Carta al Comité Comunista de correspondencia de Bruselas; Engels, 1846 .

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«París, 23 de octubre de 1846

Acerca del asunto con los Straubingers de aquí, no hay mucho que decir. Lo principal es que las diversas diferencias que hasta ahora he debido discutir con los muchachos ya han sido arregladas; Papa Eisermann, el principal partidario y discípulo de Grün, ha sido separado, la influencia del resto sobre la masa de los Straubingers ha sido completamente vencida, y conseguí una resolución unánime contra ellos.

En resumen, esto es lo que ocurrió:

El proyecto de la Asociación Proudhon fue discutido durante tres noches. Al comienzo tuve a casi toda la camarilla en mi contra, pero al final solo Eisermann y los otros tres partidarios de Grün. El punto principal fue probar la necesidad de la revolución por la fuerza, y en general demostrar que el «verdadero socialismo» de Grün –que ha tomado nuevo impulso con la panacea de Proudhon– es antiproletario, pequeñoburgués, straubingeriano. Al final me puse furioso con la perpetua repetición de los mismos argumentos por parte de mis opositores, y llevé un ataque directo contra los Straubingers, lo que provocó gran indignación entre los grünistas, pero en cambio me permitió atraer al noble Eisermann a un ataque abierto contra el comunismo. Cuando terminó le di una paliza tan despiadada que no volvió a la carga.

Entonces hice uso de la agarradera que me había dado Eisermann –el ataque al comunismo–, tanto más por cuanto Grün intrigaba constantemente, merodeando los talleres, convocando gente para los domingos, etc., etc., y el domingo siguiente a la mencionada sesión cometió él mismo la estupidez ilimitada de atacar al comunismo en presencia de ocho o diez Straubingers. Por eso anuncié que antes de tomar parte en otras discusiones debíamos votar si habíamos de reunirnos aquí como comunistas o no. En el primer caso, debía procurarse que no se repitieran ataques contra el comunismo tales como el de Eisermann; en el segundo caso, si se trataba simplemente de individuos extraviados que discutían cualquier cosa que les pasara por la cabeza, yo no daría un centavo por ellos y no volvería a concurrir. Esto horrorizó mucho a los grünistas: ellos se reunían «para bien de la humanidad», para su propio esclarecimiento, ellos eran espíritus progresistas y no unilaterales, eran intelectuales, etc., etc., y no era posible llamar «individuos extraviados» a personas tan dignas. Más aún, ellos debían saber primero lo que era en realidad el comunismo –¡estos perros, que durante años se han dicho comunistas y sólo han desertado por miedo a Grün y Eisermann, quienes se han arrastrado entre ellos utilizando como pretexto el comunismo!–. Naturalmente que no me dejé atrapar por su simpático pedido de contarles, en dos o tres palabras, a ellos, ignorantes, lo que es el comunismo. Les di una definición extremadamente simple. No comprendía más que los puntos particulares en discusión y, partiendo de la comunidad de bienes, excluía la actitud pacífica, tierna o considerada para con la burguesía, incluyendo a los Straubingers y, finalmente, a la compañía proudhoniana con su conservación de la propiedad individual y lo que de ella deriva. Más aún, dicha definición no contenía nada que pudiera dar pie a digresiones y evasiones de la votación propuesta. Por ello definí los fines de los comunistas de esta manera: 1) Hacer triunfar los intereses del proletariado en oposición a los de la burguesía; 2) Hacer esto por medio de la abolición de la propiedad privada y su sustitución por la comunidad de bienes; 3) No reconocer otro medio de lograr estos objetivos que una revolución democrática por la fuerza.

Esto se discutió durante dos noches. En la segunda el mejor de los tres grünistas, al observar la disposición de ánimo de la mayoría, se puso completamente de mi parte. Los otros dos se contradijeron constantemente sin advertirlo. Varios mozos que hasta entonces nunca habían hablado, abrieron de pronto la boca y se pronunciaron bastante decididamente en mi favor. Hasta entonces solo Junge lo había hecho. Algunos de estos hombres nuevos, aunque temblaban por temor de parecer presumidos, hablaron bastante bien y en general parecen ser mentes bastante sanas. En definitiva, cuando llegó la votación, la reunión se declaró comunista en el sentido de la definición dada anteriormente, por trece votos contra los dos que seguían siendo leales grünistas –uno de los cuales explicó después que tenía el más vehemente deseo de convertirse–.

Esto por lo menos despejó el campo y ahora se puede empezar a hacer algo de los muchachos, en la medida de lo posible. Grün, quien se libró fácilmente de su preocupación pecuniaria debido a que sus principales acreedores eran estos mismos grünistas, sus principales partidarios, ha quedado ahora muy desacreditado ante la mayoría e incluso ante un sector de sus partidarios, y a pesar de todas sus intrigas y experimentos –por ejemplo, yendo de gorra a reuniones en las barriéres [1], etc., etc.– ha tenido un fracaso de primer orden con su Sociedad Proudhon. Aun cuando yo no hubiera estado presente, nuestro amigo Ewerbeck habría arremetido contra ello de cabeza». (Friedrich Engels; Carta al Comité Comunista de correspondencia de Bruselas, 23 de octubre de 1846)

Anotaciones de la edición:

[1] Barriéres: Los distritos que rodeaban las puertas y fortificaciones de París, eran el refugio preferido por los obreros para las diversiones, reuniones, etc., dominicales.

Fuente: Bitácora

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