“¡Basta de juegos!”: El vicepresidente de la Comisión Europea critica a Viktor Orbán por resistirse a las sanciones antirrusas

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Previamente, el primer ministro de Hungría aseguró que toda Europa "está bailando al borde de una crisis económica" por las medidas impuestas contra Moscú.

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El vicepresidente de la Comisión Europea, el neerlandés Frans Timmermans, criticó duramente al primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, por exigir que se introduzcan cambios en el nuevo paquete de sanciones de la Unión Europea contra Rusia, según informan medios locales.

 

“Ya no lo entiendo. La solidaridad no es una calle de dirección única, así que ¡basta de juegos!”, declaró este jueves Timmermans en el 24º Europaforum de la empresa de radio y televisión pública alemana WDR. “Tiene una sensación: puedo hacer lo que quiera, ellos aceptarán cualquier cosa”, dijo, añadiendo que Orbán tiene relaciones “muy amistosas” con el presidente ruso, Vladímir Putin.

Estas declaraciones se produjeron después de que el primer ministro húngaro confirmara este martes que el acuerdo del embargo parcial al petróleo ruso, alcanzado por los países miembros de la UE el lunes, no prevé medidas contra el suministro del crudo a su país. Afirmó que esta exención fue lograda por su postura y aseveró que el efecto del corte del gas ruso sería para la economía húngara “como una bomba atómica”. Además, Orbán asegura que “toda Europa está bailando al borde de una crisis económica mundial debido a las sanciones” introducidas por Occidente contra Rusia en respuesta a su operativo militar en Ucrania.

Budapest insiste en que no puede desprenderse de la energía rusa de la noche a la mañana, una situación que, según los funcionarios húngaros, supondría un golpe duro para la economía del país.

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Miguel Hernández… «Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye.»

«Ya sabéis, compañeros en penas, fatigas y anhelos, que la palabra homenaje huele a estatua de plaza pública y a vanidad burguesa. No creo que nadie entre nosotros haya tratado de homenajear a nadie de nosotros hoy, al reunirnos, en la sabrosa satisfacción de comer como en familia. Se trata de otra cosa. Y yo quiero que esta comida no dé motivo para pronunciar palabras de significación extraña de nuestro modo de ser revolucionario. Esta comida es justo premio a los muchos merecimientos hechos en su vida de espectro por uno de nosotros, durante los veinticinco días que ha conllevado consigo mismo, con la paciencia de un muerto efectivo, allá, en la ultratumba de esta cárcel. El hambre que he traído de aquella trasvida fantasmal a esta otra vida real de preso: el hambre que he traído, y que no se me va de mi naturaleza, bien merece el recibimiento del tamaño de una vaca: Eso sí; como poeta, he advertido la ausencia del laurel… en los condimentos. Por lo demás, el detalle del laurel no importa, ya que para mis sienes siempre preferiré unas nobles canas. Quedamos, pues, en que hoy me ha correspondido a mí ser pretexto para afirmar, sobre una sólida base alimenticia, nuestra necesidad de colaboración fraterna en todos los aspectos y desde todos los planos y arideces de nuestra vida. Hoy que pasa el pueblo, quien puede pasar, por el trance más delicado y difícil de su existencia, aunque también el más aleccionador y probatorio de su temple, quiero brindar con vosotros. Vamos a brindar por la felicidad de este pueblo: por aquello que más se aproxima a una felicidad colectiva. Ya sabéis. Es preciso que brindemos. Y no tenemos ni vino ni vaso. Pero, ahora, en este mismo instante, podemos levantar el puño, mentalmente, clandestinamente, y entrechocarlo. No hay vaso que pueda contener sin romperse la sola bebida que cabe en un puño: el odio. El odio desbordante que sentimos ante estos muros representantes de tanta injusticia: el odio que se derrama desde nuestros puños sobre estos muros: que se derramará. El odio que ilumina con su enérgica fuerza vital la frente y la mirada y los horizontes del trabajador. Pero, severamente, cuidaremos en nosotros que este odio no sea el del instinto y la pasión irrefrenada. Ese odio primigenio sólo conduce a la selva. Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye. Vamos, pues, a brindar». Miguel Hernández

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