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En este tiempo de balances, de si el año ha sido tal o cual, hay que hacer un balance de los progres, de esos que, siguiendo a Zizek, decidieron que había que «jugar dentro del sistema» y que lo que hicieron fue eso, jugar. Y crearon unos juguetes -también es tiempo de ellos ahora- (Syriza en Grecia, Podemos en España, Los Verdes en Alemania) en los que volcar sus fantasías al amparo de unas movilizaciones en las que la gente mostraba su hartazgo con el sistema.

 

Aparentemente fueron unos juguetes «rompedores» pero lo que se rompió fueron los mismos juguetes. Querían jugar a la ruptura (la casta) y han sido ellos quienes se han roto. Y se han roto porque han sido incapaces de jugar de otra forma que la que aparecía en las instrucciones, pese a que la gente decía que no se siguieran las instrucciones (el caso de Syriza al negar el resultado del referéndum popular que rechazó la sumisión a la UE es paradigmático). Es sabido que las instrucciones las da el fabricante de los juguetes y, en este caso, el fabricante es el sistema que les decía cómo y de qué forma tenían que jugar. Se habló de «indignados», pero los indignados fueron muy fáciles de parasitar dentro de las instituciones burguesas. Y ahí están los juguetes, rotos, aunque muchos de quienes jugaron con ellos están acomodados.

En el Estado español la penúltima derrota de los progres ha sido el no derogar la mal llamada reforma laboral que en 2012 dio todo el poder a los empresarios, redujo hasta la casi nada a los sindicatos y dejó un país con el mayor índice de contratación temporal y de precariedad laboral de todo el zombi europeo. Ha habido un amago de derogación, sí, pero solo se ha tocado el 10% de lo anterior, o sea, casi nada. Pero lo venden como un logro.

En Alemania los progres van de ecologistas, Los Verdes, pero ya están cumpliendo con lo que se predecía: no llevan ni un mes en el gobierno y ya son, claramente, el bastión atlantista por excelencia. No solo son rusófobos, sino ahora chinófobos también. Además de ignorantes. Su flamante ministra de Exteriores ha dicho que no va a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en China «por el genocidio de Xinjiang y la violación de los derechos humanos en Hong Kong» y en el contexto de si Rusia invade o no Ucrania y eso dice también que por ello «es imposible predecir cuándo Rusia volverá al G7». Es de suponer, un suponer, que cuando se es ministra se sepa algo de qué va la cosa y no es el caso de esta chica floreada porque resulta que Rusia en 2019 dio por terminada totalmente su participación en el G7 (de donde fue excluida en 2014 tras la anexión de Crimea). Pero es una muestra de cómo Occidente se niega a aceptar la realidad y sigue mirando al pasado, un pasado en el que era hegemónico y ahora ya no lo es. Es como cuando en la OEA se oye decir que Cuba es bienvenida si hace esto o lo otro cuando Cuba ha dicho, por activa y por pasiva, que la OEA es un inmenso montón de mierda y que nunca estará ahí. Esta gente no aprende.

Cuento todo esto porque en Chile ya se está viendo algo similar a los juguetes en los movimientos del nuevo presidente Gabriel Boric. Aún faltan tres meses para que comience a ejercer, pero ya se han levantado algunas alarmas con alguno de sus primeros movimientos y cómo algunos de los partidos que no forman parte de la coalición Apruebo Dignidad, por la que se presentó, ahora están corriendo a integrarse para pillar cacho. Uno de ellos es el Partido Socialista, el de la ínclita Michelle Bachelet, que se está convirtiendo en una especie de mentora de Boric.

No es una cosa solo suya, sino de si la gente, la calle, es capaz o no de adormecerse al vaivén de las poltronas y prescinde de las instrucciones de los juguetes. La gente en Chile está en la calle, al igual que lo estuvo en Brasil en su momento, o en España, pero en estos dos países desapareció cuando muchas de las organizaciones fueron cooptadas por y desde el gobierno.

Ese es el reto popular hoy en Chile y ya hay alguien que ha dicho que sigue en pie de lucha a pesar del nuevo gobierno: los mapuches. La Coordinadora Arauco-Malleco, una si no la principal de las organizaciones mapuches, ya ha dicho que no está con «el progresismo servil» que representa Boric y habla de «izquierda hippie, progre y buena onda» para referirse a los apoyos con que cuenta el nuevo presidente. ¿Por qué este manifiesto tan temprano y sin dar tiempo a ver qué hace Boric? Pues por los movimientos que ya se están haciendo con algunos mapuches para cooptarlos y «direccionar» el movimiento hacia la institucionalidad.

Dije, y mantengo, que hay que dar un tiempo a la nueva situación en Chile aunque voy a seguir con el símil y a decir que Boric es, tal vez, el juguete que lanza el sistema chileno, con sus instrucciones, para que los cambios, si los hay, sean cosméticos. Al igual que el juguete Podemos comenzó a romperse cuando el referéndum catalán de 2017, cuando Podemos se definió con el Estado en contra del independentismo catalán y la posibilidad, que la había, de romper con el régimen neofranquista del 78, el tema mapuche será el termómetro que medirá la temperatura del «cambio» en Chile y si hay ruptura o no con el post (o neo) pinochetismo. La temprana postura de la Coordinadora Arauco-Malleco es un importante toque de atención que hay que seguir muy de cerca.

El Lince

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