En 2001 Estados Unidos acusó a Al-Qaeda del derribo en Nueva York de las Torres Gemelas. Algunos de los grupos de Al-Qaeda se refugiaban en Afganistán, cuyo gobierno controlaban los talibanes.

En aquel momento, apoyados por fuerzas pakistaníes, los talibanes seguían luchando contra la Alianza del Norte, que combatía cerca de la frontera con Tayikistán.

Los talibanes ofrecieron a Estados Unidos extraditar a Osama Bin Laden a un país islámico para que fuera juzgado bajo la ley islámica. Estados Unidos lo rechazó y decidió destruir al gobierno talibán.

Las fuerzas talibanes fueron disueltas y Al-Qaeda también desapareció.

Pakistán, que considera a Afganistán como su patio trasero, claudicó ante las amenazas de Estados Unidos. Sacó a sus fuerzas de Afganistán y prestó refugio a los dirigentes talibanes en su país.

Se celebró una conferencia con dirigentes afganos en Bonn, la antigua capital de Alemania. Los afganos tuvieron que aceptar lo que Estados Unidos les puso encima de la mesa. Alimentados con grandes sumas de dinero, pusieron en el gobierno a los señores de la guerra del Norte, conocidos asesinos de masas, y a varios oligarcas que trajeron del exilio. Todo a cambio de dinero.

Las tropas de Estados Unidos se desplegaron en el norte de Afganistán, incluso bombarderos B-52, con los bombardearon y masacraron a la población civil, y secuestraron y torturaron a los detenidos.

Cuatro años después de haber sido expulsados del gobierno, los crímenes del imperialismo reactivaron a los talibanes, mientras Estados Unidos tenía que ocuparse de destruir otro país: Irak.

Estados Unidos tenía un ejército, pero nunca supo qué hacer con él. Primero enviaron tropas, luego se retiraron, se volvieron a desplegar para volver a retirarse.

Durante su campaña electoral, Trump reconoció que no sabía lo que hacían las tropas en Afganistán y habló de retirada. “Mi instinto inicial era el de retirarnos… Pero las decisiones son muy diferentes cuando uno está en el despacho oval”, reconoció Trump el año pasado.

Bajo la presión del ejército, Trump tuvo que aumentar sus fuerzas en unos 15.000 soldados. Demasiado pocos para invertir la situación.

Las enormes sumas de dinero gastadas en la “reconstrucción” de Afganistán, 110.000 millones de dólares, no han tenido ningún efecto sobre el terreno. Han ido a parar a contratistas estadounidenses y a señores de la guerra afganos.

Afganistán es la guerra más larga en la que participado Estados Unidos y el balance no puede ser más desolador: casi 2.400 soldados estadounidenses han muerto y más de 20.000 han quedado heridos. Hoy la mitad del territorio está bajo el control de los talibanes y la otra mitad son zonas en disputa.

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