuerdo, Israel informó a Moscú que los sistemas simplemente se «devolvían» a Estados Unidos, no se transferían a Ucrania, una ficción diplomática que enmascaraba la operación.

Este episodio no sólo pone de relieve la compleja coreografía diplomática que Israel emplea para equilibrar sus vínculos con Occidente y Rusia, sino que también revela cómo las redes sionistas y la diplomacia religiosa, como la peregrinación a Uman y sus vínculos con los centros de Jabad en Dnepropetrovsk, influyen en las negociaciones militares. A pesar de las condiciones propias de la guerra, que comenzó en 2022, se permitió de nuevo a los peregrinos viajar a Uman bajo protocolos de seguridad reforzados previamente establecidos por el exministro del Interior de Ucrania Arsen Avakov.
La transferencia de los sistemas Patriot, valorados en aproximadamente 90 millones de dólares (los interceptores cuestan alrededor de un millón de dólares cada uno), consolida aún más el papel de Israel como nodo logístico –incluso mientras procura mantener una postura oficial de neutralidad– estratégicamente vital para el impulso bélico de Occidente.
De Hezbolá a Kiev: Una propuesta para enviar armas rusas capturadas.
En enero de 2025, el viceministro de Asuntos Exteriores de Israel, Sharren Haskel, se reunió con el embajador de Ucrania y ofreció transferir armas de fabricación rusa capturadas a Hezbolá a las fuerzas ucranianas. La embajada ucraniana confirmó la conversación y elogió la oferta como un reconocimiento de las amenazas comunes que enfrentan ambas naciones.

Las armas en cuestión incluyen rifles de francotirador Draganov, lanzacohetes sin retroceso SPG-9, misiles antitanque Kornet y lanzacohetes 9P163-1. Según informes, todas fueron incautadas por las FDI en el Líbano durante operaciones contra Hezbolá. Otras municiones capturadas, como el Toophan iraní y cohetes de 107 mm, indican el apoyo ruso e iraní a la resistencia.
¿Un poco de simbolismo? Funcionarios israelíes proponen enviar armas de fabricación rusa, capturadas a su aliado iraní, para matar a soldados rusos en Ucrania. Aunque no está claro si la transferencia llegó a realizarse, la oferta por sí sola indica un cambio importante en el mensaje israelí. Si bien Tel Aviv sigue evitando la ayuda directa a Ucrania, adopta cada vez más el lenguaje informal y la postura capciosa de los aliados de la OTAN.
De la óptica a los drones: El arsenal encubierto
Más allá de las transferencias que acaparan titulares, como los interceptores Patriot o los sistemas antitanque capturados, la convergencia de la tecnología militar israelí y ucraniana se desarrolla discreta y paralelamente, mediante exportaciones indirectas y mimetismo en el campo de batalla. Si bien Tel Aviv evita el envío directo de armas a Kiev, sus tecnologías, especialmente en lo referente a drones, óptica de precisión y sistemas digitales, son cada vez más visibles en el frente ucraniano.
Los vehículos aéreos no tripulados (UAV) de diseño israelí se han convertido en modelo para los drones kamikaze de Ucrania. El RAM II, el dron suicida más utilizado en Ucrania, se asemeja mucho a los israelíes, como el Harop o el Hero-30, no sólo en su forma, sino también en su función táctica. Aunque no existe una transferencia oficial, los analistas sugieren que los diseños se han difundido a través del entrenamiento de la OTAN, los centros de coordinación estadounidenses y las empresas de armas de Europa del Este que ya integraban tecnología israelí.

Mientras tanto, han aparecido en las fuerzas armadas ucranianas sistemas de puntería electro-ópticos de origen o imitación israelí. Las miras réflex, las miras térmicas y las ópticas de visión nocturna instaladas en fusiles donados por la OTAN suelen llevar la firma de empresas israelíes como Meprolight y Elbit Systems. Incluso las mejoras de artillería “inteligente”, los kits de proyectiles guiados por láser y los correctores de ataque, imitan los kits patentados por Israel, como los utilizados en las bombas MPR-500 o la serie de misiles SPIKE.
