Cien días de una guerra mucho más larga

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Se han cumplido ya cien días de la intervención rusa en Ucrania, que inició una nueva y más peligrosa fase de una guerra que comenzó en 2014 y que había dejado ya miles de muertes y gran destrucción en Donbass, en lo que Ucrania calificó durante años como operación antiterrorista. Sin embargo, ni sus propios tribunales llegaron a aceptar nunca la calificación de organizaciones terroristas para la RPD o la RPL ni en este tiempo se han producido ataques terroristas ni de ningún otro tipo en la retaguardia ucraniana.

 

Eso que Rusia sigue calificando de operación militar especial, un eufemismo para la guerra como lo fuera “ATO” en sus primeros ocho años, ha supuesto extender un frente que se había mantenido con mínimos cambios desde la finalización de la batalla por Debaltsevo y la firma de los acuerdos de Minsk. La operación inicial rusa, que violó las fronteras de Ucrania por tierra, mar y aire, implicó un avance fallido y posteriormente abandonado sobre Kiev, la toma de Chernóbil y una relevante presencia de tropas en Sumi y Chernigov, objetivos abandonados ante el inicio de lo que el ministro de Defensa de la Federación Rusa, Sergey Shoigu calificó de segunda fase. La censura militar hace imposible saber cuáles fueron los objetivos de la presencia militar rusa en Kiev: Rusia nunca comprometió el número de tropas que habría requerido una operación que aspirara a capturar una ciudad del tamaño de la capital ucraniana, por lo que el discurso de la épica defensa ucraniana no explica completamente la situación, aunque tampoco lo hace la afirmación rusa de que se habían cumplido los objetivos.

La retirada de Kiev y Chernigov y la ruptura de unas negociaciones que nunca tuvieron viabilidad real de llegar a un tratado que pudiera, no solo cerrar el escenario bélico sino ser la base de una relación mínimamente normal entre los dos países, supuso un cambio de estrategia tanto de Rusia como de Ucrania. La retirada de Kiev abrió un tiempo de preparación de la batalla de Donbass, reagrupamiento y despliegue de tropas y un centro claro: la batalla por Mariupol, que terminó en la práctica a finales de abril, pero que no se cerró realmente hasta la rendición de los soldados del regimiento Azov y el Ejército Ucraniano iniciada del 16 de mayo en la fábrica Azovstal.

En ese tiempo, con la ayuda de la prensa occidental, que en ningún momento ha buscado conocer las cifras reales de bajas ucranianas y que ha seguido publicando como hecho absoluto cualquier declaración de Kiev -como las invenciones de la defensora del pueblo Denisova, cuyas historias no verificadas, una forma amable de decir falsas, le han costado el puesto-, Ucrania ha intentado imponer un discurso triunfalista que solo recientemente ha chocado de frente con la realidad. El asesor de la Oficina del Presidente, Oleksiy Arestovich, por ejemplo, ha declarado repetidamente que la fase activa de la guerra terminaría en dos o tres semanas.

También perdió su puesto por pérdida de confianza el jefe del SBU en la región de Járkov, escenario de las principales victorias ucranianas en este intervalo. Un contraataque hizo retroceder a las tropas rusas en numerosas direcciones y aunque actualmente está siendo activamente revertido, supuso una gran victoria que Zelensky quiso explotar para la propaganda y contrarrestar así la derrota que había supuesto Mariupol. Lo hizo con la llegada de las tropas ucranianas a la frontera rusa, un acto propagandístico que según el jefe del SBU en la región fue escenificado en otro lugar. El hecho se tradujo en titulares de la prensa que, como Forbes, se preguntaban si “¿Va Ucrania a invadir Rusia?”. Esa tendencia produjo también artículos de opinión en los que expertos como Carl Bildt anunciaban, no solo que Rusia iba a perder la guerra, sino que estaba claro que Rusia perdería la batalla de Donbass.

Sin embargo, especialmente desde la toma de la localidad de Popasnaya, que supuso el inicio de un avance ruso y republicano más rápido en la región de Lugansk, incluso la prensa occidental ha comprendido que se ha producido un cambio de iniciativa en el frente. Ucrania se aferra ahora a la llegada de las nuevas armas prometidas esta semana por Estados Unidos. En un artículo de opinión publicado en The New York Times, el primero de los grandes medios que pedía a Ucrania realismo y sugería que Ucrania no podrá lograr en el frente la victoria que busca, Joe Biden anunciaba el envío de la artillería pesada que Kiev lleva meses exigiendo. Eso sí, los sistemas de artillería HIMARS llegarán con condiciones: no podrán ser utilizados para atacar territorio ruso. Lo ambiguo de la formación, que no aclara si en ella se incluye a Crimea, ha servido ya a Oleksiy Arestovich para afirmar que “Crimea es nuestra”, por lo que los misiles “volarán si tienen que volar”, una afirmación peligrosa pero formulada por quien tiene poco que decir en la cadena de toma de decisiones militares y que busca únicamente crear un discurso informativo y poco tiene que ver con la cadena de toma de decisiones del aspecto militar. En cualquier caso, las autoridades políticas, con Zelensky a la cabeza y con Mijailo Podolyak como su principal portavoz, prometen una victoria segura sobre la base de esas entregas.

