Ángeles Maestro.— El gran mito sobre el que se sustenta el modo de producción capitalista consiste en afirmar que la explotación de la fuerza de trabajo humana por parte de los propietarios de los medios de producción es el orden natural del mundo y, por lo tanto, inmutable. La creación del consenso social acerca del carácter innato de la propiedad privada y de la existencia de clases sociales es el pilar ideológico de la dominación en tiempos de paz social, es decir, en tiempos en los que las necesidades básicas de los explotados están relativamente cubiertas.
Ese mito inocula en las mentes de los oprimidos la idea de que es imposible rebelarse y construir un orden social basado en la propiedad colectiva y en la cooperación, ocultando que es, precisamente ése, el auténtico baluarte del progreso de la humanidad.
La ficción se resquebraja cuando la crisis capitalista obliga a las clases dominantes a arrebatar a la clase trabajadora los servicios públicos y los medios de subsistencia indispensables, en aras de garantizar la acumulación de capital. Para llevarlo a cabo utiliza la destrucción de empresas para concentrar y centralizar el capital, y la transferencia masiva de medios públicos a sus arcas privadas mediante la economía de guerra.
En esas épocas, el mito hace aguas y, en palabras de Lenin, los de arriba no pueden y los de abajo empiezan a no querer seguir siendo gobernados como antes; es decir, se abren las condiciones para que la mayoría social adquiera conciencia de la necesidad de la revolución.
Ese análisis histórico, que es la historia de las revoluciones, lo conoce perfectamente la burguesía que, consciente de que la crisis actual supera ampliamente las dimensiones de situaciones anteriores, se prepara para neutralizar los posibles intentos de arrancarle las riendas del poder.
Cuando las máscaras del “capitalismo de rostro humano” se caen, todo el aparato ideológico del Estado: el sistema educativo, las universidades, la investigación en manos del capital, los medios de ocio y “cultura” de masas o los medios de comunicación al servicio de la dominación, no es suficiente para minimizar la amenaza real de rebelión.
La gestión política de la pandemia Covid se basó en la creación de terror desde los aparatos del Estado mediante el control absoluto de la información. La censura total o la desacreditación de cualquier disidencia fue un instrumento clave para conseguir imponer sin resistencia los medios más brutales de represión. El confinamiento masivo asegurado por la policía, la guardia civil y el ejército, el cierre de la economía, del sistema educativo y de la atención primaria de salud, la imposición de mascarillas inútiles y de vacunas insuficientemente probadas, y, sobre todo, el estímulo de la delación y la persecución del infractor, al más puro estilo del fascismo cotidiano, fueron recursos de un gran experimento de control social que ahora se reproduce.
Ahora, la creación del enemigo externo, “que nos invaden los rusos”, está sirviendo para naturalizar la censura de medios de comunicación (RT y Sputnik), para justificar la inyección masiva de dinero público al capital multinacional, propietario de empresas armamentísticas detrayéndolo del gasto social, o para preparar golpes blandos en países contrarios a la guerra de la OTAN contra Rusia.
En estos días, con el cínico pretexto de evitar el abuso de menores – cuando la relación de políticos y oligarcas pederastas incluidos en la lista Epstein es interminable – la UE se dispone (con el apoyo del gobierno PSOE-SUMAR) a aprobar una norma que permite el control de los chats en WhatsApp, Telegram o Signal. Ya en 2022 y por iniciativa del grupo socialdemócrata, la UE aprobó la Ley de Servicios Digitales, según la jerga europea para “reforzar la resiliencia de la UE frente a las amenazas híbridas, la desinformación, los ciberataques, la injerencia extranjera en los procesos democráticos y en las elecciones, los ataques a infraestructuras críticas y los crecientes riesgos que plantean las campañas de desinformación con respaldo extranjero”. En diciembre de 2024 el Parlamento Europeo, siempre para “luchar contra la desinformación y proteger la democracia de injerencias extranjeras en procesos electorales”, creó un Escudo Europeo de la Democracia y un Centro Europeo de Resiliencia Democrática. En su documento constitutivo[1] no se especifica cómo llevará a cabo ese combate para protegernos. Lo que es cierto es que la lucha ideológica se exacerba y las clases dominantes aceleran los mecanismos para asegurarse el control de las mentes bloqueando lo que la burguesía considera “fuentes no confiables”. El Ministerio de la Verdad de la ciencia ficción está cada vez más cerca.
Cuando todo se mostraba atado y bien atado, y la anestesia social inducida por el Covid y por la propaganda de guerra parecía garantizar la paz social – preludio del fin de la historia –, empiezan a escucharse en la UE los primeros crujidos del sistema.
La movilización popular contra el genocidio perpetrado por el sionismo (íntimamente ligado a la oligarquía imperialista y que penetra profundamente los medios de comunicación y los aparatos del Estado) y las dos potentes huelgas generales de la clase obrera francesa contra el rearme y los recortes, son dos poderosos indicios de que los pueblos empiezan a despertar. Máxime cuando en la solidaridad con Palestina se abre camino el reconocimiento de la legitimidad de la resistencia armada, se camina hacia una huelga europea de los estibadores contra el envío de armas a Israel y las huelgas en Francia incluyen bloqueos masivos, llegándo incluso a la ocupación del Ministerio de Hacienda por parte de los ferroviarios.
Todos estos síntomas, junto a la constatación del hundimiento económico de la UE, llevaron a Ursula von der Leyen a incluir en su reciente discurso ante el Parlamento Europeo el anuncio de que “Estamos al borde – o incluso al inicio – de otra crisis sanitaria mundial”.
La experiencia del Covid una vez pasado el terror y cuando el pensamiento puede volver a abrirse camino, debe permitir a la clase obrera, desenmascarar a quienes fabrican el miedo para asegurar la dominación y ser consciente de su fuerza. El intento de repetir la historia puede y debe acabar en farsa, a condición de que los oprimidos asumamos el papel que nos corresponde en esa batalla que en realidad es entre la vida y la muerte.
Precisamente ésa es la conclusión fundamental que plantea Marx en El Capital: la caducidad del modo de producción capitalista y la necesidad histórica de que el mismo proletariado, que crece en sus entrañas, sea su sepulturero.
[1] https://archive.ph/isOVo