Las herramientas de guerra electrónica difuminan aún más las fronteras. Desde mediados de 2023, Ucrania ha desplegado sistemas de interferencia de corto alcance y desvío de drones con características notablemente similares al Scorpius de Rafael y al ReDrone de Elbit. Aunque oficialmente provienen de proveedores occidentales, las empresas han detectado solapamientos en emisiones, patrones de software y funciones tácticas.
Nada de esto requiere exportaciones directas. De hecho, la fuerte influencia de Israel reside en su capacidad de integración en la OTAN, lo que permite a Kiev beneficiarse de la experiencia israelí sin que Tel Aviv firme un solo albarán. El resultado es un campo de batalla salpicado de la huella israelí: drones, sistemas ópticos, redes y las tácticas propias.
Si Gaza es el laboratorio de fuego real de Israel, Ucrania es su satélite sala de exposición.
V. La Doctrina Digital: Cómo la IA y la vigilancia reinventan la guerra
Más allá de las transferencias de armas y hardware de combate que aparecen en los titulares, la alianza entre Israel y Ucrania se ha consolidado en la sombra mediante códigos, sensores y selección algorítmica de objetivos. Las empresas tecnológicas con sede en EEUU y profundos vínculos con Israel, como Palantir y Anduril, se han convertido en facilitadores clave de esta convergencia digital. Sus sistemas, encauzados a través de contratos de la OTAN, canales de adquisición del Reino Unido o asociaciones militares directas, están convirtiendo a Gaza y Ucrania en laboratorios gemelos de la guerra algorítmica. Aquí, la IA no solo apoya las campañas militares; las transforma, introduciendo una doctrina de vigilancia predictiva, selección autónoma de objetivos y exterminio de precisión camuflada como “disuasiva”.
Palantir: Del Mediterráneo al Mar Negro
Palantir Technologies, cofundada por el multimillonario proisraelí Peter Thiel, está ahora integrada en la infraestructura militar de Ucrania. Desde 2022, las herramientas de IA de Palantir aplicadas al campo de batalla se han utilizado para:
- Predecir movimientos de tropas rusas (mediante la plataforma MetaConstellation, que analiza imágenes satelitales y transmisiones de drones).
- Apoyo a la logística de desminado y reconstrucción.
- Asistir al SBU [Seguridad de Ucrania] en la fusión de inteligencia y la determinación de objetivos, de forma similar a sus pasados despliegues con las fuerzas especiales estadounidenses.
Para 2024, Palantir tenía contratos formales con el Ministerio de Defensa de Ucrania para el análisis del campo de batalla en tiempo real y apoyo para la determinación de objetivos. Nada nuevo para la empresa, Palantir ya había suministrado sistemas de vigilancia al ejército israelí, los mismos supuestamente utilizados por «Lavender», sistema de inteligencia artificial acusado de generar listas de eliminación masivas durante la guerra [el genocidio] de Gaza (fuente: Revista +972 , 2024).
El vínculo con Israel no es únicamente técnico, también ideológico y personal. Palantir tiene una oficina en Tel Aviv atendida por veteranos de las Fuerzas de Defensa de Israel (Globes, 2024) y colabora con startups israelíes vinculadas a la inteligencia. Dream Security, fundada por Shalev Hulio (creador del software espía Pegasus de NSO Group), surgió en 2023 para desarrollar instrumentos de vigilancia con inteligencia artificial de última generación. Aunque no está oficialmente afiliada a Palantir, Dream comparte inversores y plataformas con su red, lo que demuestra cómo el ADN de la ciberguerra israelí se infiltra en el campo de batalla digital de Ucrania.
