El ciudadano común con frecuencia se crea una imagen algo romántica del corresponsal de guerra. Pero en la realidad cotidiana de los que informan desde el Donbass no hay mucho lugar para el romanticismo: es más bien una mezcla de arrojo y prudencia, de resolución y análisis, de compromiso y distanciamiento, de convivencia con los soldados y, a menudo, desconfianza por parte de los mandos. Un delicado equilibrio que un proyectil de mortero o una bala perdida pueden romper en cualquier momento.