La democracia posfranquista es una farsa electoral

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Las leyes electorales son las normas fundamentales en los sistemas parlamentarios de estilo occidental. En nombre de la presunta mejor gobernabilidad y gestión política de los partidos afines al statu quo capitalista se corrige la proporcionalidad verdaderamente democrática para primar en escaños los votos registrados a favor de las formaciones o candidaturas con mayor presencia mediática.

En España, los grandes beneficiados serían el tándem bipartidista representado por PP y PSOE y las opciones de derecha real o izquierda nominalista en su conjunto.

Según un estudio demoscópico publicado en fechas recientes de cara a los comicios generales del 20 de diciembre al PP le costaría cada diputado unos 58.000 sufragios y al PSOE un esfuerzo un poco mayor, 59.000 papeletas. Ciudadanos y Podemos precisarían recoger en las urnas 80.000 votos para conseguir un acta de diputado. El caso de IU resulta más sangrante: cada escaño le supondría cuantificar alrededor de 468.000 electores. Esta es la realidad objetiva  de la democracia parlamentaria española. Por supuesto, este análisis crítico no se desmenuza en el estudio ni por asomo. El lector tiene que realizar pos sí mismo le esfuerzo de ver lo que hay debajo de las cifras y las letras políticamente correctas. Los sondeos se muestran crudos por los medios sin elaborar la justa contrapartida de un reparto proporcional, legitimando por pasiva de esta forma un estado de cosas en apariencia puro y democrático.

En resumen, la ley D´Hondt en vigor le regala al PP 53 diputados, 40 al PSOE, le quita 11 respectivamente a Ciudadanos y Podemos y le “roba” 7 a IU. Sin tener en cuenta a otras opciones políticas que no participan en el ámbito nacional en aras de la claridad expositiva, la derecha (PP + Ciudadanos) obtendría 42 diputados más de los que les correspondería en justicia distributiva y la izquierda (PSOE + Podemos + IU) 11. Es decir hay un escoramiento ilegítimo pero legal de 32 escaños a babor, esto es hacia el espectro social encuadrado dentro de la derecha ideológica. Por tanto, huelga decir que la futura composición del Congreso no reflejará la pluralidad de España, siendo una mentira farsa  sancionada como auténtica democracia representativa.

Vayamos a la realidad impuesta por la ley electoral vigente. Con su reparto injusto, solo se podrían dar dos mayorías absolutas factibles a priori con la coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos, que sumarían 16,5 millones de votos, casi el 46 por ciento de los votantes y 264 diputados, o mediante el acuerdo entre PP y PSOE, cuyas fuerzas electorales conjuntas alcanzarían los 12,7 millones de sufragios, el 35 por ciento de los votos y 216 sillones en el Congreso. Esto es, serían mayorías absolutas en escaños pero no en votos reales.

Sin mayoría absoluta, la combinación parlamentaria más probable por afinidad ideológica si el análisis atina en los vaticinios podría ser la de PP con Ciudadanos, con 169 diputados y el 30 por ciento de los sufragios. PSOE más Podemos e IU llegarían a 144 actas de representación parlamentaria, 10,3 millones de votos y el 26 por ciento de las papeletas, mientras que el binomio compuesto por PSOE y Podemos se quedaría en 142 escaños, 9,3 millones de sufragios y rozando el 30 por ciento del electorado que se acerque a las urnas el 20D.

Se puede concluir que el tablero político ha virado hacia un protagonismo estelar de Ciudadanos, una forma alentada por los poderes fácticos para servir de apoyo al PP e incluso al PSOE en caso de necesidad. Sería la savia nueva para que nada cambie de verdad que insuflaría oxígeno a las marcas desgastadas lideradas por Rajoy y Sánchez.

La izquierda más allá del PSOE parece estar tocando techo electoral. Podemos se estanca y la unidad popular de diversas fuerzas y movimientos emergentes da la sensación de chocar frontalmente con el hegemonismo de Pablo Iglesias y los suyos. Después del éxito urbano de los comicios municipales, las contradicciones de Syriza y el batacazo en Cataluña siembra el pesimismo en el espacio político de la izquierda más o menos real de España situada en las lindes del posibilismo pactista preconizado por la socialdemocracia tradicional.

Parece que el electorado de la izquierda plural ve a Iglesias como un PSOE bis que no ofrece programas radicales ni proyectos convincentes para seducir a un electorado harto de tanta palabrería conservadora y demagógica. El discurso de Podemos se agota por momentos tras haber monopolizado el espacio mediático con eslóganes populistas de enorme impacto emocional.

Cabría decir que Podemos se está haciendo viejo a marchas forzadas, al tiempo que Ciudadanos todavía se sitúa en una blanca virginidad y en una adolescencia ascendente merced a una puesta en escena equidistante de todo y de todos. La mejor carta de presentación de Albert Rivera y sus séquito es que aún no se han enfangado en la gestión política directa y cotidiana. De momento, su cometido es lanzar al aire ideas y proclamas al margen de cualquier referencia concreta, acomodando su discurso ambiguo a la coyuntura inmediata. Todavía funciona a su favor la lozanía de su corta edad.

El caso de Podemos es distinto. La sobreexposición ambiental de Iglesias ha quemado su imagen prematuramente. Además, su apego a la palabra propia juega en contra de Podemos y de su idea-fuerza de democracia participativa desde abajo. En función de los avatares políticos, quizá todavía puedan repuntar sus apoyos ocultos, si bien la pretendida centralidad de sus iniciativas políticas ha pasado ya a Ciudadanos, tal vez de manera definitiva. Esa es la tendencia que trabajan en profundidad los medios financieros y de comunicación al servicio del régimen.

Aún no está dicha la última palabra, sin embargo los datos globales no son demasiado halagüeños para las aspiraciones de la izquierda. Una conclusión última es que las expectativas de IU han sido dañadas seriamente por la irrupción súbita de Podemos. Veremos si el doble voto útil hacia el PSOE y Pablo Iglesias no la convierte en extraparlamentaria y marginal. Todo puede suceder, pero las perspectivas están ahí y resta poco tiempo para corregir discursos y errores propios.

En definitiva, el recuento de las urnas, tras pasar por la cocina de la ley D´Hondt, jamás ha coincidido con la fidedigna voluntad popular. Jamás desde 1977. En otros países de nuestro entorno tampoco. Esa es la realidad profunda de las democracias capitalistas a la manera occidental. Todo tiene su truco legal para suplantar el poder auténtico de las urnas.

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