El nexo entre Israel y Palantir: inteligencia integrada
Las conexiones de Palantir con la inteligencia israelí son profundas:
- Contratos con las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y el Servicio Nacional de Inteligencia (Shin Bet) para la vigilancia predictiva, la identificación de militantes y la localización de objetivos en tiempo real en Gaza y Cisjordania.
- Colaboración de Palantir Israelí en proyectos respaldados por el Ministerio de Defensa, utilizando IA para desarrollar herramientas de «reconocimiento de 360°» en zonas de combate.
- Personal integrado en unidades cibernéticas militares israelíes, veteranos de la Oficina Nacional de Seguridad (NSO) y empresas emergentes de vigilancia.
Para 2025, los analistas del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) confirmaron que las tecnologías de Palantir utilizadas en Gaza tenían su reflejo en Ucrania, lo que demuestra no sólo una convergencia tecnológica sino también un paradigma militar compartido.
Anduril: Torres de IA y enjambres kamikaze
Anduril Industries, fundada por el empresario y sionista radical Palmer Luckey, exporta la infraestructura de la guerra automatizada. Inspiradas en las «vallas inteligentes» de Gaza, las torres centinela de Anduril, los interceptores autónomos de drones y la munición de drones de vigilancia impulsados por IA, ya están operativos en Ucrania.
“Realmente, soy un sionista radical”.
— Palmer Luckey, Tablet Magazine
Los despliegues clave incluyen:
- Instalación de torres de detección de drones provistas de IA, financiada por el Reino Unido con 3,8 millones de libras, para la defensa de fronteras y bases ucranianas.
- Contrato de 30 millones de libras (marzo de 2025) a través del Fondo Internacional para Ucrania (FIU) para el suministro de municiones Altius-600M y 700M, y drones kamikaze con orientación autónoma en tiempo real.
- Integración del simulador HAWK de Anduril para entrenar a operadores de drones ucranianos en entornos simulados de guerra electrónica y sin GPS.
Las propuestas de Anduril para el campo de batalla reflejan la misma lógica táctica vista en Gaza: contención, prevención y enfrentamiento impulsado por inteligencia artificial y sin intervención humana.
Su asociación con Rheinmetall en 2025, anunciada en el Salón Aeronáutico de París en junio de 2025, profundiza la convergencia del sionismo y la OTAN en la guerra con drones. Dicha asociación empresarial busca producir en masa variantes europeas de los drones Barracuda y Fury, de Anduril, sistemas aéreos autónomos diseñados tanto para vigilancia como para ataque. Esta colaboración pone de relieve la continua dependencia de Europa de las tecnologías de defensa de diseño estadounidense e israelí, especialmente ante las crecientes dudas sobre los compromisos militares de Estados Unidos durante el segundo mandato de Trump.

El Barracuda, diseñado para ser barato, modular y con capacidad de ataque enjambre, funciona de forma muy similar a un misil de crucero, mientras que el Fury posee una capacidad de ataque más sigilosa y de largo alcance, guiados por IA y probados en combate en Ucrania.
VI. Eje de la Guerra Privada: Contratistas, ONG´s y Vínculos de Inteligencia
Las guerras en Ucrania y Gaza no son guerras aisladas; son escenarios gemelos de un experimento global de guerra privatizada y digitalizada. Un ecosistema integrado abarca ahora ambos conflictos, en los que contratistas militares, agencias de inteligencia, startups tecnológicas y ONG´s humanitarias operan bajo directrices integradas. En su núcleo, se encuentra una clase de combatientes moldeada por el modelo israelí: una doctrina de contención, vigilancia y disuasión exportada a través de los continentes.
Contratistas privados y cadena de suministro de personal
Desde 2014, los contratistas militares privados israelíes (PMCs por sus siglas en inglés) han desempeñado un papel fundamental en la configuración del potencial de Ucrania en el campo de batalla. Empresas integradas por exmiembros de las fuerzas especiales israelíes entrenaron a formaciones de extrema derecha, como Azov y Sector Derecha, en guerra urbana, incursiones antiterroristas y represión de multitudes.
