De rendidos en Playa Girón a héroes en Orange Bowl

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Un recibimiento presidencial y la instalación de monumentos y museos fue la pantalla que EE. UU. se inventó para intentar ocultar que, en pocas horas, los mercenarios invasores fueron aplastados en Playa Girón

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Delfín Xiqués Cutiño.— El 23 de diciembre de 1962 se estableció un puente aéreo desde la base aérea de San Antonio de los Baños, en Cuba, hasta la base aérea de Homestead, en la Florida, Estados Unidos, a fin de trasladar a los mercenarios prisioneros durante la invasión por Playa Girón, quienes habían sido liberados por el Gobierno cubano mediante una indemnización de 53 millones de dólares que la administración estadounidense se comprometió a pagar.

 

La primera nave aérea, un dc6 de pasajeros, despegó a las 4:55 p.m., con 107 mercenarios a bordo, y aterrizó en la base aérea, al sur de Miami, sobre las 6:00 p.m. Cerca de 200 periodistas y camarógrafos de televisión esperaban en la zona de desembarque.

Un cable de la agencia de noticias AP, desde Miami, reportó así el arribo.

«La mayoría de los que llegaron se veían saludables, aunque algunos de ellos un poco delgados.

«Se había dicho a los recién llegados que no dijesen nada a los periodistas inmediatamente (…)».

Una vez recibidos por las autoridades, a los derrotados mercenarios se les entregaron uniformes de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, para que los vistieran.

Varios días después, el presidente Kennedy recibió en su residencia veraniega de Palm Beach a los cinco principales jefes de la fracasada invasión: José Pérez San Román, Erneido Oliva González, Enrique Ruiz William, Roberto Pérez San Román y Manuel Artime Bueza, con quienes acordó pasar revista a su derrotada tropa el día 29 de diciembre, en el estadio de Orange Bowl, en Miami.

Uno de los primeros en «perder la memoria» fue el «heroico» jefe de la brigada mercenaria, José Pérez San Román, al que le seguirían otros que también padecerían del síndrome de la derrota.

En el caso de San Román olvidó, además, que se había rendido sin disparar un tiro, el 25 de abril, y pasó por alto la evidencia que, para desmentirlo, sería la carta que le escribió a su esposa desde la prisión, el 3 de mayo de 1961, en la cual decía: «…he recibido en mi propia persona, el ejemplo más inmenso en la historia de la guerra sobre cortesía, caballerosidad y atenciones en el trato de los prisioneros».

En otra del 6 de mayo, le comentaba a su padre la engañifa en lo que habían informado los reportes de la inteligencia estadounidense:

«La situación del país es ideal. El pueblo ansía un brote rebelde para unirse.

«El Ejército Rebelde está desmoralizado, muchas guarniciones se unirán a la Brigada.

«El enemigo no podrá reaccionar y presentar combate por lo menos hasta pasadas las 72 horas del desembarco».

La más contundente prueba que desbarató la andanada de mentiras que luego repitió, y que fue coro entre los mercenarios, fue su propia declaración titulada Un deber de conciencia, y que, desde la prisión, solicitó, en carta a Fidel, que fuera publicada:

«Ruego a Ud., si no considera perjudicial al triunfo de la Cuba Socialista, ordene que, por quien corresponda, se dé la debida publicación al escrito adjunto, a fin de hacerlo llegar a conocimiento del mayor número posible de compañeros del F.R.D. que pudieran encontrarse en el territorio nacional o en el extranjero».

En su declaración, San Román explicó ampliamente el porqué de su arrepentimiento por haber participado en la invasión:

«Avances todavía más sorprendentes en la erradicación del analfabetismo no, como dice la propaganda, a base de adoctrinamiento y llevarse a los niños a Rusia, sino a base de educación en el país, con el esfuerzo y sacrificio de cientos, miles de maestros cubanos y el desvelo de los dirigentes. (Esa misma propaganda, disfrazada de agencia noticiosa, es las que decía que aviones del Gobierno, de las FAR, ametrallaron sus propias pistas, cuando ellos y nosotros sabíamos que habían sido los nuestros.

