Aquí está pasando algo. China ha vuelto a pisar el acelerador anticapitalista. Dicho así suena muy fuerte, pero es lo que está pasando.
Primero, en noviembre de 2020, impidiendo la oferta pública de adquisición de acciones del Grupo Ant, propiedad del multimillonario Jack Ma. Segundo, en julio de 2021, aprobando una ley que restringe bastante los privilegios de que gozaba la enseñanza privada. Os hice un resumen de lo primero y expliqué lo segundo el otro día.
Y ahora, en agosto, arremetiendo contra la industria de los videojuegos y su impacto en los menores.
La historia no la habría tenido en cuenta si no hubiese visto un titular sorprendente: «China está dispuesta a volverse comunista». No es un titular chino, sino de un periódico que se editaba en papel en Tailandia, dejó de hacerlo como consecuencia de la crisis asiática de finales del siglo XX y comienzos del XXI, se edita ahora solo por internet y comparte sede en Tailandia y Hong Kong. Porque el subtítulo es aún más expresivo: «La represión tecnológica de Xi señala el fin de una era capitalista». Así que visto lo visto, he ido a donde hay que ir, o sea, a los medios chinos.
Y sí, algo de eso hay.
La historia comienza el domingo cuando el «Diario de Información Económica», vinculado a la agencia Xinhua, publicó una investigación en la que calificaba a los juegos en línea como «el opio espiritual», como «la droga electrónica» de los jóvenes y decía que su impacto en la salud de los adolescentes no debe subestimarse.
La consecuencia inmediata fue que la principal empresa de videojuegos de China perdió en bolsa más del 6% al día siguiente, aunque hubo otras que perdieron hasta el 12%. Eso son miles de millones. Hay quien dice que el equivalente a 55.000 millones de euros.
El revuelo fue mayúsculo, y algo debió pasar porque el artículo en cuestión y que véis más arriba fue suavizado con otro en el que desaparecía la expresión «opio espiritual» aunque se mantenía todo lo demás. Por ejemplo, que la adicción a los juegos en línea tiene «un impacto negativo en la fisiologia y en la psicología de los adolescentes», que «afecta al rendimiento académico» y que «conduce a trastornos de personalidad».
Por una parte, el hecho de que se «suavizasen» algunas expresiones o desaparecieran, pero se mantuviese el grueso del artículo, indica una lucha evidente entre quienes apuestan por el negocio y quienes lo hacen por la población. El sector, como en todas partes, es muy lucrativo y genera cientos de miles de millones. Y ha habido una especie de «explicación» porque hay otro artículo posterior, el lunes, en el que se dice que es «inmoral culpar a las compañías de videojuegos» porque «los padres y la comunidad en general son responsables de abordar el juego excesivo» y que «las escuelas, los desarrolladores de juegos, los padres y otras partes deben trabajar juntos».
Pero el toque de atención ha sido advertido por las empresas. La principal, Tencent, que controla la mitad del mercado chino, ya ha dicho -el martes, un día después de las pérdidas- que va a introducir «salvaguardias tecnológicas para limitar el tiempo de juego a los menores de 12 años». Dice que impondrá un sistema por el que solo se podrá jugar una hora diaria en los días escolares y dos horas en los fines de semana y fiestas, pudiendo jugar sólo hasta las 10 de la noche y nunca antes de las 8 de la mañana. Dice también que inspeccionará a cualquier usuario que siendo menor de edad finja ser un adulto.
No tengo ni idea de cómo se puede hacer eso, pero seguro que se puede.
En cualquier caso, lo interesante es el artículo. Decía que diversas encuestas han demostrado que casi el 12% de los alumnos juegan todos los días, que más del 26% lo hace cada dos o tres días y que deben implementarse medidas que complementen a las que ya se han puesto en marcha dirigidas a la enseñanza privada, sobre todo a las tutorías, para salvaguardar el bienestar social y construir un entorno cibernético saludable, porque, así, se apunta al desarrollo económico y social a largo plazo. Y decía algo más: «no se puede permitir que ninguna industria se desarrolle de una manera que destruya a una generación».
Ni qué decir tiene que lo más bonito que se ha dicho de esto en Occidente es «represión». Como es lógico, se habla de las pérdidas económicas (no solo de las compañías chinas, sino de las occidentales) y se estima que supondrán un billón de dólares. Y se preguntan si «la represión de Xi contra las empresas de tecnología y tutoría [enseñanza privada] se detendrá ahí». Fijaos bien: Rusia es «la Rusia de Putin», China es «la China de Xi». Nadie dice «los EEUU de Biden», «la Gran Bretaña de Johnson» o «la Francia de Macron». Putin y Xi personalizan toda la maldad del mundo y tiene que quedar claro siempre.
Pero claro, arremeter contra las medidas chinas no es políticamente correcto porque es algo que se produce también en Occidente, aunque no se actúa como en China. Por eso se dice que «hay temor de que vaya demasiado lejos», que «dañe al sector» y que eso supondrá «dañar el crecimiento a corto plazo y la innovación a largo plazo». O sea, que se puede vigilar (un poquito) a los monopolios de los videojuegos pero, eso sí, sin asustar porque «eso produce una reducción del crecimiento del Producto Interior Bruto».
En cualquier caso, «China [la de Xi, algo que se repite ya de forma machacona] está restringiendo la economía privada» y eso supone que «los consumidores también están sufriendo».
Y de manera muy gráfica para alguien como yo, pero críptica para alguien como ellos, añaden: «los líderes del Partido Comunista parecen cada vez más cómodos aceptando un daño económico considerable para lograr objetivos no económicos». Observad el lenguaje.
En medios chinos izquierdistas, que los hay (claramente maoístas), se habla muy bien de las medidas del gobierno «contra las tendencias antisociales» que «frenan los excesos del desarrollo capitalista» y «reafirman la primacía del socialismo». No he visto este discurso en las páginas gubernamentales, pero -insisto- algo de eso hay. Porque cuando el río suena, agua lleva.
Tanto que, ahora sí, ya son muchos los medios de propaganda occidentales que se hacen eco de la «nueva represión». Se leen cosas como ésta: «Alibaba [la empresa de Ma] y Tencent, dos de las empresas más grandes de China y entre las más visibles para los inversores internacionales, han recibido grandes golpes». O esta: «Muchos inversores estadounidenses están tratando de anticipar posibles objetivos para la próxima represión de China». O esta: «Muchos analistas han recurrido a leer viejos discursos del presidente Xi y analizarlos en busca de pistas sobre otras empresas y negocios que podrían ser blanco de ataques».
Y Bloomberg, que controla más de un tercio de toda la industria financiera del capitalismo, es quien da la pista definitiva: «Xi ha denunciado el contenido en línea «obsceno», la desigualdad educativa y la especulación del precio de la vivienda en los distritos escolares populares». Y recalca: «en este punto deberíamos saber que Xi generalmente cumple con lo que dice».
Como seguidor de lo que pasa en China, que es, sin duda, el país al que hay que mirar y no otro, os voy a dar una pista de por donde van a ir ahora las cosas: los bienes raíces (edificios, terrenos, o sea vivienda), disponibilidad y asequibilidad de la atención médica (la experiencia de la COVID-19 es determinante) y la jubilación (protegerla y asegurarla en condiciones). No olvidéis que China tiene 1.400 millones de habitantes. Habrá más sectores, sin duda, pero el camino está claro.
Y ya que he vuelto con el símil del agua, os recuerdo que este agua aún corre profunda.
Por cierto, algo más que una anécdota: dos medallistas chinas acudieron a la ceremonia del podio con insignias de Mao.
El Lince