Siervo de Dios, padre de sus hijos y marido de su mujer

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El nombre de Rich Froning no les sonará a muchos, pero es una leyenda viva del CrossFit, el que más veces ha ganado los campeonatos mundiales oficiosos de esta novísima especialidad deportiva alentada por la multinacional Reebok. Al ver esta marca unida a una práctica física, ya sabemos que estamos ante un negocio en toda regla que crea ídolos e iconos de consumo rápido y masivo para extender sus astronómicos beneficios económicos a escala universal.

Froning, en su cuenta personal de Twitter, se define como “siervo de Dios, padre de sus hijos y marido de su mujer”, un lema la mar de sencillo y simplón, muy a tono con sus descomunales músculos labrados en miles de duros entrenamientos y esfuerzos al límite de lo imposible. Sin duda que el superatleta estadounidense será un chicarrón feliz de las profundidades blancas y telúricas de la USA inveterada e inamovible amante a ultranza de sus queridas tradiciones y prejuicios a ras de tierra.

El escritor Saramago comentaba con gracia e ironía que “todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio. Que es bueno para mi salud. Pero nunca he escuchado a nadie que le diga a un deportista: tienes que leer.” Los atletas no suelen plantear ningún problema al sistema capitalista; las personas críticas que leen y entrenan a diario su mente, sí. Ahí reside el meollo de la cuestión.

Al parecer, el CrossFit es una moda/modalidad deportiva que ha enganchado ya a más de 200.000 personas en el hemisferio occidental, 20.000 en España, aunque su cuna y mayor repercusión sigue ubicándose en EE.UU.

Reebok mueve gracias a esta disciplina unos 125 millones de euros anuales. Y el negocio sube como la espuma desde principios de este siglo. De momento, ha blindado por contrato 10 años de promoción exclusiva de este deporte de alta intensidad que combina, sobre todo, ejercicios de halterofilia y gimnasia.

Hay alrededor de 10.000 gimnasios registrados que pagan una cuota al año a Reebok, a través de una empresa pantalla que organiza el cotarro con eventos de todo tipo, de 3.000 euros aproximadamente.

Cuentan los que saben de esto que el CrossFit les viene como anillo al dedo a los policías y los militares, también a los bomberos.

Mediante la práctica diaria de este deporte se consiguen resultados espectaculares en muy poco tiempo realizando sesiones intensivas de no más de una hora de ejercicios a lo bruto a ritmo frenético, sin parar un instante. Los profesionales pueden dedicarse hasta 3 horas a sus entrenamientos regulares. Jorge Lorenzo, motorista español, dedica 10 minutos al día y está encantado con el CrossFit. Además, es un portaestandarte de Reebok para la divulgación de tal modalidad atlética.

Los entendidos en la materia afirman con rotundidad que el CrossFit es ideal para las sociedades actuales en que no hay tiempo para nada. Con 10 minutos en el gimnasio se consiguen resultados sorprendentes, más o menos por 95 euros al mes.

Continúan asegurando los gurús de este nuevo deporte que no se trata de competir con nadie, salvo con uno mismo, si bien tampoco está mal picarse con los amigos y amigas para adquirir una motivación adicional y no aburrirse en el solipsismo castrante del yo en soledad.

Resulta evidente que el CrossFit es otra tontería más surgida del capitalismo anodino, depredador y egoísta de la globalización neoliberal a la deriva. El capitalismo ya solo se vende a sí mismo, inventando nichos de negocio intrascendentes para generar plusvalías de la estulticia total. El valor añadido de los nuevos negocios o empresas no añade ningún rasgo de contenido social a su producción de rutilantes fruslerías renovadas a velocidad de vértigo.

Se trata, nada más, que de entretener el tiempo en banalidades que castiguen el cuerpo de la gente hasta lindes próximas al sufrimiento para acondicionarlo a que resista los embates de vidas vacías de valores fuertes y de compromisos políticos y sociales auténticos con el entorno que habitan.

Después de una sesión a lo bestia de CrossFit, uno debe sentirse como un toro: mi cuerpo sigue sosteniéndome después de haberle sometido a indecibles torturas físicas. Puedo con todo. Mi cuerpo resiste. Mañana más: más explotación, más precariedad, más riesgo vital.

CrossFit es sinónimo de deporte extremo, de machacar el cuerpo propio a conciencia para obtener un yo perfectamente adiestrado a los avatares y las conveniencias aceptables de la sociedad de consumo.

Tal desarrollo monstruoso de lo físico suele ir en detrimento de lo intelectual. Hallar el equilibrio entre una y otra faceta personal sería encontrar el punto medio de la virtud o el camino correcto hacia la salud. Sin embargo, el sistema nos quiere sometidos a una afición enfermiza por el músculo para detener la posibilidad de que la razón crítica nos entre directamente en la mollera. Esa es la cuestión de fondo.

Sin darnos cuenta de ello, el monocultivo de lo físico puede convertirnos en “siervos de Dios” y del sistema capitalista con mucha facilidad. El negocio solo busca beneficios rápidos y comernos el coco con culturetas de nuevo cuño que nos hagan escapar de la dura realidad individual y social en las que nos hallemos inmersos cada cual. Sufrir de forma controlada es la senda adecuada. Los resultados son inminentes y tangibles: un cuerpo de superdotado listo para ser exprimido por la cadena capitalista.

De ahí que los estamentos militares y policiales ensayen con sus tropas el CrossFit a todo tren.

Sucede que cuando el cuerpo cede a los rigores de la edad, surgen por doquier los juguetes rotos, personas que no saben qué hacer al habérseles negado la posibilidad de formarse una mente mínimamente amueblada y curiosa por las complejidades de la vida.

De los juguetes rotos, no solo provocados por los deportes extremos, sino de las personas enganchadas a sucedáneos como los fundamentalismos religiosos y otras aficiones extremas o al borde de la irracionalidad operativa (dios, patria y rey sería el eslogan que los incluyera a todos), pueden nacer esos tiradores furibundos al bulto, que en un momento de desajuste neurótico, arrasan y se llevan por delante a sus semejantes en un colegio, una calle, un centro comercial, una universidad o una acampada. EE.UU. es buena muestra recurrente de lo dicho. Luego, los especialistas elucubran sin sentido sobre las causas esotéricas que pudieran haber desencadenado el brote de odio inexplicable.

Ser un padre convencional, un marido clásico y un devoto de cualquier dios no es antídoto contra ninguna locura transitoria. A veces, los más tradicionales y cuerdos son los que más reprimen sus emociones íntimas. El monstruo suele ser uno más, uno como nosotros. La banalidad del mal es cutre y se esconde en el anonimato más inocente a primera vista.

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