Sergio Rodríguez Gelfenstein.— Aunque sea insuficientemente conocido, tal vez haya pocos científicos sociales que hayan teorizado tanto y tan bien sobre la guerra como Vladimir I. Lenin. Al estudiar la primera guerra mundial dijo que: “el proletariado lucha y luchará siempre indefectiblemente contra la guerra, pero sin olvidar ni por un momento que solo podrá acabarse con las guerras cuando se acabe totalmente con la división de la sociedad en clases…”. El líder soviético también enseñaba que: “En la guerra vence quien dispone de más reservas, de más fuentes de fuerza, de mayor apoyo en el seno del pueblo”.
De la misma manera, uno de los más brillantes estrategas militares contemporáneos, el general vietnamita Vo Nguyen Giap exteriorizaba que las victorias en los combates estaban estrechamente vinculadas con “la producción, la comunicación, el transporte, las actividades culturales, sanitarias y otras”. Así, el general Giap consideraba que la victoria multilateral […] es el resultado de la lucha heroica de todos los compatriotas en todas las ramas, servicios y regiones que dedicaron sus prodigiosos esfuerzos, desafiaron bombas y balas y superaron innumerables dificultades”.
Es necesario comprender entonces, que el fenómeno de la guerra es muy complejo, sobre todo porque el factor subjetivo interviene de manera decisiva para forjar victorias cuando hay carencias o insuficiencias de los elementos materiales que configuran su aspecto objetivo.
En la modernidad, aunque los instrumentos tecnológicos juegan un papel cada vez más relevante, la herramienta principal y concluyente sigue siendo la del componente humano que participa en el conflicto. Por mucho que se haya desarrollado la técnica, el objetivo de la guerra sigue siendo el de ocupar territorios y eso solo es posible cuando los soldados de un ejército y los oficiales que los comandan, toman posición efectiva del espacio geográfico.
Sólo el que haya participado en una guerra conoce la barbaridad que ella entraña, en el conflicto bélico se desata lo mejor y lo peor del ser humano, lo mejor porque la decisión de entregar la vida por algo en lo que se cree, rebasa cualquier análisis acerca de la subjetividad que pudiera motivar tal actuación. Por cierto, esto no es válido para mercenarios y asesinos a sueldo que solo combaten por el dinero y los emolumentos que pudieran obtener. Pero la guerra desata también lo peor de la condición humana que es la necesidad de matar para sobrevivir.
Es sabido que lo que distancia a un político común de un estadista es básicamente su capacidad para manejar exitosamente los elementos atingentes a la defensa y la seguridad, en primer lugar, ser capaz de dirigir a las fuerzas armadas; así mismo es básico poseer el genio y habilidad para conducir la política exterior y las relaciones internacionales. Lo otro, lo puede hacer cualquiera, sobre todo si está bien asesorado. Tuve la posibilidad de conocer al comandante en jefe Fidel Castro, el mayor genio militar del siglo XX en América Latina y sé de lo que hablo.
Toda esta larga disquisición viene a cuenta de la dirección de la guerra en Ucrania y el elemento decisivo que significa la conducción y el mando estratégico en el conflicto que no sólo se desarrolla en el terreno bélico. De un lado, el presidente de Rusia, Vladimir Putin que ha dado muestras claras de su capacidad para manejar la guerra “como continuación de la política por otros medios”.
No se puede decir lo mismo, de los que gestionan la guerra desde la otra trinchera. Cuando el jefe de la “diplomacia” europea Joseph Borrell afirma que el fin del conflicto se producirá en el terreno militar y posteriormente, en fecha más reciente asegurara que “Rusia ya ha perdido la guerra y está a la defensiva ante Kiev” a pesar que Rusia ya ha conquistado el 27,2% del territorio ucraniano – en los que por cierto, en buena parte de ellos, la vida transita hacia la normalidad bajo control de Rusia- nos damos cuenta que estamos ante niveles de ignorancia y estupidez muy peligrosos. Sobre todo, porque esta visión de los hechos conduce a decisiones profundamente erradas que traen como consecuencia el sacrificio innecesario de miles de soldados en función de intereses políticos ni siquiera vinculados a la retórica y la parafernalia tradicional de Occidente.
Cuando se observa sobre el mapa de operaciones militares, la reciente y muy cacareada “contraofensiva” ucraniana en el sur, cuesta pensar que tal acción fuera planeada por militares profesionales: una penetración en un sector de la defensa rusa dejando los flancos abiertos y avanzando en profundidad hasta hacer imposible para la logística poder cumplir su misión de garantizar los abastecimientos combativos necesarios para el éxito, presagiaban el desastre… y así fue: 152 tanques, 151 vehículos de combate de infantería, 110 vehículos blindados de combate, 56 camionetas blindadas, 17 vehículos especiales, 11 aviones caza de diferente designación y 3 helicópteros destruidos, y lo que es peor, 3100 soldados aniquilados entre el 29 de agosto y el 6 de septiembre es el saldo de esta locura, solo motivada en la necesidad de mostrar resultados para justificar la llegada y el incremento de ayuda occidental, aunque sea evidente que es una causa perdida. Vale decir que los medios de prensa occidentales se apresuraron masivamente a titular este desastre como “Victoria épica de las Fuerzas Armadas de Ucrania” engañando impunemente a sus lectores.