La universidad española produce monstruos

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Marcos Roitman Rosenmann.— Estudiantes, profesores y cuerpo administrativo forman parte de un engranaje perverso. Docentes jubilándose anticipadamente, aumento de la deserción estudiantil y precariedad del personal administrativo. Si hiciésemos una radiografía, la universidad padece de neoliberalismo. La competitividad, al igual que las nuevas pedagogías, ancladas en la inteligencia artificial y una visión mercantil de la enseñanza, configuran el problema.

 

Los nuevos docentes se mueven en la sociedad de mercado, con sus valores y mecanismos de ascenso social. Son la generación digital. Veneran la inteligencia artificial, el big data, el Power Point y se comunican on line. Entre sus méritos, hablar idiomas, y poseer un currículo repleto de cursos varios y estancias en universidades extranjeras. Su hándicap, un desprecio al pensamiento social clásico. Ni Weber, ni Simmel, ni Sombart, Sorokin, Arendt, Adorno o Marcuse o Marx, forman parte de su saber. Bajo el argumento que su pensamiento no es necesario para explicar el sistema social en el cual vivimos, directamente lo soslayan. Sus lecturas se limitan a los autores de moda. Así se constituye la nueva comunidad universitaria.

La universidad pública se entiende como una empresa y la relación entre sus miembros es estrictamente salarial. La transición del capitalismo analógico al capitalismo digital acaba por pervertir toda la relación entre alumnos y profesores. Las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, trastocan la pedagogía, los mecanismos para el aprendizaje y desde luego las clases. Las aulas son el primer espacio que se reforma. Pantallas gigantes, pizarras digitales, modernos ordenadores, cámaras de grabación, conexión a Internet, wifi. Toda una parafernalia que acaba por ser infrautilizada. Su uso se concentra en proyectar videos, mejorar la resolución del power point y grabar las clases. Pero el cambio tiene un nombre propio: campus virtual. Una aplicación cuyo objetivo es sustituir la relación alumno-profesor, por una comunicación on line, donde el estudiante puede interactuar sin cortapisas y navegar por las redes universitarias, accediendo a todo tipo de información, desde conciertos, matriculas, noticias, etcétera. Allí se concentra el verdadero sentido de la universidad neoliberal digitalizada. En su interior, encontramos apuntes, chats, clases grabadas, programas, justificantes de ausencia y preguntas variopintas dando cuenta de las preocupaciones de los alumnos: ¿Qué materia entra en el examen? ¿Cuántas páginas debe tener el trabajo? ¿Qué tipo de letra le gusta? ¿Mañana habrá clases? ¿Puedo entregar el trabajo fuera de plazo? ¿Dónde queda su despacho? Y para rematarlo, el campus virtual está operativo las 24 horas del día, todo el año, incluidos sábados y domingos. Para la generación de profesores digitales, los alumnos son un problema. Son altamente competitivos, insolidarios y la docencia les resulta una carga. En ellos habita un espíritu predatorio.

Pero, ¿cuál es la función de la universidad? ¿Acaso los docentes tienen responsabilidades éticas o sólo les compete explicar su disciplina? Estas preguntas se relacionan con el compromiso en la promoción de valores humanistas y ser, la universidad, un espacio abierto al conocimiento y la crítica. No por casualidad las dictaduras cerraron universidades, vaciaron bibliotecas y reprimieron a estudiantes y docentes.

La universidad española, al menos en ciencias sociales, no es un referente en los debates y propuestas para enfrentar los problemas que aquejan la sociedad. Abducida por el mercado, se vacía de contenido ético. El salón de clase se transforma. Mientras el profesor digital proyecta su power point, los estudiantes están en sus chats. La competitividad pervierte el aula. La necesidad de un buen expediente se convierte en obsesión. La depresión estudiantil hace su aparición. La corrupción se impone y por si fuese poco, el Plan Bolonia evidencia su fracaso. Sólo como dato, las clases tienen una duración de dos horas. Algo pedagógicamente inviable. Algunos profesores, docentes frustrados, señalan públicamente que mienten a sus alumnos, y no los preparan para ser competitivos. Así atacan a la universidad pública. Son charlatanes que escudan su mediocridad, pero se convierten en referentes en medios de comunicación, prensa, radio, redes y televisión. Sus intervenciones provocan desconcierto y de paso sirven a las universidades privadas para promover sus negocios.

La universidad pública española ha caído en el engranaje neoliberal. Conceptos como productividad académica, eficiencia y rendimiento se adueñan de la vida universitaria. El resultado es desalentador. Luchas intestinas por publicar en revistas indexadas, obtener diplomas, dar conferencias, etcétera. Cantidad versus calidad. En esta lógica, el profesor, tal como lo hemos conocido, está en vías de extinción. Su saber, la relación con los estudiantes y su preocupación por incentivar la lectura y su cercanía se diluye en la universidad digital. Era un maestro forjador de conciencias rebeldes. Actualmente, son sustituidos por, quienes educados en la competencia y el individualismo, utilizan la universidad en su beneficio. Sus calificaciones acaban por crear una nueva categoría universitaria: ser buena o mala persona. ¿Y su conocimiento? ¿Sabe de lo que enseña? Eso es irrelevante, con evaluar con buenas notas es suficiente.

 

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