El pasado 19 de octubre, la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA) del Colegio de Educación Infantil y Primaria (CEIP) Luis de Góngora, ubicado en Leganés, ha exigido la eliminación del amianto presente en el centro de enseñanza. En diversas zonas del colegio existen niveles preocupantes de este mineral cancerígeno, a lo que se le suma un notable estado de deterioro en las instalaciones.

El Luis de Góngora no es el único lugar que tiene problemas relacionados con el amianto. Actualmente, 45 trenes de Metro de Madrid se encuentran paralizados por la presencia de este componente y estaciones como Pavones, Príncipe de Vergara, Vinateros, Canillejas, Torre Arias, Portazgo, Avenida de la Paz, Pirámides, Campamento, Las Musas, Esperanza y Buenos Aires han sido recientemente desamiantadas, pese a que era un problema que se conocía desde hace mucho tiempo.

El caso de Metro Madrid es aún más preocupante si cabe. Hace menos de un mes, se confirmó la noticia del fallecimiento del primer trabajador de Metro al que se le reconoció enfermedad por exposición al amianto. Metro de Madrid sabía desde 2003 que algunos de sus trenes (pinturas, algunos materiales, bastidores…) contenían este elemento, pero no fue hasta 2017 cuando se lo comunicó a los trabajadores. Solo en este año han sido reconocidos 5 casos de enfermedades graves en trabajadores relacionadas con el amianto. La situación es insostenible.

El amianto, utilizado en construcción durante el siglo XX, ya fue señalado por aquel entonces por las autoridades médicas como cancerígeno. Los productos relacionados con este mineral provocaron una elevada cifra de muertos por cáncer a partir del año 1906. Sin embargo, España no prohibió su uso hasta 2002 y la Unión Europea no hizo lo propio hasta 2005. Los trabajadores tuvieron que esperar casi 100 años desde que se dieron a conocer los riesgos del amianto para que este se prohibiera.

Pese a la prohibición, este material sigue presente en millones de edificios sin que nadie haga nada por retirarlo. Los casos de cáncer de pulmón relacionados con la exposición al amianto aumentaron en 2015 hasta alcanzar el medio millar al año. El amianto, a pesar de todo, sigue presente en nuestra vida diaria.

El uso del amianto afecta a miles de trabajadores cada año. Es una parte más del terrorismo patronal que tiene sometido al proletariado. Los obreros no tienen suficiente con interminables jornadas laborales, salarios miserables o ritmos de trabajo extremadamente intensos que acaban lentamente con su salud; además, tienen que enfrentarse a enfermedades graves que pueden empujarles a la muerte por culpa de trabajar expuestos al amianto.

Todo esto no es más que otro desprecio por parte del patrón hacia la vida del obrero. En el capitalismo, el trabajador solo es una mercancía que sirve al empresario para ensanchar desmesuradamente su riqueza. Al burgués no le importan las vidas de los trabajadores; solo le importa la riqueza. Y la conseguirá pasando por encima de toda vida necesaria.

El ansia de la burguesía por acumular capital y las pésimas condiciones laborales a las que es sometido el proletariado solo acabará con el Socialismo, único sistema que permitirá a los trabajadores alcanzar la democracia real y barrer de la faz de la tierra a la criminal clase burguesa y a su miserable sistema capitalista, que hoy nos ahoga y nos mata.

 

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