La reunión del G-lo que sea (antes llamado G-20) ha terminado casi sin pena ni gloria. Casi. Aunque los medios de propaganda insisten en el monotema, que Rusia es malísima, no han podido evitar cosas como el reconocer que ha aumentado la pobreza (¿dónde queda el famoso “gran reinicio” que planteaba que había que contenerla “reformando el capitalismo?) y la reforma de dos instituciones clave para la hegemonía de Occidente: el BM y el FMI.
Al Occidente colectivo solo le interesaba, y le interesa, una cosa: la condena de Rusia. Y no, ni por el forro. Aunque la declaración oficial hace mención a lo que le interesa a Occidente (la resolución de la ONU condenando la intervención rusa, por ejemplo) no ha habido más remedio que reconocer que “hubo una discusión sobre este tema”. Es decir, que fuera del Occidente colectivo la cosa no cuela. Por eso se dice que “la mayoría de los miembros” condenaron a Rusia y tal y tal, justo antes de terminar el párrafo afirmando lo obvio: “hay otros puntos de vista y diferentes evaluaciones de la situación y las sanciones asociadas”.
Eso se traduce en que Occidente se la ha tenido que envainar cuando se afirma que “es importante defender el derecho internacional y mantener un sistema multilateral pacífico y estable, lo que incluye defender los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, defender el derecho internacional humanitario y proteger a los civiles y la infraestructura en los conflictos armados. El uso o la amenaza del uso de armas nucleares es inadmisible. La resolución pacífica de los conflictos, todos los esfuerzos para resolver las crisis, así como la diplomacia y el diálogo son importantes”.
Nada de “orden internacional basado en reglas” y estupideces ad hoc que repite como un mantra Occidente. Ni una sola mención. Está claro que para lo primero, la mención “por mayoría”, ha tenido que hacer esta concesión. Ahora hay que ver su recorrido, que será pequeño si Occidente vende la imagen de “triunfo diplomático” y otras sandeces.
Fuera de las afirmaciones habituales y genéricas de estabilidad macroeconómica, cambio climático, seguridad alimentaria, combate a la pobreza y demás, lo interesante es el compromiso de reforma del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Occidente sabe que estos dos instrumentos son fundamentales para intentar mantener su hegemonía, y ofrece una reforma en la “participación accionaria”, es decir, en las cuotas de sus miembros. En el caso del BM se establece la fecha de 2025 para ello, mientras que en el FMI será “antes del 15 de diciembre de 2023”.
Que un país como China, con su poderío económico, tenga menos porcentaje que Europa o Japón es inconcebible y aunque los chinos no han hecho sangre de ello, es inevitable un cierto reacomodo, sobre todo en el FMI puesto que este organismo no ha tenido más remedio que aceptar lo evidente: las monedas occidentales decaen y el yuan sube, pese a no está internacionalizado aún. Porque una de las consecuencias de lo que estamos viviendo es que hay una desdolarización evidente, con una desconfianza generalizada hacia las monedas occidentales.
Sobre todo, porque el agua se le escapa de las manos a Occidente: esta semana, China ha otorgado un crédito a Egipto al margen de estas estructuras y utilizando una institución paralela, el Banco Africano de Desarrollo.
Y, al mismo tiempo, por primera vez en la historia de la ONU se ha elegido a los candidatos chinos para algo importante: el Tribunal de Apelaciones y el Tribunal Contencioso Administrativo. China va a tener una palabra importante en el funcionamiento de la ONU sobre la base de su carta fundacional, con lo que se reduce el filibusterismo occidental.
Otro síntoma más del nuevo mundo en el que ya estamos.
El Lince