Los manifestantes piden que se cierren las comisarías y que se retiren los fondos a las fuerzas del orden público.
El pasado 22 de agosto, un agente blanco abrió fuego contra el afroestadounidense Jacob Blake frente a sus tres sus hijos. Tal incidente convirtió a Kenosha, EE.UU., en el último punto candente de las protestas antirracismo en el país norteamericano.
Sin embargo, no se quedó en este episodio de violencia policial. Tres días más tarde, un adolescente de 17 años disparó a los manifestantes con un rifle de asalto desde el suelo y mató a dos de ellos. Ahora, el mandatario de EE.UU., Donald Trump, que intenta proyecta la imagen del presidente de la ley y el orden, planea visitar la urbe, cuyo alcalde le recomienda que es mejor que “no venga”.
En otra parte del país, en Portland, Oregón, se suceden las denuncias contra la violencia ejercida por las fuerzas el orden contra las comunidades de color. El pasado sábado, un hombre murió, tras recibir varios disparos, durante los violentos enfrentamientos desatados entre los partidarios de Trump y los manifestantes.
Portland, que registra ya más de tres meses de protestas, ha declinado la oferta de recibir ayuda federal de Trump para detener los disturbios y culpa al presidente del tiroteo, con consecuencias fatales, del sábado.
Estados Unidos atestigua desde hace meses protestas contra la violencia policial. Las marchas tuvieron como detonante el asesinato, por asfixia, del afrodescendiente George Floyd, en mayo, a manos de un agente blanco.