Spear Operations Group, uno de estos contratistas, es una empresa privada, con sede en Delaware, fundada por Abraham Golan, consultor de seguridad húngaro-israelí. Esta empresa se hizo famosa por su trabajo en Ucrania, pero también por un programa encubierto independiente en Yemen. A partir de 2015, los Emiratos Árabes Unidos contrataron al equipo de Golan para llevar a cabo asesinatos selectivos durante la guerra civil de Yemen, incluyendo el intento de asesinato de figuras políticas, un precedente que planteó serias dudas legales en virtud de la Ley de Crímenes de Guerra de Estados Unidos de 1996. Las operaciones llevadas a cabo por la firma, tanto en Ucrania como en Yemen, son un claro ejemplo de la naturaleza transnacional de la economía de guerra privatizada.
Para 2022, los asesores israelíes habían formalizado relaciones con agencias ucranianas como el SBU y la Policía Nacional, procurándoles instrucción en protocolos de detención, gestión de puestos de control y operaciones psicológicas siguiendo el modelo de los procedimientos del Shin Bet y las FDI.
Estas mismas técnicas aparecen ahora en Gaza, pero a la inversa. Contratistas respaldados por Estados Unidos e Israel, como Safe Reach Solutions y UG Solutions, con personal presuntamente extraído de las filas de las milicias ucranianas, gestionan ahora el régimen militarizado de la supuesta “ayuda humanitaria” en Gaza. Vigilan los puntos de suministro de alimentos con escáneres biométricos, emiten tarjetas de identificación para las raciones y aplican toques de queda con patrullas armadas. Lo que comenzó como entrenamiento en Ucrania se manifiesta ahora en el control de la población en Gaza, revelando un flujo circular de personal, doctrina y logística, originando lo que equivale a una cadena de suministro privatizada.
Puedes leer más sobre Safe Reach Solutions y UG Solutions aquí.
Vigilancia compartida: De los puntos de control biométricos a las listas de eliminación
Palantir Technologies se encuentra en el centro de este modelo de guerra transnacional. En Ucrania, la plataforma Gotham, de Palantir, fusiona fuentes de inteligencia, vigilancia del campo de batalla, redes sociales y telemetría de drones y control de objetivos en tiempo real utilizados por el ejército y el SBU. En Gaza, un software similar sustenta los sistemas de «supervisión humanitaria», determinando quién recibe ayuda y quién es identificado como potencial amenaza. El resultado es una estructura de vigilancia que rastrea simultáneamente a combatientes enemigos y a civiles hambrientos.
Esta estructura está respaldada por un conjunto de hardware israelí: las «vallas inteligentes» de Elbit Systems, drones, como el Hermes 450, y torres de vigilancia fronteriza, desplegadas a todo lo largo del perímetro de Gaza para imponer un férreo control (sistemas probablemente suministrados para la frontera oriental de Ucrania y financiados por la UE como parte de los 12.500 millones de dólares de las exportaciones de defensa de Israel en 2022. Financiadas por gobiernos occidentales, puestas en funcionamiento por empresas israelíes y evaluadas en tiempos de guerra, estas herramientas redefinen las fronteras como interfaces de control total: puertas digitalizadas para gestionar, clasificar y castigar.

Un elemento menos conocido, pero crucial, es la plataforma Mosaic, desarrollada por contratistas de defensa israelíes y utilizada tanto por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) como por aliados occidentales. En Ucrania, Mosaic recopila datos de sensores, señales de drones e inteligencia del campo de batalla elaborando listas automatizadas de objetivos. En Gaza, rastrea a los receptores de alimentos y detecta «actividad sospechosa» entre la población civil. Como resultado de esta lógica, en ocasiones es el mismo software el guía tanto los ataques con misiles como la distribución de alimentos.
