Miguel Cruz Suárez.— A estas alturas y, con todo lo que nos han hecho, e incluso, con todo lo que han querido hacernos y no han podido, resulta indignante que algunos se digan patriotas y estrechen la mano que, llegado el momento, halará del gatillo o aplaudirá eufórica otra sanción contra nuestro pueblo.
Los patriotas cubanos más encumbrados, Martí delante, consideraron infeliz y fatal cualquier alianza con el poder norteño. No había, cuando aquella temprana posición antimperialista, socialismo en la Isla. No sucumbir a los designios coloniales ha descansado en un poderoso sentido nacionalista y un profundo apego a la soberanía. No era comunista el autor de aquella carta a Manuel Mercado, con la rotunda frase: «impedir a tiempo con la independencia de Cuba, se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América».
Tampoco era comunista el Titán de Bronce, alertando que era mejor levantarse o caer solos, que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso. No había ideología comunista en el brillante pensamiento del Padre de la Patria cuando escribió a José Manuel Mestre, a la sazón, representante diplomático de Cuba en Estados Unidos: «Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez estaré equivocado, pero en mi concepto su Gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; este es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces o desinteresados».
¿Podría alguien tildar de ideas comunistas a Máximo Gómez al leer su carta enviada a Edmond S. Meamy desde Yaguajay, donde le manifestó sus criterios sobre la conducta «dudosa» de «los hombres del Norte», después de arrebatar indignamente la victoria a los mambises. Aquellos siempre tendrán las mismas intenciones.
La aguda visión de los próceres independentistas fue heredada por los nuevos héroes que completaron la obra emancipadora y definieron una sociedad superior desde el carácter comunista. Allí está la magnífica nota de Fidel a Celia Sánchez, después de comprobar in situ que las bombas en la Sierra Maestra eran el regalo de EE. UU. a la dictadura batistiana: «Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero».
Años después Camilo Cienfuegos diría: «No importan las traiciones arteras y cobardes que puedan hacer a este pueblo y a esta Revolución, que no importa que vengan aviones mercenarios tripulados por criminales de guerra y amparados por intereses poderosos del Gobierno norteamericano».
Más se podría investigar y decir, pero estas muestras resultan suficientes para comparar la talla de los verdaderos líderes y patriotas que ha tenido Cuba, respecto a la diminuta figura de quienes, olvidando esas enseñanzas, apuestan por un servilismo que es, cuando menos, irrespetuoso con nuestra historia.
¿Será que sueñan o aspiran a que una vez en el poder, los modernos «patriotas de oropel» quemarán los libros o desmontarán los monumentos de tantos próceres encumbrados? ¿Alguien duda de que mirarían hacia otro lado si permitimos que regresen los marines para escalar sobre Martí?