Oleg Yasinsky.— El nuevo diccionario universal para los no lectores, conocido como Wikipedia, define la naturaleza de los hologramas de la siguiente manera: «es una técnica avanzada de fotografía que consiste en crear imágenes tridimensionales basada en el empleo de la luz. Para esto se utiliza un rayo láser que graba microscópicamente una película fotosensible. La interferencia que se produce entre dos haces de luz coherentes hace posible que la luz de uno de estos se reflecte en el objeto. Esta, al recibir una luz puntual desde la perspectiva adecuada, proyecta una imagen en tres dimensiones. Además, procesadas e iluminadas de manera precisa, las imágenes pueden aparecer saliéndose de sus límites, hacia fuera o hacia dentro del marco, y el observador, sin tener la necesidad de ningún accesorio, las puede ver sin discontinuidades y variando las perspectivas dependiendo de su posición». No sé si se trata exactamente de la luz. Los últimos tiempos entrarán en la historia como los de la competencia de las sombras, cuando la oscuridad se abre camino con sus rayos negros, tentáculos de la muerte.
Seguramente todos recordamos nuestro primer impacto infantil al ver un holograma o una película en 3D; esa increíble sensación de percibir algo muy real y creíble, que claramente no lo es. Los medios de comunicación modernos, y sobre todo y muy lejos en la vanguardia de todo el proceso, los del mundo occidental, se especializaron en la producción y difusión de verdades, que en realidad son mentiras, pero desde la ingenuidad prehistórica de nuestros sentidos no hay cómo detectar la trampa y las cálidas y confiables voces de nuestros ídolos conocidos como ‘influencers’, nos prohíben dudar, pensar y ver.
Somos testigos de cómo, durante las últimas décadas, el poder supremo del dinero aprendió no solo a combatir a los pocos medios honestos que quedaban, sino convertir a sus empleados que todavía se creen periodistas, en unos verdaderos sicarios con cámara y micrófono. Y tal vez, por la ley de la conservación de energía, para disminuir, pulverizar y desaparecer a unos personajes, es necesario agrandar a otros, llenando el vacío generado por el sistema, en todos los ámbitos de la decadencia humana. Se construyen miles de hologramas de todo tipo de ‘pruebas’ y ‘evidencias’ de unas cosas, invisibilizando todo lo que incomodaba, y junto con los hologramas de las noticias, reportajes y estados, y de esos otros que hace tiempo que ya no existían, estallan las verdaderas guerras, matanzas y genocidios de todos los que sobran, que ya no son las naciones enemigas o grupos de adversarios, como sucedía en nuestro tan humano pasado, sino por fin y por primera vez en la historia contra toda la humanidad.
La guerra desatada por las transnacionales y los capitales financieros en el corazón de Europa, necesitaba una fuerte coartada según la percepción infantil de los estimados señores televidentes, idiotizados cada vez más. Necesitaba construir planetariamente a un héroe y a un villano. El nombre del ‘villano’ se conoce, junto con su país, su idioma y su cultura, lo están convirtiendo mediáticamente en un símbolo de la maldad, una herramienta perfecta para asustar a los niños y a los pueblos desobedientes. Con esto, Occidente, el inventor de las películas de terror, no tuvo ningún problema. La complejidad apareció con el otro, el héroe. No sé si la CIA conoce las palabras de Konstantín Stanislavski, donde el gran actor ruso advierte sobre la enorme dificultad de hacer creíbles en el teatro a los «héroes positivos».
En realidad, la construcción de la carrera política del presidente ucraniano Vladímir Zelenski y de su actual imagen pública es un caso ideal para el estudio de las tecnologías políticas. Cuando primero, el mediocre actor hollywoodense Ronald Reagan, responsable de varios crímenes internacionales de su gobierno, y luego, el sangriento dictador chileno Augusto Pinochet fueron convertidos por una parte de la prensa en los personajes positivos y admirables, y millones de televidentes se lo creyeron, en el mundo de entonces todavía existían varios institutos democráticos y varios periodistas buenos que no tenían que elegir entre la honra profesional y el trabajo. Ahora todo esto cambió.
La construcción del holograma Zelenski se logró en pocos días, después del inicio de la operación especial militar rusa; esta vez ‘el mundo civilizado’ ya no permitiría ninguna mirada diferente. Lo que en el mundo periodístico de Ucrania se hizo mortalmente peligroso, en los países de la OTAN y sus amigos, esto significaba como mínimo la pérdida de trabajo, el prestigio y un repudio general.
Antes de la guerra, Zelenski, una vez elegido por una enorme mayoría de ucranianos, que deseaban la paz con Rusia y la retoma del gobierno de sus obligaciones sociales, se estaba convirtiendo en un personaje con un rechazo social cada vez mayor. La gente se sentía traicionada y aparte de eso, se notaba una clara transformación del personaje en el poder. Un talentoso actor querido por muchos, dentro del teatro del absurdo del poder ucraniano, se convertía cada mes en un ser caricaturesco, prepotente hasta la ridiculez, violador de la Constitución y demagogo, quien censuró toda la prensa de oposición, después del curso proamericano de su antecesor Piotr Poroshenko y pese a todas sus promesas electorales de normalizar las relaciones con Rusia, fue exactamente él quien convirtió a Ucrania en una especie de laboratorio de EE.UU., girando un 180 % su proyecto político presentado para las elecciones. Junto con la confianza, él rápidamente perdía partidarios y apoyo, haciendo creer a muchos que el régimen colonial de Kiev caería por su propio peso.
Pero en los tiempos de guerra la situación cambia. Las camisas militares de Zelenski junto con su cara sin afeitar fueron un claro acierto. Muchos ucranianos, víctimas de 8 años de una bestial propaganda antirrusa y ahora guiados por miedo natural que provoca cualquier conflicto armado, vieron en Zelenski lo que quería mostrar la tele: un defensor de su pueblo, que toma su lugar de combate. Algunos representantes de la pseudoizquierda mundial fueron aún más lejos y llegaron a compararlo con el Che o Allende, algo que aparte de una total incomprensión de los contextos ucranianos, demuestra su total ignorancia de la propia historia latinoamericana.
El reciente encuentro con Biden en Washington en un momento prenavideño, los brutales ataques del Ejército ucraniano de estos días contra Donbass, la cada vez más agresiva retórica y una creciente represión interna, hace pensar que son estrategias para dar señales de fuerza para los que controlan el proceso ucraniano, para que EE.UU. se convenza de que no les conviene cambiarlo por ninguno de sus otros candidatos. El problema no está, como piensan algunos, solo en la dependencia absoluta que tiene Ucrania de EE.UU., sino también en que hay que recordar que frente a la impagable deuda externa del país, que crece cada minuto, la única manera de devolverla, sería entregando la tierra y los puertos (casi los últimos bienes que le quedan al país conscientemente quebrado y desindustrializado durante las últimas décadas).
Mientras el actor Zelenski sigue su rutina, en los frentes de guerra continúan muriendo miles de jóvenes, un hecho que aunque no le importe a la prensa, en cualquier momento puede estallar con una fuerza que será difícil de controlar para los que se creen los dueños del mundo y proyectan los módulos de un futuro sin gente en sus computadores con teclados salpicados de sangre.