El constante flujo de armas soviéticas y occidentales hacia Ucrania garantiza más guerra, más muerte y más destrucción en una guerra que se ha consolidado y definido como una guerra fundamentalmente de artillería y con un frente amplio que abarca centenares de kilómetros, pero cuyo centro siempre estuvo en Donbass. Es ahí, además de en la zona de Járkov, también relevante para el desarrollo de la batalla por Donbass, donde se están produciendo los enfrentamientos más cerrados y cuerpo a cuerpo. Es ahí donde se está produciendo también la mayor destrucción y el mayor número de bajas, de ahí que Rusia y las Repúblicas Populares hayan optado por una estrategia de avances más lentos, con unidades más pequeñas y mayor movilidad, que buscan limitar el número de bajas entre las tropas y la menor destrucción de las ciudades de Donbass.

En el frente político, esta segunda fase de la intervención rusa se ha centrado desde entonces en mantener la estabilidad del frente en las zonas del sur de Ucrania capturadas desde el 24 de febrero, la región de Jerson y el sur de Zaporozhie, tomadas sin batallas tan duras como las de Mariupol o Popasnaya. En las últimas semanas, en esos territorios, las autoridades rusas han querido mostrar que su presencia se plantea a largo plazo: se ha introducido el rublo, empiezan a venderse tarjetas SIM rusas para sustituir a las ucranianas, se ha abierto el proceso de petición de pasaportes rusos y han comenzado a colocarse carteles que recalcan el pasado común de la región y Rusia o la Unión Soviética. Esta actuación busca fundamentalmente eliminar la incertidumbre de la población ante la presencia rusa, especialmente por las represalias sufridas por los alcaldes que colaboraron con las tropas rusas en las zonas de las que la Federación Rusa se retiró en el norte del país.

“Rusia está aquí para siempre”, se repite constantemente en lo que es la constatación de la amenaza que Rusia planteó a Ucrania en los primeros contactos políticos: la falta de acuerdo supondría para Kiev arriesgarse a perder más territorios. Un acuerdo en las primeras semanas de la guerra habría supuesto probablemente el abandono ruso de las zonas capturadas en la región de Jerson y el sur de Zaporozhie, incluso a pesar de sacrificar así el corredor terrestre hasta Crimea. La ruptura de las negociaciones y la apuesta por la guerra hasta el final -apoyada abiertamente por la Unión Europea, Estados Unidos y el Reino Unido, cuyo primer ministro se jactó de haber orientado a Zelensky a rechazar un compromiso con Rusia- suponen para Rusia la necesidad de consolidar su presencia en los territorios del sur de Ucrania capturados desde el 24 de febrero. La opción de una retirada pactada como forma de compromiso en busca de una resolución política al conflicto parece ahora mismo no estar sobre la mesa.

Estos cien días, una barrera más psicológica que militarmente relevante, no solo han consolidado una guerra de artillería entre dos ejércitos que disponen de recursos -propios o ajenos- para continuar la batalla a medio plazo, sino que han mostrado que la guerra económica relámpago contra Rusia tampoco ha tenido el éxito previsto. Los efectos económicos de la guerra y las sanciones se han sentido en Rusia, como también lo han hecho en Ucrania y en el resto de Europa, pero no han creado, por el momento, un malestar que pueda poner en riesgo al Gobierno ruso. Tampoco se han producido las manifestaciones contra la guerra que esperaban Ucrania y sus socios occidentales.

Centrado en Severodonetsk y Lisichansk, pero avanzando también hacia Slavyansk -importante para solucionar la cuestión del suministro de agua a la zona de Donetsk-, queda mucho para el final de la batalla por Donbass, que necesariamente marcará un punto de inflexión en la guerra. Sin embargo, el avance ruso, que difícilmente será revertido por Ucrania en las condiciones actuales, ha supuesto las primeras disidencias en el campo occidental, que comienzan a llamar a una negociación para lograr algún tipo de compromiso entre Rusia y Ucrania. Varios son los editoriales de grandes medios que han llamado al acuerdo -fundamentalmente para evitar los daños colaterales que las sanciones están causando lejos de Rusia- y al realismo. Desde esa postura, y desde la mentalidad de la Guerra Fría, incluso Henry Kissinger se mostró favorable a buscar un compromiso, aunque requiriera la cesión de territorios a Rusia. La propuesta de Kissinger, que no implica más que aceptar los hechos consumados de Crimea y Donbass, pero que podría abrir una posibilidad de buscar, por la vía diplomática, una retirada rusa de Jerson y Zaporozhie, fue rápidamente demonizada. Kissinger fue incluido en Mirotvorets y Ucrania y sus socios reafirmaron la necesidad de que Rusia pierda esta guerra.

Pese a una aparente apertura de ciertos sectores de los socios occidentales de Ucrania a la necesidad de buscar un compromiso, las condiciones para que sea posible un acuerdo -viable únicamente con una de las partes militarmente derrotada o económicamente exhausta- no existen. Como era evidente ya a finales de marzo, la guerra continuará. Y el peligro de que, tras la batalla por Donbass, el enfrentamiento se encamine a un final no concluyente, con Rusia y Ucrania fuertemente armadas en un frente estabilizado, pero sin posibilidad de acuerdo, continúa aumentando.

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