Los Aranceles de Trump y la UE: imperialismo y subordinación

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Kike Parra (Unidad y Lucha).— Los aranceles impuestos por la administración Trump a la Unión Europea son eso, una imposición. No se han negociado en el sentido usual del término. No han existido dos posiciones divergentes que hayan cedido pretensiones hasta llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes. Al contrario, el proceso ha constituido una expresión descarnada de la ley del más fuerte que rige el imperialismo en esta fase agónica. Lejos del mito neoliberal del «win-win», donde todos ganan mediante la negociación libre, estos aranceles son una imposición unilateral, un recordatorio brutal de la jerarquía inherente al mundo capitalista. Este episodio desnuda, no solo la agresividad de un imperialismo en declive, sino también la subordinación estructural y terminal del proyecto europeo.

 

La Unión Europea, con su modelo de «soberanía» delegada fue y siguirá siendo hasta el suicidio, funcional a los intereses del capital transnacional y dependiente del orden hegemonizado por Washington. Una simbiosis que esconde, en la esencia, la lucha por la plusvalía global y que pone de manifiesto la crisis orgánica y estructural del Capital. Consecuentemente evidencia la obsolescencia de una superestructura internacional que ha mantenido hasta hoy un entramado de reglas ficcticias, incluyendo la idea de la soberanía burguesa de las naciones.

Como señalara Lenin, el imperialismo representa la fase monopolista y parasitaria del capitalismo, caracterizada por la exportación de capitales y la lucha violenta por el reparto del mundo. Los aranceles de Trump son un arma en esta lucha. No emergen de una mesa de diálogo entre iguales, sino de la posición de fuerza estructural de Estados Unidos que aunque en declive, mantiene la hegemonía militar y financiera mediante el dominio del dólar y el control de instituciones como el FMI y el Banco Mundial. Precisamente, la pérdida paulatina de esta condición es la que le vuelve más agresivo y violento.

En esta guerra de clases internacionalizada, los verdaderos perdedores son, como siempre, los trabajadores y trabajadoras, tanto americanos como europeos.

La retórica de la geopolítica, aunque fundamental para entender dialécticamente el fenómeno actual, encubre la realidad esencial del capitalismo: la lucha de clases. En este sentido, las guerras comerciales son batallas dentro de la guerra permanente contra el Trabajo. Por ello, las consecuencias arancelarias las acabará pagando la clase trabajadora. Las burguesías de ambos lados del Atlántico las utilizará para intensificar la explotación. La inflación y el aumento del costo de la vida, con la consiguiente desvalorización de la fuerza de trabajo, es la primera consecuencia de la imposición arancelaria.

Cabe recordar que aunque el imperialismo solía redistribuir la plusvalía entre capitales aliados, su fuente última fue y sigue siendo la explotación del trabajo a escala global.

Estas imposiciones arancelarias, llevan además anexadas un «bonus». Las obligaciones asumidas por Ursula von der Leyen para dejar los aranceles en un «triunfal» 15 %, implican un nuevo repliegue de los servicios públicos básicos (sanidad, educación, pensiones…). En cualquier caso, sean del 15 o del 35 por cien, los aranceles servirán de coartada al manido argumento de «recuperar competitividad», lo que se traducirá en contrareformas laborales regresivas. El Capital europeo golpeado, buscará compensar pérdidas, intensificando la extracción de plusvalía de sus trabajadores, si no logran encontrar mercados más explotables en la periferia global (algo difícil de creer en el contexto actual).

Por ello, frente a esta pugna entre capitales, la respuesta progresista no puede ser el chovinismo (ni «America First» ni «Europa Fortaleza») ni la ilusión de un capitalismo europeo «más social» e independiente. La verdadera soberanía solo puede surgir de la lucha de clases internacionalista.

Los trabajadores europeos y estadounidenses, al igual que los del resto del mundo, son los perdedores sistemáticos de estos conflictos generados por la lógica del beneficio.

Ante los ataques a las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora (salarios, servicios públicos, pensiones …) , tan necesarios para mantener el capitalismo en pie, debemos seguir desenmascarando la naturaleza de clase, tanto de la UE, como del imperialismo estadounidense y armar una respuesta amplia, antimperialista e internacionalista, que rompa la dominación de clase que suponen todas las estructuras al servicio del imperialismo. En concreto la UE, el euro y su brazo armado y criminal: la OTAN.

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