Cuando Estados Unidos deportaba a los revolucionarios a la Unión Soviética.

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Tras la Revolución de Octubre de 1917 Estados Unidos padeció una ola de pánico. “¡Que vienen los bolcheviques!” Era la demostración de que aquellla revolución no era “rusa” sino de que había alcanzado a todo el mundo, incluido Estados Unidos naturalmente.

En una ola así la prensa burguesa desempeñó un papel fundamental, como no podía ser de otra forma. Con sus mentiras, sus engaños y sus fraudes trataton de volver a la población en contra del movimiento obrero local.

Los anarquistas ayudaron lo suyo a la campaña de propaganda. En junio de 1919 un grupo dirigido por el italiano Luigi Galleani detonó bombas en ocho ciudades a lo largo de Estados Unidos contra jueces, funcionarios de inmigración y abogados.

Nadie resultó herido pero estimuló el clima de “guerra social”. Estados Unidos parecía estar en vísperas de una guerra civil o, lo que es peor, de una revolución bolchevique. Una de las víctimas los ataques, el abogado Alexander Mitchell Palmer, dijo en el Congreso que los revolucionarios estaban dispuestos a “levantarse y destruir al gobierno de inmediato”.

El asistente de Palmer era el futuro fundador del FBI, John Edgar Hoover, quien organizó las redadas, una ofensiva de detenciones de anarquistas y sindicalistas. Dado que la mayoría de ellos eran inmigrantes de Europa occidental y oriental, el gobierno decidió expulsarlos de suelo estadounidense.

El 21 de diciembre de 1919, 249 luchadores detenidos fueron llevados a bordo del barco Buford en el puerto de Nueva York y enviados secretamente a Rusia como si fueran un “regalo de Navidad de Estados Unidos para Lenin”. Las familias de los deportados sólo fueron informadas de la expulsión cuando el barco ya había partido.

La prensa lo celebró por todo lo alto y dio al barco un apodo bíblico: “Así como la partida del Arca que construyó Noé fue una promesa para la preservación de la raza humana, así también la partida del Arca Soviética es una promesa para la preservación de América”, tituló el New York Evening Journal.

El Saturday Evening Post compartía los mismos sentimientos: “El Mayflower trajo los primeros constructores a este país, el Buford se llevó los primeros destructores con él”.

Como Estados Unidos y la Rusia soviética no tenían relaciones diplomáticas en aquel momento, el barco fue enviado a través de Finlandia, aunque el gobierno soviético fue informado de su viaje y esperaban dar la bienvenida a tan ilustres invitados, incluyendo a los conocidos dirigentes anarquistas Alexander Berkman y Emma Goldman.

Goldman, conocida como “Emma La Roja”, relató el viaje: “Durante 28 días fuimos prisioneros. Centinelas a las puertas de nuestra cabina día y noche, centinelas en cubierta durante la hora en que se nos permitía respirar aire fresco todos los días. Nuestros semejantes estaban encerrados en barrios oscuros y húmedos, miserablemente alimentados, todos nosotros en total ignorancia de la dirección en la que íbamos. Sin embargo, nuestro espíritu era igual al de Rusia, libre, la nueva Rusia estaba delante de nosotros”.

El barco llegó finalmente a Finlandia, donde los pasajeros del “arca” fueron escoltados por el ejército finlandés hasta la frontera soviética. La mayoría de ellos habían nacido bajo el Imperio zarista, había luchado contra la autocracia y se vieron obligados a exiliarse. Ahora, esperaban quedarse en tierras soviéticas para siempre.

Acogidos calurosamente por el gobierno soviético, los pasajeros del “arca” comenzaron a encontrar su lugar en aquella situación convulsa. El destino de la mayoría de ellos sigue siendo desconocido, pero se han documentado los caminos tomados por algunas figuras clave.

Goldman y Berkman viajaron por todo el país, encontrándose con Lenin, dirigentes bolcheviques y ciudadanos comunes en su camino. Sin embargo, la realidad nunca coincide con las utopías ni con los sueños y la Revolución estaba asediada por una terrorífica guerra civil.

Las guerras siempre han desbordado a los anarquistas, sobre todo si son intelectuales, como Goldman y Berkman. El fusil pesa más que la pluma. Ocurrió en 1919, ocurrió en la guerra civil española y se ha repetido en la Guerra de Siria. Se desencantaron tan pronto como se habían encantado.

Cualquier obrero sabe algo que la intelectualidad radical ignora: las conquistas no sirven de nada si no se defienden. Una revolución proletaria no se acaba con la toma del poder político; más bien es entonces cuando empieza de verdad. Quien no esté dispuesto a defender una revolución es mejor que se quede en su casa.

En 1921, poco después del aplastamiento de la revuelta de los marineros de Kronstadt, Goldman y Berkman abandonaron el país, para no volver nunca más. Desde entonces se dedicaron a lo que mejor sabían hacer: escribir, sobre todo en contra de la URSS.

Sin embargo, Goldman y Berkman no eran la norma sino la excepción. Un obrero como Peter Bianki, dirigente del poderoso Sindicato de Trabajadores Rusos en Estados Unidos, entendió la Revolución cabalmente.

A diferencia de los intelectuales, se puso “manos a la obra”. Ayudó a restaurar el sistema de transporte en Siberia, que había sido dañado durante la guerra civil y sirvió como funcionario del gobierno municipal en Petrogrado e incluso como comisionado adjunto a bordo de un barco hospital en el Mar Báltico.

El 10 de marzo de 1930 Bianki y otros diez militantes y funcionarios del Partido Comunista fueron asesinados durante uno de los levantamientos antisoviéticos en la región de Altai. Todos ellos fueron proclamados héroes de la revolución socialista.

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