M. Caracol.— La población de la retaguardia del imperialismo ha ejercido una solidaridad ejemplar movilizándose contra la masacre sionista en Gaza. Pero no es el momento de paralizarse y ahora, viendo las noticias que llegan desde el Caribe, debemos salir a la calle de nuevo para protestar, a ser posible frente a las embajadas y esta vez de manera preventiva, sin esperar a que se consume la matanza, sino precisamente para evitarla.
Desde septiembre, Washington ha bombardeado pequeñas barcas en el Caribe, presentándolas burdamente como “narcolanchas” y asesinando extrajudicialmente a más de 60 personas. Hablamos de trayectos cortos y costeros, puesto que, evidentemente, esas barcas pequeñas —a menudo de pesca artesanal— ni pretendían ni podían alcanzar aguas estadounidenses. Disfrazar estas acciones como una “operación policial” contra la droga exhibe un cinismo que renuncia incluso a disimular la búsqueda desesperada de un casus belli para justificar ataques contra el proyecto chavista y socialista de Venezuela.
Más descarada aún resulta esta excusa si recordamos que, como sabe todo el mundo, la cocaína se produce en Colombia y el flujo que abastece al gran consumidor norteamericano discurre mayoritariamente por el Pacífico, Centroamérica y México. Golpear lanchas entre Venezuela y Trinidad tiene un objetivo político obvio: preparar el terreno para un cambio de gobierno en Caracas con implicaciones geopolíticas y que, como siempre, apunta al botín energético.
Desde 1999 se suceden intentos de desestabilización, sanciones que asfixian a PDVSA y campañas públicas coordinadas para erosionar a la Revolución Bolivariana. Estados Unidos siempre ha ambicionado el crudo venezolano y, sobre todo, neutralizar a un rival abiertamente socialista y que, junto a Cuba y Nicaragua, constituye un ejemplo de rebeldía para el continente.
Sin embargo, la infantería norteamericana se lo está pensando dos veces antes de intervenir, en un contexto internacional marcado por la emergencia de los BRICS. El respaldo a Venezuela por parte de Rusia y China eleva el coste de una escalada directa y explica por qué la Casa Blanca tantea con ataques a distancia, sanciones y vaivenes en licencias energéticas.
Las manifestaciones y acciones a favor de Palestina fueron un ejemplo de cómo movilizarse sin hacer exigencias —»desde la superioridad moral colonialista»— al sistema político de un pueblo agredido. Ahora, la población occidental, simpatice o no con el proyecto socialista satanizado por los medios de comunicación, debe defender la soberanía de Venezuela y exigir el levantamiento inmediato de unas sanciones que solo castigan a la población. Y debe hacerlo desde ya, sin esperar a que la tragedia sea inevitable. Primero por solidaridad, pero también porque la crueldad imperial contra la periferia no tarda en manifestarse también en el centro del propio sistema.


