Males climáticos atizan la pobreza

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A medida que los eventos se vuelvan más frecuentes e intensos, los medios de subsistencia de las familias más desfavorecidas se irán debilitando con suma rapidez

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María Julia Mayoral (Granma).— Alteraciones del clima podrían añadir más leña al fuego que alimenta el subdesarrollo en América Latina y el Caribe, la zona más desigual del planeta por las asimetrías en la apropiación de la riqueza.

 

De acuerdo con diferentes cálculos, el 10 % más rico de la población tiene como promedio ingresos 12 veces superiores al 10 % más pobre, reflejó una nota del Banco Interamericano de Desarrollo.

Los estragos inherentes al cambio climático pueden verificarse en cualquier parte del orbe, pero tampoco es menos cierto que los individuos en desventaja socioeconómica corren los mayores riesgos.

Al respecto, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) alertaron sobre el previsible incremento de la miseria infantojuvenil en esta región a lo largo del próximo lustro.

De aquí a 2030, la cifra de niños, adolescentes y jóvenes pobres podría aumentar en casi seis millones, y la cantidad se triplicaría si los países incumplen sus compromisos de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y si el financiamiento climático no prioriza los servicios sociales y de resiliencia para la niñez.

En el mejor de los casos –suponiendo que los gobiernos implementen medidas rápidas–, unos 5,9 millones adicionales, a los que ya existen (94 millones), podrían estar en situación de pobreza para 2030, señala el informe emitido en agosto de este año.

El documento, titulado El impacto del cambio climático sobre la pobreza infantil y juvenil de América Latina, advierte que la cifra añadida ascendería a 17,9 millones, en caso de que los Estados adopten muy pocas acciones o las ejecuten de manera tardía, atendiendo a sus propios planes nacionales tras el Acuerdo de París.

Según subrayó el director de la Unicef en el área, Roberto Benes, los niños y los adolescentes resultan perjudicados «no solo porque sus cuerpos en desarrollo son más vulnerables a fenómenos extremos como ciclones u olas de calor, sino también porque estos eventos interrumpen los medios de vida de su familia y su educación».

Si carecen de los recursos para satisfacer las necesidades básicas y de sistemas adecuados de protección social, «se perpetuarán las inequidades en la región», juzgó el experto.

Aunque hay diferencias entre los países, a escala de América Latina y el Caribe, solo el 3,4 % de la financiación climática multilateral es dedicada a la niñez, reveló el reporte, que lamentó los déficits históricos en servicios de nutrición, salud, educación, agua y saneamiento para asegurar el óptimo progreso físico y cognitivo de los infantes.

Ellos tienen inferior capacidad física y fisiológica para soportar condiciones climáticas extremas, pero las principales vulnerabilidades se deben «a su alta dependencia económica, la prevalencia de la pobreza y la falta de acceso a servicios esenciales para su desarrollo», evaluaron Unicef y Cepal.

Desde 2014, ilustró el análisis, las tasas de pobreza infantojuvenil crecieron más rápidamente que las relativas a la población en general. Para 2022, se estimó que más de la mitad (52 %) de las personas afectadas por el flagelo tenían menos de 25 años de edad, aunque solo eran el 39 % del total de habitantes.

Asimismo, los fenómenos meteorológicos continuaron su tendencia al alza: en la década de 1960 se reportaban como promedio cinco eventos anuales y la frecuencia subió a más de 20 por año durante el decenio de 2010, ejemplificó el texto.

Pese las promesas de no dejar a nadie atrás, la situación de los latinoamericanos es cada vez más dispar: en 2021, el 1 % más rico concentraba el 33 % de la riqueza y el 19 % del ingreso. Además, el conjunto de los impuestos y las transferencias monetarias mostraba una escasa capacidad para reducir la desigualdad.

Agrupando todas las mediciones disponibles para la región, entre 2000 y 2022, encontramos que –en el 90 % de los casos– los niños, adolescentes y jóvenes representan entre el 53 % y el 63 % del total de los pobres, sintetizó la indagación de Cepal y de Unicef.

Al considerar la regularidad estadística demostrada, «se puede, razonablemente, asumir que en los años que quedan hasta 2030 no se alterará sustantivamente esta distribución» de las penurias.

En opinión de ambas instituciones, «a medida que los eventos climáticos se vuelvan más frecuentes e intensos, los medios de subsistencia de las familias más desfavorecidas se irán debilitando más rápidamente que los de las más favorecidas».

El logro de los objetivos de desarrollo sostenible de cara a 2030 parece casi imposible, y los indicadores relativos a la reducción de la pobreza y las desigualdades muestran los peores resultados.

Fuente: granma.cu
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