Anaís Serrano (ELN Voces).— La guerra civil que desangra a Sudán desde abril de 2023 es, en la superficie, un conflicto entre dos facciones militares rivales: el Ejército Nacional de Sudán (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés), un grupo paramilitar nacido de las milicias Yanyauid.
Sin embargo, una mirada superficial oculta la esencia del conflicto: una lucha depredadora por el control de los recursos y el excedente económico de una nación, orquestada en el tablero más amplio de una reconfiguración del imperialismo contemporáneo. Un análisis serio no puede ver esto como una simple disputa tribal o política, como pretende mostrarlo occidente; es la expresión violenta del capital financiero y extractivista.
La Base del Conflicto: Más Allá de la Rivalidad Personal
La aparente rivalidad entre los generales Burhan (SAF) y Dagalo (RSF) es la narrativa de una base profundamente conflictiva. Tras la caída del régimen de Omar al-Bashir en 2019, el frágil gobierno de transición no logró desmantelar la estructura económica que sostenía al viejo régimen: una economía de rapiña basada en el control de recursos naturales (oro, petróleo, tierras raras), rutas comerciales y flujos migratorios.
Las RSF, lejos de ser un mero grupo militar, se convirtieron bajo Dagalo en un conglomerado capitalista parasestatal, es decir, paramilitar.
Controlan minas, operan de facto puertos y fronteras, y extorsionan el comercio y la migración. Su poder no emana de una ideología, sino de su capacidad de utilizar la violencia para acumular capital. El SAF, por su parte, representa los remanentes del aparato estatal burgués tradicional, con sus vínculos con la industria y los contratos estatales.
La guerra no es ideológica, sino una disputa de dos facciones de la clase dominante sudanesa, ambas profundamente integradas en el capital global, que luchan por el supuesto derecho a explotar el país y a ser el socio privilegiado de los capitales extranjeros…
El Papel de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF): El Capitalismo Mercenario
Las RSF ejecutan en Sudán la misma práctica que cualquier ejército paramilitar para la acumulación por desposesión. No producen mercancías; extraen riqueza mediante la coerción directa.
Su modelo de negocio es simple: controlar un recurso o un territorio mediante la violencia y vender el acceso a él al mejor postor internacional. En Sudán, el mejor comprador ha sido principalmente Emiratos Árabes Unidos (EAU) y, en menor medida, Arabia Saudita.
Los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita
La intervención de EAU es crucial y debe entenderse desde la lógica del capital financiero y la seguridad energética. EAU, busca diversificar su economía e influencia geopolítica. Su apoyo a las RSF es multifacético:
Control del Oro: Las RSF son el principal canal de contrabando de oro sudanés hacia Dubái, un nodo central del mercado global del preciado metal. Este flujo ilegal lava miles de millones de dólares, financiando a las RSF y proporcionando a EAU un recurso estratégico y liquidez. Es una relación simbiótica perfecta: el capital emiratí financia la violencia que le garantiza el acceso al recurso.
Interés Geopolítico: EAU y Arabia Saudita ven el Cuerno de África como su patio trasero estratégico. Un Sudán estable y controlado por el SAF podría girar hacia rivales como Turquía o Qatar. Un Sudán fracturado, donde su facción títere (las RSF) controle los recursos clave, les otorga un mayor poder de veto sobre la política sudanesa. El proyecto es crear un «estado fallido funcional», donde la soberanía sea reemplazada por concesiones comerciales y militares privadas.
Emiratos Arabes Unidos ha venido asumiendo el caracter de nuevo factor del avance imperialista en la region, en 2011 intervino en el conflicto en Siria, en 2015 participó junto Arabia Saudita en la guerra contra Yemen y apoyó a una de las facciones (Ejercito Nacional Libio) en la guerra que se desató en Libia luego del asesinato de Gadaffi.
Por otra parte, la reciente avanzada de los mercenarios del RSF, coincide con la revelación de documentos presentados en la ONU, que muestran que parte del equipamiento militar británico que habia sido entregado a EAU, estaba en poder de ese grupo.
El Rol de Estados Unidos: Entre la Hipocresía y la Realpolitik Imperial
La postura de Estados Unidos ha sido ambivalente, lo que refleja las contradicciones internas del imperialismo estadounidense. Por un lado, denuncia atrocidades e impulsa treguas frágiles. Por otro, su política real ha sido de no intervención activa y complicidad tácita.
