Neoliberalismo: de la economía de mercado a la subjetividad de las personas.

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El neoliberalismo muestra ahora su faz más autoritaria; la supremacía del poder ejecutivo sobre el legislativo y el judicial; la desinformación mediante las redes digitales; y la ofensiva contra los derechos humanos

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Frei Betto.— Por paradójico que parezca, la ley se ha convertido en una herramienta del neoliberalismo para erosionar la democracia. El Estado de Derecho está siendo demolido desde adentro, para servir solo a los intereses de la élite.

El tan esperado derrumbe del neoliberalismo a partir de la crisis financiera de 2008 no se produjo. Todo lo contrario: se fortalece con nuevas estrategias.

El neoliberalismo es más que la imposición de políticas de austeridad, privatización del patrimonio público, dictadura de los mercados financieros. Implica una racionalidad de alcance mundial que va de la economía de mercado a la subjetividad de las personas. Anula la soberanía de los países al someterlos a los dictados del FMI, el Banco Mundial y la Unión Europea. Traza una línea divisoria entre la parte de la humanidad con acceso al consumo y la inmensa multitud privada hasta de derechos elementales como la alimentación, la salud y la educación.

El neoliberalismo ya no necesita hacerle concesiones al Estado de bienestar social, pues desapareció la amenaza comunista. Ya no necesita posar de demócrata. Ahora, la imposición de un único modelo económico debe ir acompañada por la imposición de un único modelo político, el autoritario, a fin de favorecer la acumulación de capital y contener la insatisfacción de amplios sectores de la población sin derecho a los bienes esenciales de una vida digna.

Los estrategas del neoliberalismo saben que sus políticas causan exclusión y sufrimiento. Saben también que es necesario contener la insatisfacción de los excluidos a fin de evitar una explosión que daría por resultado el caos político o una revolución. Por tanto, canalizan la miseria y la pobreza hacia el alivio virtual de la religión, convirtiéndola, de hecho, en «opio del pueblo», capaz de aplacar la revuelta e inducir un espíritu de sacrificio. Concentran el resentimiento y el descrédito de la democracia y transforman en chivos expiatorios a los partidos y los políticos que critican el neoliberalismo. Hacen converger la baja autoestima y la tendencia actual a la adopción de pautas identitarias en un amplio sentimiento de identidad nacional signado por la xenofobia.

En resumen, encubren las causas de los males sociales y recubren sus efectos con ideologías que, al hacer opacas las causas, enconan los ánimos ante los efectos. Por eso el neoliberalismo muestra ahora su faz más autoritaria, con la construcción de muros que separan naciones y etnias; la supremacía del poder ejecutivo sobre el legislativo y el judicial; la desinformación mediante las redes digitales; el culto a la patria; y la ofensiva descarada contra los derechos humanos.

Por otro lado, reduce los impuestos de los más ricos, precariza las relaciones laborales, suprime políticas sociales, disminuye las inversiones en la educación, acelera las privatizaciones y considera la protección socioambiental un estorbo para los intereses del capital.

Henry Giroux califica de «fascismo neoliberal» la formación política caracterizada por la ortodoxia económica, el militarismo, el desprecio por las instituciones y las leyes, el odio a los artistas e intelectuales, la repulsa al extranjero pobre, la falta de consideración por los derechos y la dignidad de las personas, y la violencia contra los adversarios.

Las reformas propuestas por el nuevo neoliberalismo, como en Brasil la laboral y la de la seguridad social, tienden a la extinción de las redes de protección social: los sindicatos, las ong, los movimientos populares y las instituciones corporativas (Orden de Abogados, Asociación Brasileña de Prensa, Conferencia Nacional de Obispos de Brasil) que defienden los principios democráticos.

¿Cómo reaccionan los vencidos? ¿Articulan las fuerzas de oposición y se posicionan a favor de la democracia? Ojalá. En realidad, los vencidos son como moscas presas en la pantalla de la lámpara, cegados por los encantos de la sociedad de consumo. No logran encontrar la salida y sufren por estar presos. Reaccionan absteniéndose en las elecciones, refugiándose en sus burbujas digitales, apoyando a quien vocifera en tono bélico. Toda rabia es la violencia introyectada en el alma.

Les resta a los críticos salir de sus redomas académicas para ayudar a los vencidos a descubrir que poseen una fuerza capaz de voltear el juego e instaurar la democracia.

Fuente: Granma

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