«Esa misma propaganda deshonesta, carente de escrúpulos, es la que gritaba que nuestras fuerzas avanzaban sobre La Habana, cuando la realidad era que nos retirábamos, ¡huíamos! Sí, asqueados de la vida y de los hombres».

¿UN MONUMENTO AL FRACASO?

En el primer vuelo que aterrizó en la Florida con los mercenarios liberados se encontraban tres jóvenes «bitongos» a quienes, luego de vestirse con el uniforme de la Fuerza Aérea yanki, se les subió la guapería a la cabeza.

La revista U.S. News and World Report publicó, en su primera edición de enero de 1963, la versión de los «intrépidos» mercenarios Orlando Cuervo Galano, Alberto Fowler Perilliat y Juan José Arteaga Morel, sobre lo acontecido en las arenas de Playa Girón:

«Este trío contó cómo las tropas agresoras mataron un aproximado de 1 800 hombres de los soldados de Castro e hirieron a alrededor de 4 000». Hay que tener la cara dura para decir semejante mentira.

La ceremonia en el estadio Orange Bowl comenzó a las 10:35 a.m., inmediatamente después de que se posara en el césped el helicóptero con el presidente Kennedy, su esposa Jacqueline y su hijo a bordo.

Cuando el mandatario pasaba revista a su vencida tropa, los forzudos agentes del Secret Service tuvieron que intervenir porque algunos mercenarios salieron desordenadamente de su formación para saludarlo. Hubo empujones, manotazos y gritos.

En el acto habló el Alcalde de Miami, y a continuación Pepe San Román, el jefe de la derrotada brigada; Erneido Oliva y Manuel Artime, en un alarde de heroicidad que no tuvieron en Cuba, le entregaron a Kennedy una bandera cubana que, dijeron, ondeó en Playa Girón, y que fue conservada hasta ese día, según ellos, por un invasor de apellido Miranda.

Algunos de los invitados presentes, y hasta mercenarios, se miraron y quedaron desconcertados, porque es harto conocido que, cuando se rindieron, apenas pudieron mantener las raídas ropas que vestían. Nadie pudo haber conservado una bandera.

Al embuste, Kennedy sumó sus palabras: «Quiero expresar mi profundo agradecimiento a la brigada por hacer a Estados Unidos los custodios de esta bandera. Yo puedo asegurarles que esta bandera le será devuelta a esta brigada en una Habana Libre».

Al menos en conservarla tal vez hayan sido buenos.

La Revolución fue sumamente generosa con los mercenarios, a pesar de que invadieron el país y merecían, de acuerdo con la Ley, la pena capital.

Fueron reclutados, entrenados, armados y financiados por el Gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, la sentencia del tribunal les permitió salir en libertad anticipadamente, mediante el pago de una indemnización –que luego no se cumplió totalmente–  por los daños ocasionados al pueblo cubano.

Una vez instalados en la Florida, estos «veteranos», como se hacen llamar, apoyaron y apoyan a los políticos de origen cubano, y a los grupos y organizaciones más reaccionarios de la contrarrevolución, como Alpha-66, Omega-7, y la Fundación Nacional Cubano Americana, entre otras.

Sus traumas los llevaron a fundar un museo, uno de los pocos que existen sobre un derrotado grupo mercenario que se rindió, y cuyas paredes tapizaron con sus fotos. Entre ellos mismos, allí se reparten medallas, placas y diplomas.

También se erigieron dos monumentos. Uno de granito negro, con una llama eterna en lo alto, en la Pequeña Habana, de Miami, y otro, el de la aviación en el aeropuerto ejecutivo de Tamiami, en Kendall, al suroeste de Miami.

En esos museos les relatan a los visitantes incautos su participación en acciones militares que no ocurrieron y en combates que no ganaron. Es la pantalla que se les ocurrió para ocultar que, en menos 72 horas, estos «heroicos veteranos» fueron aplastados.

Fuentes:
Batalla por la indemnización: la segunda victoria de Girón.
Eugenio Suárez Pérez y Acela A. Caner Román.

 

Fuente: granma.cu

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