¿Por qué? Primero, porque una intervención directa sería costosa e impopular. Segundo, y más importante, porque sus aliados estratégicos en la región (EAU y Arabia Saudita) están profundamente involucrados en apoyar a una de las facciones. Presionar seriamente a EAU para que corte el financiamiento a las RSF, socavaría una alianza clave en su confrontación con Irán y en la seguridad energética global.
Estados Unidos prioriza la «estabilidad» en un sentido amplio —que significa el flujo sin obstáculos del capital y la contención de influencias rivales como Rusia, (quien ha avanzado en la region en apoyo a diferentes gobiernos), sobre la autodeterminación del pueblo sudanés. Su enfoque es gestionar el conflicto, no resolverlo, para evitar un vacío de poder que pudiera ser llenado por actores “abiertamente hostiles” desde la óptica de Washington. En la práctica, esta gestión beneficia el statu quo de saqueo y le provée, de manera directa al mercado norteamericano, el suministro de minerales críticos para semiconductores y tecnologías de defensa, con lo cual asegura la creciente economía de criptomonedas y la inversión inmobiliaria, que controla Trump.
El Sionismo como actor colonial
El ente sionista ha normalizado relaciones con Sudán (bajo el gobierno de Burhan) como parte de los Acuerdos de Abraham, buscando aislar diplomáticamente a Irán y ganar influencia en el Mar Rojo.
Segun los informes que han salido a la luz pública, el ente sionista ha utilizado la crisis en Sudán para justificar su expansión militar en el Mar Rojo bajo el pretexto de “proteger las rutas marítimas globales de las amenazas hutíes” y del mismo modo, profundizar su influencia en Etiopía y Eritrea como parte de un plan más amplio para contener la influencia iraní.
El Pueblo Ahogado en Sangre
El problema estructural radica en que múltiples actores (EAU, Arabia Saudita, Israel y USA) compiten por recursos y colaboran para subordinar a Sudán a sus intereses geoestratégicos y económicos.
El pueblo sudanés es la principal víctima de esta guerra “proxy” del capital. La clase trabajadora, los campesinos que impulsaron la revolución de 2019 han visto sus aspiraciones de democracia y justicia social ahogadas en un baño de sangre.
El fracaso de la institucionalidad internacional para frenar los flujos de las economías ilegales, el saqueo de las riquezas de Sudan a manos de gobiernos y transnacionales, la entrega permanente de armas a las estructuras mercenarias, con la complicidad de algunos y la permisividad de otros, han convertido el territorio en una de las más cruentas guerras de los últimos años. Se estima que para la fecha han sido asesinadas mas de 150.000 personas, 12 millones son víctimas de desplazamiento forzado y casi 25 millones padecen la hambruna.
La Fuerza Conjunta, integrada por el movimiento Justicia e Igualdad y el Movimiento de Liberación de Sudan-Minawi, estructuras de milicia de defensa, han reiterado lealtad al ejercito sudanés y se han comprometido con la defensa de la unidad nacional. Esta fuerza, ha convocado a la movilización del pueblo. Pero no cuentan aun con la fuerza suficiente para hacerle frente a un ejército proxy orquestado y sostenido por las potencias de la región y auspiciado por el occidente global.
Una solución genuina no llegará con nuevos acuerdos de reparto del poder entre generales o con la intervención humanitaria de las mismas potencias que alimentan el conflicto y que son las mismas que han intervenido en el “cese al fuego” en Palestina, pacificar para controlar.
La única esperanza reside en la reconstitución del poder popular desde abajo, en la capacidad del pueblo sudanes para organizarse más allá de divisiones étnicas y regionales, y para presentar un proyecto alternativo. Un proyecto que no luche por definir cuál facción burguesa debe controlar el Estado, sino por la socialización de los recursos de Sudán y la construcción de un Estado al servicio de las mayorías, liberado de las garras del capital extractivo y sus socios mercenarios. Mientras el capital global siga encontrando socios dispuestos a convertir su patria en un campo de batalla, la paz en Sudán será solo un interludio entre guerras.


