La noticia de hoy es que el niño ha mordido al perro.

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La elección de unas u otras palabras para designar la realidad no es neutral, ni tampoco inocente. No es lo mismo decir enfermedad, que infección, que contagio, que epidemia o que pandemia.

No es lo mismo que intervenga la OMS o que no.

No es lo mismo buscar una enfermedad en Londres que en Wuhan.

No es lo mismo despachar el asunto con un par de reportajes, o tres, que encargar a los periodistas de la redacción que pasen la mañana buscando truculencias para rellenar un titular sensacionalista.

Llegan muchos más lectores si localizamos debajo de las piedras a un “especialista” cretino capaz de decir lo que el redactor jefe quiere escuchar: algo que desate todas las alarmas.

Si un medio define a esta “gran catástofe mundial” como una neumonía corriente y moliente se queda fuera de juego.

Si sugiere que la intoxicación sobre el coronavirus está en la línea de la revuelta de Hong Kong, los campos de concentración para musulmanes de Xinjian o las negociaciaciones arancelarias con Trump, damos muestras de ser unos conspiranoicos.

Si apunta que los casos detectados fuera de Wuhan se pueden contar con los dedos de una mano, el globo se desinfla. Sería considerado como propaganda china. El gobierno de Pekín siempre miente y está empeñado en reducir la magnitud de la tragedia, los medios deben hacer lo contrario: inflarla.

Más que insignificantes, las cifras son ridículas: en todo el mundo hay unos 28.000 afectados por el coronavirus y han muerto unos 560 enfermos.

Por primera vez fuera de China, en febrero murió una persona en Filipinas.

Lo único viral en este ataque de histeria es el número de artículos publicados por los medios de comunicación que, sin embargo, han calado. La gente compra mascarillas, que se han agotado en las farmacias y su precio se ha disparado.

En 2015 en todo el mundo 920.000 niños menores de 5 años murieron de neumonía, pero ningun medio publicó nada; absolutamente nada.

En España el número de muertos por gripe apenas llegan a los 1.000 cada año, según el Instituto Nacional de Estadística, casi todos ellos ancianos mayores de 65 años con otras dolencias.

El coronavirus es aún más insignificante, a pesar de lo cual la alarma ha ido mucho más allá de los medios. Han cerrado escuelas, han cancelado viajes, han bloqueado fronteras, han suspendido reuniones internacionales, han abierto centros de investigación, han aumentado los presupuestos dedicados a la “lucha” contra el coronavirus, el aeropuerto de Pekín está vacío…

¿La causa de este desastre mundial? Los chinos son unos asquerosos: comen murciélagos y serpientes, dicen los medios más ridículos, como la CNN, ElDiario.es, Clarín, Infobae… No se cortan ni un pelo.

Primero fue la gripe “española”, luego el VIH (el virus del SIDA), luego el SARS, luego la gripe porcina, luego el Ébola… ¿Cuál será el siguiente virus que acabará con la humanidad?, ¿cuándo se acabarán las campañas histéricas?

Como los demás, el gobierno ruso se ha lanzado en cuerpo y alma a la tontería coronaria, aunque el primer canal de la televisión pública ha emitido (por la noche) una serie de reportajes para desinflar la histeria.

Una de sus informaciones es muy sorprendente: un juego de rol para conspiranoicos. En octubre del año pasado, dos meses antes de la histeria, se organizó en Nueva York un juego de rol sobre la lucha contra una epidemia mundial de coronavirus. Entre los participantes figuraban representantes de la ONU, las empresas multinacionales, la industria farmacéutica, el Banco Mundial, el gobierno de Washington y otros figurines del tablero mundial.

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