Julio Martínez Molina (Granma).— Los cinéfilos de mi generación crecimos entre los filmes de Gaumont, Pathé, Mosfilm, Lenfilm, Barrandov, el resto de los europeos, todos los estadounidenses, los argentinos, brasileros, el mexicano Churubusco u otros estudios inolvidables, cuyos logotipos encabezaban películas guardadas, entonces y ahora, dentro del rincón más entrañable del pecho, porque fueron las primeras.
Conocer que, en acción de tributo a su grandiosa obra de ocho décadas, el 46 Festival le concedió uno de sus Corales de Honor a los Estudios Churubusco, lo que dio pie inmediato a este recuento por la trayectoria de una institución fílmica a la cual se le debe el desarrollo de más de 3 000 títulos, entre largos, cortos y series.
De forma inicial, se trató de un proyecto de carácter privado, dirigido por estadounidenses y encaminado a respaldar la producción de títulos hollywoodenses fuera de fronteras, durante la Segunda Guerra Mundial, pues dentro del país norteño los pocos recursos eran priorizados para sostener la contienda.
Ese escenario cambió progresivamente tras el cese de la conflagración. Luego, incluso más, en virtud de la intervención del Estado Mexicano, aunque siempre fue este un plató empleado para eventuales producciones estadounidenses (fuente de ingreso y de mano de obra local). Y, sobre todo, epicentro de la realización audiovisual de la región; además, base de filmación, posproducción, restauración o próxima digitalización de películas cubanas.
Construidos a la orilla del río del mismo nombre entre 1943 y 1945, e inaugurados en septiembre de este último año mediante el rodaje de La morena de mi copla (Fernando A. Rivero), los Estudios Churubusco, los más antiguos de América Latina (en activo), representan la historia viva del cine mexicano.
Surgidos en medio de una etapa de tanto arraigo y seguidores en el surcontinente como la Época de Oro del Cine Mexicano, para 1950 fueron fusionados con Laboratorios Azteca, convirtiéndose en Estudios Churubusco Azteca s.a. En esa misma década pasan a ser una entidad bajo los auspicios gubernamentales.
El Banco Nacional Cinematográfico los administró de 1956 a 1979, cuando fueron cedidos a la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía (rtc), de la Secretaría de Gobernación. A partir de la creación del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), en 1983, quedaron integrados a ese organismo. Desde 1988 los reguló el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Los ecos de las voces de íconos del séptimo arte (directores, actores, fotógrafos…) aún resuenan en las paredes de un recinto histórico donde se rodaron, o se contribuyeron a desarrollar, obras esenciales de Emilio «El Indio» Fernández, Luis Buñuel, Luis Alcoriza, Alejandro González Inárritu, Carlos Carrera, Carlos Reygadas, Alfonso Cuarón, Luis Estrada… y otras interpretadas por leyendas de la pantalla local como Pedro Armendáriz, Pedro Infante, Arturo de Córdova, Mario Moreno (Cantinflas)…
Considerados hoy día el mayor complejo de producción de América Latina (ocho foros, laboratorios de películas, edición, mezcla, sonido thx, sala para doblaje, bodegas y oficinas en renta para los productores), este año el Gobierno federal destinó 268 millones de pesos dirigidos a su renovación integral, a gestionarse a lo largo de un sexenio.
Una representación de la abarcadora obra gestada aquí en ocho decenios es propuesta en este 46 Festival. Todos los filmes escogidos guardan su particular connotación, todos son trascendentes, si bien este comentarista sugiere que los jóvenes espectadores no dejen de apreciar esa peculiarísima pieza de magisterio que es El castillo de la pureza (Arturo Ripstein, 1972).
