Muere al explotar su auto una periodista que lideró las denuncias de los ‘Papeles de Panamá’

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Daphne Caruana Galizia, que había acusado al Gobierno de la isla de corrupción, murió por una bomba que explotó en su automóvil.

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La periodista que dirigió la investigación de los ‘Papeles de Panamá’ sobre la corrupción en Malta murió luego de que su auto explotara cerca de su casa por una bomba. De acuerdo con medios locales, la explosión fue tan fuerte que hizo volar varios restos del vehículo a un campo cercano.

Daphne Caruana Galizia, la bloguera maltesa cuyas publicaciones atraían a más lectores que todos los periódicos del país juntos, reveló que Malta se había convertido en un paraíso fiscal.

La bloguera, cuyas investigaciones fueron dirigidas contra la elite política del país, presentó una denuncia hace 15 días asegurando que estaba siendo amenazada, recoge el diario maltés ‘Times of Malta‘.

Sus revelaciones más recientes señalaron al primer ministro de Malta, Joseph Muscat, y a dos de sus ayudantes más cercanos, conectando compañías extraterritoriales vinculadas a los tres hombres con la venta de pasaportes malteses y pagos del Gobierno de Azerbaiyán.

Por su parte, el propio Muscat ha condenado públicamente el asesinato de la periodista y lo ha tildado de un “ataque bárbaro contra una persona y la libertad de expresión en nuestro país”.

De acuerdo con fuentes policiales, ningún grupo o individuo se ha responsabilizado por el ataque. Mientras tanto, el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, ha ofrecido una recompensa de 20.000 euros a cualquier persona que tenga información relacionada con el asesinato de la periodista.

“Enfurecido al descubrir que la periodista de investigación y bloguera maltesa Daphne Caruana Galizia fue asesinada esta tarde con una bomba en su auto no muy lejos de su casa. Emito una recompensa de 20.000 euros por información que conduzca a la condena de sus asesinos”, escribió Assange en su cuenta de Twitter.

Fuente: rt

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Miguel Hernández… «Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye.»

«Ya sabéis, compañeros en penas, fatigas y anhelos, que la palabra homenaje huele a estatua de plaza pública y a vanidad burguesa. No creo que nadie entre nosotros haya tratado de homenajear a nadie de nosotros hoy, al reunirnos, en la sabrosa satisfacción de comer como en familia. Se trata de otra cosa. Y yo quiero que esta comida no dé motivo para pronunciar palabras de significación extraña de nuestro modo de ser revolucionario. Esta comida es justo premio a los muchos merecimientos hechos en su vida de espectro por uno de nosotros, durante los veinticinco días que ha conllevado consigo mismo, con la paciencia de un muerto efectivo, allá, en la ultratumba de esta cárcel. El hambre que he traído de aquella trasvida fantasmal a esta otra vida real de preso: el hambre que he traído, y que no se me va de mi naturaleza, bien merece el recibimiento del tamaño de una vaca: Eso sí; como poeta, he advertido la ausencia del laurel… en los condimentos. Por lo demás, el detalle del laurel no importa, ya que para mis sienes siempre preferiré unas nobles canas. Quedamos, pues, en que hoy me ha correspondido a mí ser pretexto para afirmar, sobre una sólida base alimenticia, nuestra necesidad de colaboración fraterna en todos los aspectos y desde todos los planos y arideces de nuestra vida. Hoy que pasa el pueblo, quien puede pasar, por el trance más delicado y difícil de su existencia, aunque también el más aleccionador y probatorio de su temple, quiero brindar con vosotros. Vamos a brindar por la felicidad de este pueblo: por aquello que más se aproxima a una felicidad colectiva. Ya sabéis. Es preciso que brindemos. Y no tenemos ni vino ni vaso. Pero, ahora, en este mismo instante, podemos levantar el puño, mentalmente, clandestinamente, y entrechocarlo. No hay vaso que pueda contener sin romperse la sola bebida que cabe en un puño: el odio. El odio desbordante que sentimos ante estos muros representantes de tanta injusticia: el odio que se derrama desde nuestros puños sobre estos muros: que se derramará. El odio que ilumina con su enérgica fuerza vital la frente y la mirada y los horizontes del trabajador. Pero, severamente, cuidaremos en nosotros que este odio no sea el del instinto y la pasión irrefrenada. Ese odio primigenio sólo conduce a la selva. Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye. Vamos, pues, a brindar». Miguel Hernández

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