Mauricio Escuela.— Según los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, los dos partidos hegemónicos (democristianos y socialdemócratas) necesitarán de un pacto inédito a cuatro fuerzas con los liberales y los verdes, luego del ascenso de las corrientes antieuropeas en algunos de los principales países. La faz política del Viejo Continente se reconfigura en una deriva hacia el debilitamiento de la propuesta soberana de la Unión como potencia única, cosa que nadie sabe cómo terminará, aunque se avizora la oreja peluda del gran capital por detrás de la nueva correlación de fuerzas.
Lo que la gran prensa no cuenta, cuando analiza hacia dónde va esta nueva Europa, es el origen mismo de la Unión y cuáles son realmente sus intenciones, más allá de la paz y la prosperidad aún no logradas en una región que cuenta con una extensa franja tercermundista e inestable dentro de su primer mundo.
EL MUNDO DE YALTA SE HUNDE
No es casual que las viejas fuerzas centristas y socialdemócratas, alemanas y francesas, estén perdiendo precisamente ahora el control del continente. La Europa sumisa y alejada de Rusia, el proyecto inicial del Occidente vencedor en 1945, estuvo a punto de irse a pique durante el acercamiento de Alemania con el Este, debido a la dependencia hacia los hidrocarburos rusos y a la necesidad de hacer negocios con la nueva superpotencia China.
Desde la crisis del 2008, el modelo «Norteamérica fuerte-Europa próspera, pero dependiente» hace aguas y se le quiere salvar: es el reparto internacional salido de la Conferencia de Yalta, entre Gran Bretaña, la Unión Soviética y los Estados Unidos.
Derrotada la Alemania nazi, los tres grandes se reunieron para definirle un rostro al nuevo mundo, en el cual se respetó el área de Europa del Este como zona de influencia soviética, en retribución por el papel protagónico de Moscú en la victoria. Estados Unidos y Gran Bretaña se hacían cargo de la devastada Europa Occidental, donde la popularidad de la Unión Soviética y el prestigio de los partidos comunistas estaban en ascenso, lo cual le helaba los pelos a Winston Churchill, quien llamó desde fecha tan temprana como 1918 a ahogar al bolchevismo en su cuna, una tendencia dominante en el Occidente posterior a la Primera Guerra Mundial, hasta que apareció el peligro nazi en 1933 y su expansión entre 1938-1940.
Un «cordón sanitario» de Estados fuertes, de corte fascista, se construyó ya en aquel periodo entreguerras (1918-1939), alrededor de la Unión Soviética. El proyecto de contención, con la Alemania nazi a la cabeza (a la cual Occidente financió), se volvió contra sus implementadores, pero la creación, posterior a 1945, de una entidad europea, anticomunista y antirrusa, no se abandonó.
ESTADOS UNIDOS DE EUROPA, «MADE IN LONDON»
La decadencia global de Gran Bretaña, tras su endeudamiento de dos guerras mundiales, obligó a la élite a pactar con Washington. Era un acuerdo que le permitiría al viejo Imperio sobrevivir a la sombra de una Unión Anglosajona, que surgiría con la forma de un área inmensa de libre comercio, de una única ciudadanía, con los Estados Unidos como líder, las colonias y la zona de influencia de la Casa Blanca en el tercer mundo.
En los planes de Yalta no se previó una Europa con naciones fuertes, sino una unión supranacional dócil y próspera, cuyos recursos serían administrados por una única entidad, con la cual pactar el comercio que se adueñaría del «mundo libre» y que tenía como finalidad, en una segunda fase, la incorporación gradual de cada una de las naciones del Este a la zona de influencia Occidental.
Churchill creó entonces la Liga Independiente para la Cooperación Europea, con sede central en Londres y legaciones en las principales naciones del continente. La agenda era darle curso a los planes anglosajones: establecer un área librecambista y una moneda única, el antecedente más preclaro de lo que hoy se conoce como la Unión Europea. A su vez, Allen Dulles, quien sería director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), creó la Unión Europea de los Federalistas, que unía a filósofos y economistas, los cuales hicieron activismo proanglosajón en los gobiernos.
En marzo de 1947, el Congreso en Washington votó su aprobación para apoyar el nacimiento de los Estados Unidos Europeos, plan que ya había coordinado Gran Bretaña mediante una cooperación entre sus servicios de inteligencia y tanques pensantes, con los líderes de la recién creada Liga para la Cooperación Europea. A los países devastados se les condicionó la ayuda del Plan Marshall solo si aceptaban integrar estos Estados Unidos del Viejo Continente.
El primer paso, la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, fue colocar dos de los recursos más codiciados bajo una misma entidad con la cual el imperio anglosajón negociara. Nació la Unión, como medida de contención del comunismo, abierta al libre mercado, pero sin autoridad sobre Londres, maniatada en su defensa y seguridad por el Tratado Atlántico Norte (OTAN).
EL BREXIT ES YALTA
En realidad, la alianza entre Gran Bretaña y Estados Unidos durante la primera guerra fría (1947-1991) fue la expresión política del proyecto imperial anglosajón, uno que ahora, en esta segunda versión de las tensiones con Rusia y China, tomaría la forma definitiva de unidad aduanera, con ciudadanía común y librecambio. Desde el gobierno de Obama, Londres había previsto ya para 2016 su integración en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y su salida de la Unión.
La debilidad de Europa la acerca al Oeste. Al abandonarla, Londres refuerza y apoya a la primera variante y a su vieja alianza con los poderes centrales del capital. A la vez Gran Bretaña entra a una esfera geopolítica, de mayor alcance, con los Estados Unidos y su socio histórico Canadá, evadiendo las consecuencias de un continente débil e inestable.
Con Trump, la unidad del mundo anglosajón se retrasó, pero parece que el mandatario está entendiendo de qué va la geopolítica de los dos imperios ingleses, si nos guiamos por su apoyo irrestricto a un «Brexit duro» y sus ataques a la soberanía económica de Europa, a su cultura y fortalezas como bloque común.
El Brexit es Yalta, como lo es también el euroescepticismo de derechas, duro y antisocialdemócrata, antirruso, en ascenso en todo el continente. Un modelo, Yalta, que retrocede y alarma a los tanques pensantes de Washington, mientras las regiones tercermundistas (y quizás un día hasta Europa misma lo haga)se le escapan de las manos a Wall Street para ir a los brazos de los chinos.
Británicos y estadounidenses, bajo una misma concepción de la historia, la economía, y la cultura, parecen repetir el adagio romano de antaño: «Delenda est Cartago» (hay que destruir a Cartago), pero esta vez referente a la endeble Europa.