Eduardo Uvedoble (Unidad y Lucha).— Hace ya más de 100 años que Lenin definiera de modo inequívoco el capitalismo en su actual momento histórico. Su carácter monopolista, la fusión del capital industrial monopolista con el capital bancario que caracteriza a la oligarquía financiera, y el reparto del mundo por parte de estas oligarquías financieras, son rasgos que, a día de hoy, a más de 100 de la gloriosa Revolución de Octubre que durante gran parte del siglo XX puso al capitalismo en jaque, están en su punto álgido.
Con el final de la experiencia histórica del socialismo en el siglo XX, el imperialismo dominado por las oligarquías occidentales se expandió hasta alcanzar su propios límites, y ahora, con su aspecto más grotesco debido a la lógica de las contradicciones que han convertido su famosa democracia liberal en una pantomima autoritaria, belicista, que sin tapujos imponte una ‘realpolitik’ de sumisión colonial alentada con discursos cada vez más semejantes al fascismo, se abalanza hacia una gran guerra que si no obtiene la resistencia de los pueblos, nos llevará al abismo, a una etapa oscura que, a diferencia del final de otras civilizaciones cuyo derrumbe fue solo regional, ésta afectará a la supervivencia de toda la humanidad.
Es por eso que la disyuntiva socialismo o barbarie es, hoy más que nunca, sinónimo de humanidad o extinción. Que hoy más que nunca, la lucha de los pueblos y la lucha por el socialismo es una. Ahora bien, que esa unidad no nos haga caer en el fatal error de afirmar solo el socialismo negando la diversidad de las luchas populares, de caer en el trazo grueso de afirmar que todo lo que no se exprese en términos supuestamente socialistas es directamente alguna expresión del imperialismo. Esta lucha socialista de los pueblos del mundo contra el imperialismo, sin formalismos totalizadores ni etnocentrimos, solo puede situarse en la articulación de un Frente Mundial Antiimperialista a la ofensiva, es decir, con afán revolucionario, que no se quede en la respuesta parcial, limitada a la coyuntura de cada escenario, de cada conflicto o de cada agresión, sino que consciente de la necesidad histórica, de las consecuencias brutales del imperialismo en su fase terminal, trabaje por una nueva civilización.
Permanecer en un antiimperialismo coyuntural, que en la práctica se complace de las derrotas del imperialismo occidental frente al multilateralismo, que crea el discurso de un nuevo sujeto denominado ‘Sur Global’, es convertir la multipolaridad en el objetivo a realizar, es permanecer en el problema cuando lo que toca es situarse en la solución, en la superación definitiva del capitalismo en cualquiera de sus formas, por muy “verdes” o multiculturales que se presenten. La multipolaridad no puede ser una meta porque ésta ya es un hecho, derivado de la propia decadencia de la actual hegemonía occidental. Las potencias emergentes son una consecuencia necesaria de la internacionalización económica, estas potencias pugnan por los mismos recursos y materias primas que el imperialismo hegemónico. Que sus relaciones internacionales sean más respetuosas con la soberanía de cada estado no las libera de la amenaza de guerra creciente que impone un occidente en clara decadencia, y por tanto de un papel asegurado en la guerras del mundo. Pero, además, por la propia lógica del capitalismo, un imperialismo multipolar es insostenible en el tiempo. Proponer la multipolaridad como meta, cuando esta es ya una realidad, es en el mejor de los casos ponerse una venda en los ojos; a fin de cuentas, el problema de precipitarse en el abismo no es el descenso, es la abrupta parada final. Y en el peor de los casos, es la clásica táctica oportunista de hacer que nada cambie.
En consecuencia, para no caer en alguno de estos dos errores, a saber: por un lado, negar la realidad diversa de las luchas populares del mundo mediante una retórica socialista que virtualmente paraliza a las organizaciones comunistas; y por otro lado, permanecer en lo coyuntural, que finalmente convierte el medio en el fin, que hace de la realidad multipolar en la que hay que trabajar, y por tanto comprometerse con alianzas, programas y objetivos, en un fin en sí mismo. Es necesario proponer el Frente Mundial Antiimperialista con una orientación a la ofensiva, revolucionaria y comunista.