Cuando el amo se acerca los perros menean el rabo.

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Ayer publicamos una entrada sobre la campaña del periódico francés Le Monde para sabotear, la reunión de Macron con Putin en Moscú. Decíamos que dicha campaña estaba patrocinada por la OTAN y que apestaba a ese tipo de intoxicación típicamente cuartelera.

El testaferro de Le Monde es Matthieu Pigasse, un sicario de la banca Lazar, por lo que el periódico, además de su compromiso con la OTAN tiene otro con una parte del capital financiero. Otra parte de ese mismo capital es la banca Rothschild, cuyo sicario es… Macron.

De esa manera la intoxicación periodística adquiere otros matices, un poco diferentes de los puramente cuarteleros.

La banca Lazar juega con la socialdemocracia; Rothschild con un mindinudi como Macron, que ideológicamente, igual que los demás posmodernos, no es posible definir como carne o pescado, lo mismo que un partido alquilado a precio de ganga para la ocasión: “En Marcha”. Quizá sea algo parecido a eso que califican como “tránsfuga”, o un “trepa”.

Cuando en 2012 la socialdemocracia francesa (François Hollande) llegó al Palacio del Elíseo, el periódico creyó haber triunfado y, al mismo tiempo, creyó que podría manter esa aureola progresista que le ha acompañado siempre (sin que sepamos los motivos de ello).

Pigasse se equivocó porque Hollande colocó de adjunto suyo a… Macron y luego le llevó al Ministerio de Finanzas. Entonces Macron vestía de socialdemócrata, o quizá sólo era un mero afiliado… ¿Quién sabe?

El testaferro Pigasse entró al servicio de la banca Lazar cuando tenía 36 años; Macron entró en Rotschild mucho más joven aún: con 30. Ambos pertenecieron a la socialdemoracia, un pedigrí político que en Europa es tan importante como el aval bancario.

Si Pigasse se llevó comisiones de Danone, Macron hizo lo propio con Nestlé. Pero no crean que fueron pequeños mordiscos: en 2012 la compra de la división de alimentación de Pfizer por Nestlé sumó 9.000 millones de euros. Danone (Pigasse) quería quedarse con ella, pero Nestlé (Macron) le ganó la partida.

La prensa suiza dijo entonces que Macron se llevó casi un millón de euros, una cifra ridícula: en el año y medio inmediatamente anterior a llegar al Elíseo, Macron cobró 2,4 millones de euros de las operaciones de Rotschild, según la cadena BMF (y esa cantidad sigue siendo muy pequeña).

Pero Macron nunca ha dejado de ser un mindundi por trabajar para Rotschild; nunca ha abandonado su papel de mayordomo, ni siquiera al llegar al Elíseo. Ni Pigasse manda en el periódico ni Macron en la Presidencia de la República. Son peones que tan pronto se quitan como se ponen.

Lo que no es tan fácil de quitar o de poner es a un banquero como Rotschild o como Lazar, o una alianza militar como la OTAN.

Nadie se puede extrañar, pues, de que Le Monde publique un artículo asegurando que el espionaje ruso tiene una base en los Alpes franceses desde la cual operan por toda Europa (incluida Catalunya).

Ahora bien, el dardo no va dirigido contra Rusia sino contra Macron y quien lo lanza no es otro que su colega Pigasse. A esto los marxistas lo llaman “contradicciones”, aunque la mayor parte de los mortales las consideramos como puñaladas traperas vulgares y corrientes.

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