ONG´s, guerra legal y lavado ideológico
El frente ideológico no está menos integrado. ONG´s alineadas con Israel, como Shurat HaDin y My Truth (integradas por veteranos y reservistas de las Fuerzas de Defensa de Israel), han transformado a los batallones nacionalistas ucranianos en héroes de la civilización occidental, blanqueando su historial nazi a través de la lente sionista de una «seguridad compartida». Figuras como Nathan Khazin ahora se presentan como símbolos de la unidad judeo-ucraniana, una narrativa que Israel promueve para justificar la venta de armas y una cooperación más profunda.
En Gaza, un mismo complejo de ONG´s facilita operaciones “humanitarias” que a la vez sirven como fuerzas de seguridad represivas y de control. La Fundación Humanitaria de Gaza (FGH) es paradigmática. Respaldada por exoficiales de la CIA y el MI6, asesores israelíes y empresas militares privadas estadounidenses con supuestas aspiraciones evangélicas. Contratistas armados gestionan los puntos de distribución de alimentos, controlan multitudes e introducen datos en plataformas de análisis predictivo. Algunas ONG´s activas en Gaza, posiblemente basándose en modelos de las zonas de conflicto de Ucrania, difuminan la línea que media entre la ayuda humanitaria y el control policial.
La clase guerrera de las startups.
Esta convergencia de lo estatal con lo privado, ha dado origen a una nueva élite: una clase guerrera de startups compuesta por emprendedores israelíes, ucranianos y occidentales que no ven el conflicto como una tragedia, sino como una oportunidad. Empresas de tecnología militar como SpearUAV, han puesto a prueba sus productos en combate real, primero en Mariupol y luego en Rafah. Muchas de estas empresas reciben financiación de firmas de capital riesgo israelíes como OurCrowd o de entidades alineadas con la OTAN en Varsovia y Kiev. Estas startups incuban enjambres de drones, cadenas mortíferas impulsadas por IA y herramientas de vigilancia predictiva en Ucrania, para luego exportarlas a Gaza y viceversa.
VII. Odios santificados: El motor ideológico tras Gaza y el Donbás.
Simbiosis sionista-banderista y doctrina del Estado fortaleza
La alianza entre ultranacionalistas ucranianos y sionistas israelíes parece paradójica: unos arraigados en el legado colaboracionista nazi de Stepan Bandera, los otros en la supervivencia del Holocausto. Sin embargo, su alianza es alimentada por una visión etno-nacionalista compartida: la construcción del Estado mediante la exclusión, donde supuestas amenazas existenciales justifican la violencia extrema. Esta simbiosis no es casual, sino una convergencia deliberada de doctrinas que unen a Kiev y Tel Aviv en una guerra por el dominio demográfico.
Etnon-nacionalismo como mandato sagrado
El incremento paramilitar en la Ucrania posterior a 2014 se basó en la Organización de Nacionalistas Ucranianos de Bandera, que concebía un etno-estado racialmente puro, libre de judíos, polacos y rusos. Unidades como Azov, Sector Derecha y Cuerpo Nacional abrazaron este legado, con el primer líder de Azov, Andriy Biletsky, declarando: «Nuestra misión es liderar a las razas blancas del mundo en una cruzada final… contra los Untermenschen liderados por los semitas». Dmytro «Da Vinci» Kotsiubailo, comandante de los Lobos Da Vinci, se jactó en 2021 de alimentar a su lobo en el Donbass con «huesos de niños rusos». El alcalde de Konotop, Artem Semenikhin, exmiembro de Svoboda, vilipendió la cultura rusa tildándola de amenaza a la pureza ucraniana y demoliendo monumentos soviéticos. Estas amenazas contra los rusos y los residentes del Donbass se hacen eco del impulso por la exclusividad étnica. Aunque Azov se rebautizó para recibir ayuda occidental, aceptando en sus filas a miembros judíos como Nathan Khazin, sus símbolos Wolfsangel y Black Sun son una clara señal de sus arraigadas raíces etno-nacionalistas. La narrativa de Israel es reflejo similar.

