Los sucesos del 11 de julio fueron gestados, organizados y financiados desde EE. UU.

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Los inventores de la narrativa de la indignación popular ahora quieren construir otra sobre una supuesta insurrección espontánea contra el Gobierno, que justifique la derrota y propicie la intervención extranjera en la Isla

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Foto: Manuel

Raúl Antonio Capote.— En febrero de 2018, siguiendo indicaciones del entonces presidente de EE. UU., Donald Trump, se creó el Grupo Operativo de Internet para la subversión en Cuba, subordinado a la cia.

Era un nuevo paso, considerado imprescindible, para dominar el ciberespacio cubano y pasar a una etapa superior en la estrategia de subversión contra la Revolución Cubana.

La cruzada propagandística organizada por el Grupo Operativo se ha caracterizado por una coordinada puesta en funcionamiento de todos los instrumentos a su alcance para lograr, como objetivo central, la demonización del adversario y justificar su destrucción total, como han hecho en tantos lugares del mundo.

Como parte del plan de la Casa Blanca, que contemplaba pasar a acciones más severas contra Cuba, luego del «fracaso», proclamado por la ultraderecha, de la política seguida por Barack Obama, la administración Trump aplicó más de 243 medidas para «cerrar» el bloqueo y asfixiar a la Isla.

Se trataba de una verdadera terapia de shock dirigida a desalentar cualquier resistencia y quebrar la fe de las personas en el futuro.

Parte importante del plan era comenzar a «calentar la calle», como indica con absoluta precisión el manual de Gene Sharp, con acciones como las ocurridas en el barrio de San Isidro o las provocaciones frente al Ministerio de Cultura y otras instituciones.

La COVID-19 les vino de «maravilla» a los enemigos del pueblo cubano. Por supuesto que no podían dejar de aprovecharse de la pandemia y del sufrimiento que podría causar.

Según los cálculos de los autores y patrocinadores, todo estaba listo: con los millones destinados para la subversión pagaron a mercenarios, cibersicarios y delincuentes, repitiendo el guion de Irán y de Bolivia en 2019.

Durante los últimos días de junio, ya bajo el Gobierno del presidente Joe Biden –recordemos que la política de ese país respecto a Cuba es una sola–, se incrementó con fuerza en las redes la campaña de miedo y satanización, el Grupo Operativo de Internet sincronizó a todo el arsenal de medios, sitios y sicarios digitales creados o comprados.

No fue, como quieren hacer creer, un grupo en Facebook –espacio creado, como existen miles en la Isla, donde comparten las personas, se reencuentran amigos, etc.– el que promovió los sucesos del día 11 de julio en San Antonio de los Baños.

Fue una acción bien urdida desde afuera, que contó con alta tecnología, que fue promovida por cientos de cuentas falsas, de bots y trolls, como se ha denunciado en estos días por nuestros medios. Actuaron aprovechando el descontento causado por los apagones, la escasez y el temor ante el incremento de los casos de la COVID-19.

La derrota desató la histeria de los promotores de las «protestas», los gestores e ideólogos. La maquinaria de lodo siguió andando, como títere sin hilos, dando golpes de un lado a otro, aullando muerte como fiera herida.

Los inventores de la narrativa de la indignación popular ahora quieren construir otra sobre una supuesta insurrección espontánea contra el Gobierno, que justifique la derrota y propicie la intervención extranjera en la Isla.

Fuente: granma.cu

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