
Amalia Santana (ELN-Voces).— La semana pasada sorprendió al mundo el asesinato de más de 120 personas pobres y mayoritariamente racializadas, en una favela de Río de Janeiro. El gobernador bolsonarista, Claudio Castro, esgrimió los mismos argumentos que hemos escuchado revitalizados en la boca del fascismo mundial, de los últimos años: “estamos en una guerra contra el nacrotráfico internacional”, “son narcoterroristas”.
Con estos argumentos, según los cuales las autoridades policiales y militares, usan la fuerza para perseguir a los más peligrosos criminales de la sociedad -que siempre son pobres-, llevaron a cabo una sangrienta masacre, durante un operativo justificado por una investigación de la Fiscalía de Río de Janeiro, en la que solo existían denuncias contra 69 personas. Entonces, para perseguir a 69 presuntos criminales, las fuerzas policiales ejecutaron a 121 personas, además de las 113 que fueron capturadas. Ninguna de las personas ejecutadas o capturadas en esta masacre, es el principal líder del llamado “Comando Vermelho”, por supuesto.
Pero, ¿cómo puede un gobernador bolsonarista ordenar y defender una masacre de este calado, en una de las principales ciudades, del país más grande de América Latina? ¿Por qué la comunidad internacional no se paraliza ante esto? ¿Qué relación tienen estos hechos con el genocidio del pueblo palestino, o con las agresiones de Trump en el Caribe?
La respuesta de la derecha mundial, incluso de líderes de opinión y periodistas colombianos, es que está permitido asesinar en masa, a cualquier grupo de seres humanos que sean sospechosos de cometer un delito. Quién y cómo se defina que estas personas son culpables, no importa; basta con que un gobierno de derecha les haya puesto los respectivos remoquetes de “terroristas” o “narcotraficantes”. La masacre de Río de Janeiro no se hubiera llevado a cabo, si no estuviera respaldada y legitimada por un discurso de odio internacional, liderado por la agenda genocida e imperialista de los gobiernos de Estados Unidos e Israel.
Para asesinar a las 121 personas y aterrorizar a toda una comunidad en una favela popular, los gobiernos fascistas usan los mismos argumentos, que usan en Gaza para exterminar a todo el pueblo palestino. En Río es el Comando Vermelho y en Gaza es Hamás, pero en cualquier caso, es la violencia extrema al punto del genocidio, en contra de los pueblos y comunidades históricamente despojados y empobrecidos. ¿Pruebas, investigaciones, juicios, sanciones? No son necesarias. La agenda del fascismo internacional ha decidido proscribir de una vez por todas, las libertades fundamentales y el derecho internacional de los derechos humanos, establecidos por el liberalismo burgués hace 80 años.
Mientras le niegan el derecho legítimo a la rebelión y al uso de la violencia a los pueblos del mundo, para defenderse del abuso y la tiranía; los fascistas, una minoría de hombres blancos y millonarios, se atribuyen el derecho a decidir quiénes pueden vivir y quiénes debemos morir, en un mundo del que se reclaman dueños. Son los amos y señores de la pena de muerte.
Río de Janeiro es una copia de la farsa contra el narcotráfico, que adelanta Donald Trump en el Caribe, con el real propósito de socavar la soberanía de Colombia y Venezuela, para apoderarse de los bienes y riquezas de la región. En el Caribe, al igual que en Brasil y en Palestina, justifican asesinar a decenas de personas para “perseguir al narcotráfico”, sin juicio, sin investigación, sin derecho a controvertir o defenderse.
Son las mismas élites responsables de los mercados de las armas y el narcotráfico en el mundo, que apoyadas en la corrupción y criminalidad de militares y policías estatales, inundan los barrios populares de los países pobres de armas y drogas, para controlar las mentes, cuerpos y vidas de las juventudes populares. Es la misma clase oligarca y fascista que se escuda en la supuesta lucha contra el crimen organizado, para exterminar pueblos enteros y generar terror; mientras usan los cadáveres de la gente pobre, para conseguir votos y hacer campañas con falsos discursos de seguridad.
Hoy como siempre, la tarea de la gente revolucionaria es desenmascararlos, combatirlos y derrotarlos. Es el momento de la unidad de los pueblos desposeídos y masacrados del mundo, contra quienes nos han declarado una guerra sangrienta; si no los detenemos, puede ser que no haya otro momento para hacerlo, puede ser que ya no exista una humanidad que defender y proteger.