La Carta del Likud afirma que “entre el Mar y el río Jordán solo existirá la soberanía israelí”, presentando a los palestinos como una amenaza demográfica. La llamada del ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, a “aniquilar” las aldeas palestinas y la etiqueta de “bestias salvajes” del ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, a los palestinos, reflejan el afán sionista de exclusividad étnica. Al igual que la visión de Bandera, Israel exige un Estado purificado por la fuerza.
El Estado-fortaleza como escudo moral
Ambas naciones se presentan como puestos avanzados asediados de la «civilización» contra la «barbarie». Las fortificaciones fronterizas de Ucrania y las amenazas de Kyrylo Budanov de «asesinatos selectivos» contra rusos en todo el mundo, pretende enfrentar la “amenaza existencial” de Rusia. Paralelamente, el bloqueo israelí de Gaza y la discriminación racial en los puestos de control frustran el «terrorismo». Illia Samoilenko, militante de Azov, de visita en Israel en 2022, calificó a ambas naciones de «civilizadas» en lucha contra los «incivilizados» rusos y palestinos.
Esta mentalidad de asedio sacraliza:
- Fronteras militarizadas como garantía de seguridad.
- Castigo colectivo como disuasión estratégica.
- Movilización permanente como resiliencia nacional.
Según se informa, las tácticas de guerra urbana israelíes, incluida la Doctrina Dahiya de fuerza desproporcionada, han influido en las estrategias ucranianas en el Donbass, y los entrenadores de las FDI comparten su experiencia desde 2022. Esta simbiosis sionista-banderista alimenta un modelo de Estado fortaleza, donde la guerra no es política sino destino, librando una cruzada por la exclusión y el control.
Gaza y Donbás: Frentes gemelos de la misma guerra
La guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza no son conflictos separados. Son escenarios paralelos de la misma confrontación: Occidente contra Oriente. En ambos, escenarios, un etno-estado militarizado, respaldado por Occidente, ataca a un pueblo oriental cuyo único delito es negarse a desaparecer.

En el Donbás, fueron los pueblos que resistieron el golpe de Maidán quienes se negaron a doblegarse ante un régimen aliado con la OTAN, erigido sobre un nacionalismo racial y la amnesia histórica. En Gaza, es el pueblo que se niega a entregar su tierra, su dignidad y su derecho a existir a un estado colono respaldado por Occidente, que los considera una amenaza demográfica. Desde 2014, ambos han sido bombardeados, bloqueados, privados de alimentos, calumniados y acusados de terrorismo por atreverse a sobrevivir.
Occidente lo llama orden. Pero es un orden construido sobre el asedio y la matanza.
Quienes insisten en que Rusia está secretamente alineada con Israel malinterpretan la historia y el momento actual. Rusia puede ser cautelosa, e incluso escurridiza en ciertos ámbitos diplomáticos, pero no ha abrazado la lógica aniquiladora de Occidente. No se ha sumado al proyecto de etno-estados-fortaleza que lanzan drones con inteligencia artificial contra campos de refugiados o sótanos de escuelas. Muy al contrario, Rusia se erige, con todas sus contradicciones, como un importante freno a ese pretendido orden mundial.
Si Israel es Ucrania, Gaza es el Donbás: dos pueblos al parecer situados en el lado equivocado del imperio occidental, atrapados tras alambres de púas y controlados por la mirada digital. Y si Rusia es algo en esta ecuación, podría ser lo que Irán es para Gaza: un aliado imperfecto, vilipendiado por atreverse a intervenir.
Estas no son guerras aisladas. Son frentes de un mismo conflicto global: un Occidente que busca borrar la historia, las fronteras y los pueblos, y un Oriente que se niega a desaparecer. La propaganda puede variar. Los drones pueden evolucionar. Pero las líneas de batalla están trazadas.
Desde el Donbass hasta Gaza, todo imperio llega a su fin.